Para evitar un péndulo que rompa el equilibrio entre representatividad, democracia y poder es necesario reformas profundas en el sistema político. Regenerar supone refundar proyectos, renovar liderazgos, escuchar de verdad a la ciudadanía.

Con las cosas serias no se juega, nos dicen. La estabilidad del sistema no puede ponerse en peligro, nos advierten. Cabe recordar, frente a estos corsés o frenos, que tan constitucional es proponer una reforma del texto de la Constitución como promover la realización de una consulta popular en torno, por ejemplo, a algo tan trascendental como el modo de organización política del Estado (monarquía o república parlamentaria).

¿Por qué no se tiene la decencia política suficiente como para afirmar de frente y sin ambages que sencillamente no se quiere hacer ni tal reforma ni tal consulta ciudadana, en lugar de ocultar sus verdaderas posiciones, cuando afirman que no se puede materializar ni una ni otra?

Cabe recordar las palabras del rey emérito en su mensaje de abdicación, cuando aludió literalmente a que "los ciudadanos llegarán a ser protagonistas de su propio destino". ¿Qué mejor forma de materializar tal previsión habría que consultando a los ciudadanos acerca de "una decisión política de especial trascendencia", como señala el art.92 de la Constitución?

Si se analiza todo lo acontecido en "cuestiones de Estado" desde la transición de la dictadura a la democracia puede comprobarse cómo esa tesis del riesgo se ha impuesto siempre que se ha querido atenazar a la ciudadanía bajo el miedo al cambio, apelando al coste de inseguridad y desequilibrio que una reforma profunda del sistema podría representar.

Nunca es buen momento para quien en realidad no quiere cambiar nada ni pretende afrontar reformas que en realidad consolidarían y reforzarían el sistema a través de su actualización y modernización. ¿Para cuándo una reformulación del sistema de articulación territorial de poder político en España? ¿Por qué no seguir ejemplos de buenas prácticas en reformas constitucionales modernas como los ofrecidos por Alemania, Francia, Portugal o Italia?

¿Por qué cuando sí se reformó la Constitución en un solo día, como se hizo por el pacto entre PP y PSOE, el argumento fue, curiosamente, el peligro que supondría no haberlo hecho? ¿Por qué cuando abdicó el monarca (ahora emérito, pero monarca) se volvió a activar la tesis inmovilista del riesgo? La monarquía es muestra del pacto constitucional, se nos dice, y garantiza la tranquilidad política, institucional y económica. ¿Por qué se argumenta demagógica e incorrectamente, como si fuésemos inmaduros y desinformados ciudadanos, que "fue el rey quien nos trajo la democracia"?

Demasiadas preguntas sin respuesta que provocan malestar y desapego hacia el sistema por parte de la ciudadanía. Las grandes revoluciones cívicas se instalan en el ADN social de forma silente. Y la inercia o la pasividad no resuelven nunca por sí solas los problemas sociales. Ojalá los dirigentes políticos "responsables" perciban esta deriva antes de que sea demasiado tarde. Por el bien del sistema y de la regeneración democrática.