Iglesias, a punto de ser nombrado vicepresidente, regresa al lateral del hemiciclo en el que sus diputados festejan. Después de mucha urna y mucha batalla, ha cumplido su objetivo y llora. Aquel 7 de enero a Sánchez y Iglesias no les unió el amor sino la tozudez de las urnas, y a juzgar por lo acontecido desde entonces, su relación se basa más en los roces que en el cariño, pero aún así van avanzando. "Ha sido un primer año de rodaje, pero muy duro", debido a la pandemia, dicen en el lado socialista del Gobierno, el más reacio de primeras a gobernar en coalición. Pero el balance es positivo, pues era previsible que hubiera diferencias entre los socios y ha habido incluso menos de las que algunos podían prever. Ahora, de cara a este 2021, ambas fuerzas políticas se reafirman en la necesidad de seguir trabajando para reforzar una coalición todavía en rodaje, y se conjuran para agotar la legislatura.

A la investidura de Sánchez le sucedieron semanas de armonía. Nombró el Gobierno con más ministros de la democracia, un total de 22 (17 socialistas y 5 de Podemos) que definió como "progresista" y "con espíritu de equipo". Tras la foto de familia en el primer Consejo de Ministros, las dos alas del Ejecutivo comenzaron a conocerse, tratarse y "engrasar sus relaciones" incluso con un encuentro en una finca de Toledo.

En aquellos primeros compases se aprobó la revalorización de las pensiones, subió el salario mínimo hasta los 950 euros, Pedro Sánchez visitó al president Quim Torra en Barcelona y la mesa de diálogo sobre Cataluña echó a andar en Moncloa.

Pero pronto las rencillas afloraron y, ya a finales de febrero, el Ejecutivo libró su primera batalla pública a cuenta de la ley de libertad sexual que impulsaba Irene Montero, y que el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, quería frenar por considerarla jurídicamente inconsistente.

Desde el 14 de marzo al 21 de junio España vivió en un estado de alarma bajo el que el Gobierno como "mando único" decretó uno de los confinamientos más estrictos de Europa y durante el cual emergieron disputas por los ERTE, la vivienda, la oportunidad de impulsar con rapidez el Ingreso Mínimo Vital o si podían pasear o no los niños.

Sánchez e Iglesias han desbloqueado conflictos en las reuniones periódicas que mantienen, habitualmente los lunes. Su relación es por lo general cordial. Aseguran en su entorno que ambos se escuchan, dialogan, discuten y se entienden, pero tampoco tanto como para irse de cañas. En el marco de esas reuniones se han alcanzado acuerdos, entre ellos el que permitió rebajar el discurso altisonante de Podemos contra el intento de los socialistas de negociar las cuentas con Ciudadanos.

"El PSOE sabe que con Podemos no va a contar para unos Presupuestos con C's", había lanzado el partido de Iglesias, empeñado entonces en pactarlos con ERC y EH Bildu, como al final sucedió. Los Presupuestos los aprobaron hasta 11 partidos y 188 diputados, entre los que no se contaron los diez naranjas.

Y con un Gobierno que suma solo 155 escaños de los 350 de los que se compone el Congreso, esa dicotomía entre mirar a la derecha o a los independentistas se perfila como una de las claves de la legislatura. Porque la estrategia del ala socialista es la de la "geometría variable", es decir, la de no cerrar puertas y menos a C's, en quien los de Sánchez siempre ven a un aliado potencial.

La estrategia de Podemos es trasladar a los medios de comunicación su descontento cada vez que hay un "sapo" que no se quiere tragar, mientras que el PSOE, se queja Podemos, "ignora" sus demandas hasta que ya no tiene más remedio que atender los gritos que ya ha oído el vecindario entero. Sobra decir que Podemos sapos se ha comido algunos, y el primero bien temprano, cuando Sánchez nombró a la exministra Dolores Delgado -cuya dimisión había pedido Podemos- como fiscal general del Estado. También han recibido a cambio el apoyo cerrado de su socio en asuntos como la situación judicial del partido o la eventual imputación de Iglesias.

Nadie sabe si, de no existir el coronavirus, se habrían abrazado Sánchez e Iglesias el día que el Congreso aprobó sus Presupuestos, pero lo cierto es que en las últimas semanas no se ve entre ellos complicidad alguna.

Incluso se ha visto a la ministra Portavoz, María Jesús Montero, pedir al líder de Podemos que aflojara su presión. "No seas cabezón", se le escuchó decir en los pasillos del Congreso. Pero Iglesias entiende que "claro que va a haber discusión, porque así es la política y así son los gobiernos de coalición", según explicó el mismo día de la aprobación de los presupuestos.

Lo cierto es que, pese a que los augurios de que el Ejecutivo de coalición sería inestable y frágil, el Gobierno de Sánchez ha venido demostrando apoyos suficientes en el Congreso, pues, con la única excepción del decreto de los remanentes municipales, todo lo demás lo ha sacado adelante.

Salvó el Gobierno hasta finales de junio sus prórrogas al estado de alarma, superó con éxito la moción de censura de Vox, ya tiene presupuestos, y ha sacado adelante la reforma del sistema educativo y la legalización de la eutanasia con un apoyo amplio, de 198 diputados de los 350.

Entre tanto, las relaciones entre el PSOE y el principal partido de la oposición, el PP, no atraviesan su mejor momento. El órgano de gobierno de los jueces sigue bloqueado y dolió al lado socialista del Gobierno la falta de apoyo en la pandemia de Casado. Ya sabían que el PP, por cómo ha actuado siempre, iba a intentar "embarrar" la situación por el apoyo de EH Bildu a las Cuentas, pero electoralmente no les preocupa teniendo en cuenta que no hay elecciones en el horizonte cercano. Con los Presupuestos aprobados, toca impulsar muchos asuntos de la agenda pactada para el Gobierno de coalición. Quedan tres años para que una llamada a las urnas desestabilice una relación entre el PSOE y Podemos que es, pese a los ruidos, cordial. Sánchez e Iglesias caminan juntos, no hay de momento otro compañero de viaje posible, aunque cada uno sepa que el calor en realidad lo dan sus filas. En ellas se refugian, como hicieron aquel 7 de enero.