E inicia estos días la vacunación del profesorado de educación infantil y especial, y después le tocará el turno al de educación primaria y secundaria. El Gobierno vasco ha anunciado que, para la primera de estas categorías, se empezará por los centros públicos para continuar con los concertados. No he sido capaz de encontrar la razón de priorizar la enseñanza pública. Salvo que se justificara mejor, esta prelación no debería repetirse, a mi juicio, cuando toque la vacunación en primaria y secundaria.

Sin duda es necesario un orden para proceder, pero si no está fundado en razones consistentes, sería mejor establecer otro criterio aleatorio. No consigo ver qué mayor vulnerabilidad o qué mayor riesgo hay en la educación pública con respecto a la educación concertada que justificara una eventual preferencia. Si lo que se prima es el mantenimiento del derecho a la educación, en todas las aulas se ejerce el mismo derecho que es merecedor de igual protección. Si lo que se busca es respetar la conciliación de las familias, a ambos tipos de educación sería igualmente aplicable. Si lo que se cuida es la protección de los trabajadores, no veo que la administración pública pueda hacer distingos con los suyos en relación al derecho a la salud y en la gestión de un recurso sanitario que es de todos y para todos sin discriminación. En definitiva, si hay un criterio objetivo, sería recomendable comunicarlo. Si no lo hay, sería deseable buscar otro principio que no corriera el riesgo de ser percibido como un agravio comparativo innecesario a la educación concertada, sus trabajadores, sus estudiantes y sus familias.

Esta semana ha traído consigo otra polémica más sonada. A raíz de la dimisión de la portavoz de la oposición en Vitoria, se ha debatido sobre la relación entre lo público y lo privado cuando se trata de los políticos y sus partidos. Christian Thomassio, un jurista alemán a caballo entre los siglos XVII y XVIII que estoy estos días descubriendo, dejó escrito un consejo que conviene aplicar aquí: "no seas un fariseo, aplícate a ti mismo la perfección que tú exiges a los demás".

Resulta tan irritante la actitud de algunos partidos y políticos que se muestran siempre puros, vestidos en virginal vestido de boda, campeones de una doble moral falsa y blanqueada, sobreactuando la indignación y mostrando con el dedo acusador los lamparones de los demás, que cuando uno les descubre alguna mancha que ocultaban en su ropa interior tiene la tentación de aplicarles la misma medicina de sus inquisitoriales e hipócritas procedimientos. Pero de pronto recuerdo la frase de Thomassio y prefiero aplaudir a quienes proceden con mesura. Aunque claramente peque de ingenuo, me gustaría que este desgraciado incidente fuera una oportunidad para todos de aprender a ser más humanos.

Hay dos formas de aplicar la máxima de Thomassio. La más obvia es empeñarnos en alcanzar la perfección antes de exigirla a otros. La otra consistiría en aprender a no pedir a los demás lo que somos incapaces de hacer: así rebajaríamos bastante el tono sumarial con el que nos hemos acostumbrado a dirigirnos a los demás. Pienso que una moderada y equilibrada combinación de ambas actitudes sería lo mejor.

De todas formas la lección de esta semana nos la han dado algunos de los mayores de 100 años que se han vacunado. Huyendo del tono paternalista con el que a veces los medios se acercan sin el debido respeto a los ancianos, debo confesar que las declaraciones de algunos de ellos me han impactado profundamente: llenas de fuerza, de alegría, de valentía, de generosidad, de esperanza y de ganas de aprender y de vivir. Me quedo con esa enseñanza. No necesito otra cita de Thomassio para terminar.