Basauri. Unai Gallego tardará mucho en olvidar el día de Año Nuevo de 2010. A sus doce años, salió a dar un paseo a las 11.00 horas de este primero de enero por las calles de Basauri. Junto a su primo, celebraba, a la manera en que lo hacen los niños, la entrada en el nuevo año. En esas estaba cuando de repente, encontró lo que a sus ojos resulta ser todo un tesoro: Un petardo "de los grandes" sin explotar.

Ni cortos ni perezosos, los dos niños se pusieron manos a la obra en tratar de encenderlo, "para ver qué pasaba". Como no ocurría lo que esperaban, Unai acercó su cara al artefacto para comprobar por qué no explotaba. En esos momentos, el pertardo estalló, provocándole quemaduras de segundo grado en todo el rostro. Además de la piel, el petardo se llevó por delante su pelo y sus cejas, además de clavarle las pestañas dentro de los ojos, por la fuerza de la deflagración.

Tras un gran susto y un día entero ingresado en la unidad de quemados del hospital de Cruces, este crío se recupera en casa de sus heridas. "Aunque van sanando y parece que no va a ser tan grave como parecía el primer día, el gran susto que se ha llevado mi hijo no se lo quita nadie", lamenta Juanma, su padre, quien denuncia la "incoherencia" que supone la prohibición de comprar este tipo de artefactos incendiarios, sobre todo, para los menores de edad, cuando "las calles se convierten en un campo de minas durante las vacaciones de Navidad. Se pueden encontrar petardos de todo tipo, colores y tamaños esparcidos por el suelo al alcance de cualquiera. Muchos de ellos, además, están sin explotar".

"Después de intentar concienciar a nuestros hijos del peligro que supone manejar este tipo de artefactos, resulta que se los encuentran por las calles tirados a montones. No hay derecho a que ocurran cosas así", denuncia este vecino de el barrio de El Kalero, quien espera que el caso de su hijo no se repita. "Lo veo muy difícil, pero espero que mis palabras lleguen a quien corresponda para que una desgracia así no vuelva a ocurrir", asegura todavía con la rabia en el cuerpo.

Y es que aunque Unai evoluciona bien gracias a un montón de cremas y ungüentos que se tiene que esparcir cada día, "todavía tiene media cara levantada".

Seguimiento médico A partir de ahora, el chaval tendrá que ponerse bajo vigilancia médica. "Unas quemaduras se están curando más rápido que otras, así que no hay manera de saber cómo va a quedar definitivamente. Tendrá que ser visto por un médico, quien irá evaluando lo que hacer en cada momento y si, finalmente, es necesario someterle a alguna intervención de cirugía plástica para que desaparezca cualquier rastro del incidente", explica Juanma.

El dato positivo es que Unai no ha sufrido apenas dolor, según comenta aliviado su aita. "Desde el primer momento ha estado con morfina y calmantes por lo que no ha notado mucho dolor. Lo peor ha sido el momento en el que se vio con las vendas. Entonces no sabía cómo iba a quedar su cara. Ahora que le han quitado los vendajes, está mucho mejor", recuerda su padre.

Tras superar ese calvario, llega el turno de pedir responsabilidades. Por lo menos, es la hora de "denunciarlo públicamente, a ver si alguien nos escucha". "Cuando nosotros éramos niños, los petardos que existían, como mucho te chamuscaban los dedos. Los que se venden ahora son auténticos artefactos de competición pirotécnica con nombres como TNT, XXL o Superfalleros, adquiridos, la mayoría de las veces, por los mismos padres que se desplazan hasta las empresas que los fabrican, ya que en las tiendas normales no los venden", critica este vecino basauritarra. De hecho, la mayoría de las tiendas de Basauri la víspera de Nochevieja no despachaban ni siquiera las típicas bengalas de toda la vida porque "este año tampoco nos han dejado", explicaban algunos comerciantes.

A pesar de ello, las calles siguen siendo testigos de ruidosas explosiones y larguísimas tracas. Así las cosas, muchos de estos petardos, en su mayoría supuestamente ilegales, acaban en manos de quienes no huelen el peligro y lejos de servir para la diversión adulta, llegan a ser manipulados por niños y adolescentes, a veces porque los tienen en casa y otras, porque se los encuentran en la calle, como es el caso de Unai. "Todos hemos sido niños y un petardo sin explotar supone una gran tentación para ellos. El de Unai dio la casualidad de que estaba en mal estado, pero esto no se puede consentir", dice Juanma.