Esta semana hemos tenido una gran oportunidad de volver al teatro. Se ha estrenado la adaptación de la mítica obra del lehendakari Aguirre De Guernica a Nueva York pasando por Berlín. La adaptación del libro y de sus diarios ha sido firmada por Patxo Telleria. No les descubro nada a estas alturas de partido si les digo que Telleria tiene una de las trayectorias teatrales más creativas y solventes de nuestro país y que seguramente ha tocado, siempre con acierto, todos los palos de la profesión.

Las primeras funciones se han presentado en Bilbao (Arriaga) y Donostia (Victoria Eugenia). La entrada al teatro, en la función a la que yo asistí, estuvo muy bien organizada. La salida fue ordenada y sin aglomeraciones. El personal que asistía en la entrada y salida fue muy eficiente y amable. El público se comportó como debía: mascarillas en todo momento bien puestas. Primera conclusión: las condiciones de seguridad para ir al teatro son muy buenas. Excelentes.

La obra cuenta las peripecias del lehendakari Agirre en aquellos meses de huida trágica que le hicieron pasar por Cantabria, Cataluña, Francia, Bélgica, Alemania y Estados Unidos. Un periplo tan loco y desesperado que por momentos se hace absurdo y casi humorístico. La obra no teme tratar todas las facetas humanas de la desventura: desde la visión política más heroica, desde la experiencia de guerra traumática, desde la carga de la responsabilidad institucional de representar a un país vencido pero no rendido, hasta las vivencias personales, domésticas o familiares que tocan el amor, el miedo, el humor, la necesidad material y sus miserias, la duda y el arrojo casi despreocupado que a veces puede dar la desesperación.

Dirige Fernando Bernués. Iñaki Salvador permanece en escena, ante el piano, desde el primer al último segundo. Salvador subraya los ritmos, las emociones y las tensiones con suavidad sin pisarlos, sin ahogarlos. En ocasiones el diálogo entre piano y palabra se hace explícito, en otras la música nos ayuda a saltar de un lugar a otro sin que la transición se haga brusca o forzada. Mientras tanto Iñaki Rikarte se echa entre pecho y espalda una hora de monólogo del que no sobra ni una frase ni un minuto. Rikarte es creíble como lehendakari, político y hombre, ni presenta un personaje de cartón piedra ni necesita jugar a la imitación y a veces se vale, cuando toca, de un uso muy natural de los acentos.

Una representación que con pocos y aparentemente sobrios medios, donde quitarse o ponerse un abrigo equivale a todo un cambio de escenario, consigue el milagro de la grandeza. Una obra que une la historia local con la universal y el pasado con el presente. Termina con una reflexión breve y sutil, muy actual, sobre los refugiados en el mundo y las sociedades que saben acogerlos.

Yo que tú, amigo lector, no me perdería un emocionante espectáculo que es parte de nuestra historia y parte de lo que somos: al parecer pasará por algunas localidades vascas las próximas semanas (y si yo fuera programador, gestor cultural o concejal de cultura, por más pasaría).