Un contacto israelí no quiere hacerlo. Su empresa de alquiler de embarcaciones está asentada y teme que el negocio se le vaya a pique. No se atreve. Ni por dinero. La motivación suprema. Hay que buscar el cayuco en otro lado mientras la mañana camina mansa e insufrible, por el calor soporífero, por la humedad que enturbia la mente, en Victoria. La búsqueda acaba en un elegante embarcadero donde se apilan yates de lujo de tamaño mediano que flotan sobre un mar tan azul, tan transparente, que parece de mentira. Agua de una piscina del tamaño de un océano. Se detiene allí una pequeña embarcación de recreo. El patrón es un africano espigado que cuando sonríe muestra la deslumbrante blancura de sus dientes. Apenas habla. Sólo pilota. Rumbo al puerto comercial.

Es prácticamente imposible conseguir un permiso para colarse en la zona portuaria donde esperan los atuneros vascos bajo pabellón español la llegada -hoy- de los guardas privados que, armados, deben velar por su seguridad ante la amenaza de los piratas. Ante tal hermetismo, sólo hay una manera de acercarse a uno de los barcos: entrando al puerto comercial por la mar en una embarcación de recreo, poniéndose a la par de uno de los atuneros y esperando un milagro.

Llega, el milagro, cuando Ángel Fernández, gallego de Bayona, cuerpo fornido como son los de los arrantzales y rostro de clásico lobo de mar a quien la blanca barba cubre parte de la oscura tez, invita con convicción a trepar hasta la cubierta del Elai-Alai. El atunero es de la compañía Echebastar y alcanzó el jueves el abrigo de Puerto Victoria para descargar las pocas rentas de casi tres semanas de faena sin protección armada en los caladeros del este, donde el riesgo de ser acosado por los piratas es menor. "Pero sólo en teoría, porque luego escuchas que un atunero ha sido atacado en este o aquel sitio que están también lejos de la zona de riesgo y entonces ya no sabes qué pensar".

Un par de frases El que se expresa con cierta resignación es Urko Castiella, joven iruindarra empadronado en Santurtzi y primer oficial del Elai-Alai. Lo hace en el puente de mando del atunero bermeotarra, hasta el que ha hecho de guía Ángel Fernández. La visita, improvisada y lanzada desde la embarcación de recreo que ha entrado en el puerto comercial y se ha detenido junto al atunero, no dura más que un par de frases, pues pronto irrumpe en el barco la autoridad portuaria.

Son un chico moreno, delgaducho y uniformado que rastrea sabueso hasta el último rincón del barco para buscar a los polizones, y una mujer más bien oronda con cara de perro rabioso que no para de gritar y agitar sus brazos carnosos mostrando su enfado. Mejor no saber qué dice. Ambos escoltan al grupo hasta la oficina de la autoridad portuaria donde su superior, el chief executive officer, serio, con voz de templo, lanza una advertencia de arresto en caso de reincidencia. "No se puede entrar al puerto sin un permiso oficial. ¿Lo tienen?". Había preguntado antes con ironía. Como nadie había asentido, porque nadie tenía el papel, la escolta del hombre delgaducho y la mujer que le duplica en masa se prolonga hasta la salida.

Antes, el chief enfurecido se ha bajado de su altar para bromear, charlar y hacerse una foto de pose con los amonestados. "Mandádmela a mi correo electrónico", ha rogado alargando su tarjeta al fotógrafo. "Está hecho", le ha prometido éste. Y el simpático agente ha sonreído satisfecho.

Así que la espera es bajo la canícula y al otro lado de la verja gobernada por la roña. La custodian hasta seis policías que revisan con escrúpulo la documentación y registran incluso los maleteros de los coches. "Esto", dice sorprendido Ramón Güeto, tripulante coruñés del Elai-Alai que pasa las horas muertas en la mar boxeando con Castiella, "no se había visto nunca en este puerto. Tanta seguridad... Es por la situación... la prensa... la tensión...".

Incertidumbre y drama Arde enrarecido el ambiente en Victoria. Es de plomo; pesa, incluso duele. La incertidumbre, el drama que vive la tripulación del Alakrana, que cumple hoy su 44 día de cautiverio a manos de los piratas somalíes, es un corrosivo del alma que también penetra por los poros de los intrépidos arrantzales, los hombres de resistencia infinita, inexpugnables. Auténticos acorazados.

"Hay de todo. Algunos se expresan con rabia, otros muestran su pena, el miedo... ¿Yo? Todos estamos jodidos, pero intento no pensar en ello, en la situación que están viviendo ellos y sus familias y en el riesgo que corremos nosotros. De todas maneras, si pensase que nosotros también vamos a ser secuestrados, no saldría; sería de estúpidos", explica el primer oficial navarro, que esboza una sonrisa al ver la portada de DEIA del pasado jueves en la que los jugadores del Athletic, acompañados de algunos familiares de los arrantzales secuestrados, portan una pancarta con el lema Gure arrantzaleak askatu antes del partido de Copa ante el Rayo Vallecano. "Esto nos hace una ilusión tremenda. Algo así... Es que a nosotros no nos aplauden por trabajar, pero se agradece que en una situación como ésta no se nos deje en el olvido. Ese cariño del pueblo lo sentirán también los arrantzales del Alakrana. Ya han dicho que lo agradecen".

"Moralmente les vendrá bien para afrontar una situación de la que psicológicamente van a salir mal. A mí me estremeció cuando el patrón, que es amigo mío, dijo que le estaban apuntando con un arma y le daba igual", confiesa Castiella, puntualmente informado de todo lo que ocurría con el Alakrana y lo que se cocía en Euskadi cuando estaba en alta mar. "Nos mandaban mensajes de e-mail con los recortes de prensa. Todo era sobre el Alakrana, sobre las novedades del secuestro y las movilizaciones en casa".

"Experiencia penosa" Ángel Fernández, el contramaestre del Elai-Alai, también ha abandonado el barco, ha cruzado la zona portuaria y se ha plantado al otro lado de la ridícula verja inexpugnable. Ha mirado la foto del Athletic en la portada de DEIA y se la ha pasado sonriente a un arrantzale bermeotarra que la examina con semblante serio, masculla entre dientes, pura evocación, "el Athletic", y constata que en la foto no están todos los familiares. "Faltan algunos", sentencia.

Nada más. Se cobija el arrantzale vizcaino en un anonimato comprensible que elude Fernández, junto con Mikel Arana, el único tripulante del Playa de Bakio -el atunero secuestrado por los piratas en 2008- que sigue trabajando en el Índico y que llegó a navegar junto al hoy patrón del Alakrana, Ricardo Blach.

"El apoyo, el respaldo, es importante. Sobre todo para los familiares. Son los que peor lo pasan en una situación como ésta, mucho peor que los propios secuestrados. Yo no olvido lo que viví. Es un mal recuerdo, una experiencia penosa. Pero en el Alakrana lo están pasando peor de lo que lo pasamos nosotros. Es mucho más tiempo, el trato de los piratas no está siendo bueno...", dice el gallego, que agrava el tono de su voz cuando le preguntan si siente miedo cada vez que sale a la mar.

"¿Miedo? Más que miedo. ¿Pero qué voy a hacer? No puedo quedarme en casa sin hacer nada. Tengo mujer e hijo y estoy obligado a salir. Llevo pescando desde los quince años. No sé hacer otra cosa", enfatiza el contramaestre del Elai-Alai, cuyo patrón, Jon Soto, se perfila como el sustituto de Ricardo Blach en el Alakrana cuando éste sea liberado por sus captores.

De momento, Soto y su tripulación esperan la llegada de los guardas privados, prevista para hoy, y el reaprovisionamiento para volver a zarpar a la mar en aproximadamente diez días. Son marineros en tierra: "Donde se pasa quizás hasta peor que en la mar porque ves el revuelo que se ha formado y todo el mundo te dice si has escuchado esta o aquella noticia y entonces... Yo intento evadirme, no pensar en el Alakrana y en los piratas. Total, nosotros no tenemos nada que hacer", zanja Castiella.