LA primera vez que oí el término "Gipuzkoa profunda" fue hace poco más de un año, el día en que mi padre y yo viajamos a Legorreta para el festejo del cumpleaños número 94 de la sobrina de mi bisabuelo Jauregi. El evento transcurrió en un txoko con vistas, y equipado, como solemos decir en Argentina, "a todo trapo". En la mesa estábamos representadas tres generaciones; más de cuarenta cabezas contábamos. La tarde de domingo se fue en la degustación de un opíparo desfile de platos, en la entonación de múltiples canciones en euskera, en aclarar las complejas ramificaciones del árbol genealógico transoceánico. Aquel día probé las mejores croquetas que he comido hasta el momento, de receta un tanto heterodoxa: sin rebozado. Y presencié mi primer aurresku, musicalizado por el primo de mi padre al chistu, y bailado por dos encantadoras y jovencísimas primas en honor de su emocionada amona.

"Es que has estado en el corazón de la Gipuzkoa profunda, Iñake...", fue el comentario que realizó un amigo bilbaino cuando al día siguiente compartí con él, feliz y entusiasmada, este relato. En aquel momento no otorgué mayor importancia a la expresión utilizada; pensé que se trataba, simplemente, de un término geográfico. Una simpática anécdota de una querida amiga me ha hecho sospechar que en esta ocasión, sin embargo, mi perspicacia sociológica me ha fallado.

Démosle un alias a mi amiga: Izaskun. Y digamos, solamente, que se encontraba tomando un curso en alguna universidad extranjera este último verano. Tal fue la suerte de Izaskun que su estadía en esta renombrada casa de estudios coincidió con la visita de un alto, altísimo mandatario del Gobierno vasco. Como en todo agasajo oficial que "verdaderamente se precie", hubo comida, y hubo aurresku, claro... Lo que brilló por su ausencia fue la asesoría protocolar. Quien debió indicar al extraviado mandatario que era menester ponerse de pie mientras danzaban el aurresku fue, justamente, Izaskun. Durante la comida mi amiga no recibió agradecimiento alguno por parte del mandatario. Fue, en cambio, destinataria de la siguiente pregunta introductoria: "Y tú, Izaskun, ¿qué? ¿Eres de la Gipuzkoa profunda?" Izaskun respondió que no, que de hecho era navarra, y siguió almorzando.

La "Gipuzkoa profunda" no es, claramente, un término "meramente geográfico" para mi querido amigo bilbaino, ni para el mencionado mandatario. De acuerdo al sociólogo y filósofo francés Jean Baudrillard, este término no denota una "geografía real" que "está ahí afuera". ¿Qué institución o persona estaría en condiciones de establecer los confines de este "territorio", después de todo? ¿De enunciar de manera precisa su densidad poblacional, las características socio-demográficas de sus habitantes, sus principales actividades económicas y productivas? ¿De trazar la delgada o ancha línea que la separa y diferencia de la "otra Gipuzkoa", aquella menos "profunda"?

El término "Gipuzkoa profunda" no hace referencia a una "geografía real". El mismo denota, más bien, una "construcción social de la realidad geográfica"; constituye, así, aquello que el historiador y politólogo Benedict Anderson denominaría un "territorio imaginado". En tanto tal, la noción de "Gipuzkoa profunda" viene acompañada de una perspectiva ideológica y cultural y, también, trae un proyecto de acción política asociados... De estas últimas cosas sí entiende -¿suponemos?- el mentado mandatario.