Bilbao. Siempre hay momento para la fiesta y el espectáculo en el botxo; más aún si suena a todo trapo Badator Marijaia y todavía más si el motivo para invadir las calles es el euskera. Miles de euskaltzales, tantos como puede absorber de plaza a plaza la Gran Vía, demostraron ayer que el camino hacia la normalización lingüística se puede hacer andando, corriendo o en bicicleta. Abuelos con sus nietos, padres y madres con sus hijos, y chavalería fueron suplantando sus identidades (que no sus sentimientos) desde Zorrotza y Basurto pasando por Errekalde, Santutxu, San Inazio con sus gigantes, Deusto y hasta el laberíntico mundo del Casco Viejo, donde el delirio se hizo humano.
El cartel a la entrada de la calle Bidebarrieta marcaba el hito: era el kilómetro 1982 de esta decimoséptima edición de Korrika y los entusiastas gritos de Gora Bilbo euskaldun con que eran jaleados los briosos atletas desde su entrada a la villa por Luis Briñas resonaban con el mismo ritmo, vigor y frescura. La llegada a las siete calles fue multitudinaria, tumultuosa incluso, debido a las numerosísimas personas que a cada paso se iban integrando en el pelotón. La bajada por la transitada y amplia Hurtado de Amezaga, fue el penúltimo (nunca el último) estímulo bilbaino a esta carrera en la que todos sus participantes ganan. Allí les esperaban Maider, Olaia, Julen o Ainhoa, un grupo de pequeños de Lauro Ikastola, casi tan ilusionados como el día de Olentzero por lucir su peto artesanal que les acredita como euskalakaris peto-petoak.
Y es que, Bilbao y sus inquilinos demostraron ayer que ni el pantalón de mil rayas, ni la camisa de mahón, ni siquiera la elástica del Athletic relucen tanto como las armaduras de Korrika con que miles de personas se uniformaron ayer para defender su herencia más preciada, el euskera.