sigue siendo el día más recordado. O, al menos, el que más llama la atención. Heinrich Himmler, reichführer o jefe de las SS y mano derecha de Adolf Hitler -muchos se refieren a él como número dos del régimen-, visitó Gipuzkoa el 19 de octubre de 1940. Fueron unas pocas horas, no demasiadas, pero marcaron uno de esos capítulos que nunca se van de la memoria de quienes lo han presenciado, de sus testigos. Llegó a las nueve de la mañana, se fue pasadas las tres de la tarde y en medio dejó varias fotografías para la historia: Himmler en el Náutico, Himmler en la Diputación, Himmler paseando por las calles de Donostia e Irun con el brazo en alto... Durante medio día, Himmler fue el único protagonista de cuantos pisaron suelo guipuzcoano.
La parada se enmarcaba dentro de una visita programada para entrevistarse con Franco en Madrid. Vino acompañado por un séquito de 25 oficiales y entró en el territorio a través de la muga de Hendaia. Le acompañaban, entre otros, el jefe de su Estado Mayor y futuro responsable del internamiento de judíos rusos en el campo de concentración de Treblinka, Karl Wolf; el embajador de Alemania en España, Van Sthorer; el agente secreto de la inteligencia alemana Otto Rhan; y el médico Karl Gebhart, que más tarde experimentaría con la inyección de sulfanilamida en las heridas de las prisioneras polacas y rusas del campo de Ravensbrück. Además, en todo momento permaneció junto a él Adolf Falkenhausen, jefe de la Sicherheitdienst, el servicio de seguridad e inteligencia de las SS.
recepción por todo lo alto
Himnos, desfile y flores
Tras ser recibido, también entre otros, por el general de la VI región militar López Pinto y el jefe de la Policía Armada, general Sagardia, Himmler fue agasajado por las dos secciones -de ambos sexos- del partido nacionalsocialista de Gipuzkoa que le esperaban en la avenida de Francia de Irun. Su llegada se celebró por todo lo alto. Tras pasar revista junto a los jefes del partido nazi en España, Hans Thomsen, y Gipuzkoa, Wilhem Beisel, Himmler escuchó atentamente los himnos de ambos estados y recogió, de manos de una niña de la comunidad alemana, un ramo de flores. Además, alumnos del Colegio Alemán de Donostia fueron enviados (vestidos con uniformes de las juventudes hitlerianas) para dar mayor color al acto.
Éste, sin embargo, apenas duró unos minutos. Porque, a las 09.30 horas, el líder de las SS estaba ya en Donostia. En concreto, en la plaza de Gipuzkoa. Allí, nuevamente, pasó revista a las tropas y presidió, desde el balcón de la Diputación, el desfile de la Falange y de las JONS. Posteriormente visitó el museo San Telmo, el Club Náutico (en el que le prepararon un pequeño almuerzo) y, finalmente, el monte Igeldo. Desde este último, en el que apenas disfrutó del paisaje por culpa de una densa neblina, partió en coche rumbo a Burgos (por el camino paró en Etxegarate y Alsasua).
Reemprendía de esa manera su viaje a Madrid y, también, a Barcelona. Porque, tras entrevistarse con el caudillo, Himmler visitó las montañas de Montserrat, dando fuerza al rumor que decía que su visita estaba ligada, en realidad, a la búsqueda en Cataluña del Santo Grial. Atrás quedaba, en cualquier caso, su única estancia en Gipuzkoa. La que llevó a cabo el 19 de octubre de 1940, casi cinco años antes de ser detenido -el 21 de mayo de 1945- por las tropas británicas y de suicidarse con una cápsula de cianuro potásico.
león degrelle
Un "Heinkel 111" en La Concha
No fue la suya, pese a todo, la única presencia de un militar de alto rango en Gipuzkoa. Pocos días antes de que Himmler se quitara la vida, el avión Heinkel 111 que transportaba a León Degrelle (a quien el propio Himmler había ascendido a general de las SS la víspera de la capitulación alemana y que huía desde Noruega) se estrelló en la bahía donostiarra de La Concha.
Era el 8 de mayo de 1945 (un día después de recibir su nuevo cargo) y el aeroplano, propiedad personal del ministro de armamento Albert Speer, apenas había conseguido sobrepasar los Pirineos tras quedarse sin combustible. El accidente causó gran expectación y congregó a cientos de personas en el arenal de la capital guipuzcoana pero, muy lejos de generar información, no protagonizó ninguna noticia. Degrelle -que había partido de Oslo- huía para evitar ser detenido y la mención del incidente lo habría delatado. Por eso, hubo silencio.
Herido grave y con varias costillas rotas, el que fuera fundador del rexismo en Bélgica y oficial de las Waffen SS (cuerpo de combate de élite) fue trasladado al hospital militar General Mola de Donostia, donde permaneció un año. Después recibió una nueva identidad (León José de Ramírez Reina) y, protegido por las leyes franquistas, evitó su captura y comenzó una nueva vida en Málaga.
Murió a los 87 años, en 1994, después de haberse convertido en un próspero empresario de la construcción y sin que le pasara factura su condición de criminal de guerra (pese a ser juzgado en rebeldía y condenado a pena de muerte). Incluso se libró de un intento de secuestro por parte de los servicios secretos israelíes, que trataron de extraditarlo sin éxito en 1961.
fiedrich gollwitzer
La visita al santuario de Loiola
Pero Degrelle tampoco completó el listado de mandos nazis que cruzaron el Bidasoa. En mayo de 1941, cuando mayor era la presencia alemana en el País Vasco y atraído por la figura de San Ignacio de Loiola, el general de Infantería Fiedrich Gollwitzer realizó una visita al santuario de Azpeitia. Lo hizo junto a sus oficiales, en otra de esas jornadas que aún hoy siguen recordándose por encima de las demás.
Golllwitzer, que también estuvo en Donostia -al igual que Himmler, visitó el monte Igeldo-, había sido ascendido a general y se encontraba destinado en Baiona. Más tarde, en marzo de 1943, sería trasladado al frente ruso y caería prisionero en los alrededores de Witebsk, en Bielorrusia. Pero, por aquel entonces, comandaba la 88ª división de Infantería a orillas del Adour.
Él protagonizó otra de esas escapadas que los nazis de mayor jerarquía hicieron a este lado del Bidasoa. Visitas que formaron parte de una ocupación militar (la de Iparralde) de cuatro años pero que, por sí solas, representan episodios de enorme valor histórico. Son las historias de los Himmler, Degrelle y Gollwitzer, pero también la de Euskal Herria.