BUSCO un centro de gravedad permanente”, cantaba Franco Battiato en su más conocido tema. Albert Rivera dejó de buscar ese centro político hace unos meses y optó por escorarse sin complejos hacia la derecha, lo que le ha llevado a un fin prematuro de su carrera política. Y es que Ciudadanos ha seguido en el último año el manual de lo que no hay que hacer en política, adoptando una serie de estrategias y decisiones difíciles de comprender y que han derivado en la debacle electoral del pasado 10 de noviembre, que le dejan en riesgo de extinción. Así, la formación naranja abandonó por completo su función de partido bisagra, gracias a la que irrumpió en el Congreso hace cuatro años, para escorarse a la derecha hasta límites insospechados, desconcertando a un electorado al que no tenía fidelizado.

Hace poco más de medio año las cartas pintaban bien para un Rivera crecido tras las resultados de las generales de abril, que se vio en condiciones de sorpassar al PP como partido insignia de la derecha española -solo nueve escaños y 200.000 votos les separaban-. Pero la política es imprevisible, más si cabe en los últimos tiempos, y en la cabeza de los naranjas no podía pasar la repetición electoral, en la que los votantes optaron por la derecha auténtica y se trasladaron en masa al PP o incluso a Vox, al que Ciudadanos abrió la puerta de las instituciones, pactando con ellos sin ningún reparo para gobernar en Andalucía, Murcia o Madrid.

Por el camino, Albert Rivera apuntaló gobiernos locales y regionales del PP haciendo caso omiso a la lucha contra la corrupción y a la regeneración de las instituciones, dos señas de identidad naranjas desde su salto a la política estatal. Todo ello siguiendo ciegamente una estrategia que se ha demostrado errónea y que obedecía al desprecio a Pedro Sánchez, al que prefirieron poner un cordón sanitario -lo que no hicieron con la extrema derecha- en lugar de optar por gobernar tras el 28-A con el PSOE, con el que sumaban una holgada mayoría absoluta. Dichos factores han acabado propiciando el hundimiento electoral de C’s -y está por ver si también la extinción total del partido-, al haber recaído sobre ellos la culpa del bloqueo y la repetición electoral.

Debacle récord

Los números son claros: el partido naranja ha perdido 47 diputados y 2,5 millones de votos, y todo ello en el tiempo récord de medio año. La conclusión de este desastre ha sido la inevitable dimisión de su hasta ahora único líder, pero tanto antes como después Ciudadanos ha sufrido un goteo constante de bajas entre sus primeras espadas. Primero fueron las principales caras del sector crítico las que abandonaron el barco, descontentas con los bandazos ideológicos, los pactos con la extrema derecha y el veto a Sánchez. Fue el caso el pasado verano del eurodiputado Javier Nart o de Toni Roldán, esta última una de las salidas más sonadas al ser el responsable de los programas económicos de la formación.

En ese momento hubo más voces en la Ejecutiva -entre ellos, el líder en Castilla y León Francisco Igea o el eurodiputado Luis Garicano- que pidieron un giro de timón y el regreso a la centralidad, ante lo que Rivera se blindó con el apoyo de sus más cercanos. Ahora, tras el desastre del pasado día 10, son esos fieles quienes han ido dejando sus cargos uno tras otro, asumiendo sus responsabilidades en uno de los mayores desplomes políticos que se recuerdan. De esta forma, Juan Carlos Girauta, portavoz parlamentario que perdió su escaño; Fernando de Páramo, ex secretario de Comunicación; y Fran Hervías, ex secretario de Organización, siguen los pasos de Rivera y abandonan la política. Se queda en la nave temporalmente José Manuel Villegas, que también ha anunciado su retirada una vez se celebre el congreso de renovación del partido a principios de 2020.

Así, la única cara conocida que quedará en Ciudadanos -y presumiblemente lo liderará- será Inés Arrimadas, que ya ha mostrado su disposición a dar un paso al frente para presidir una organización reducida a su mínima expresión a nivel estatal, aunque sí goza de poder territorial en Madrid, Andalucía, Castilla y León o Murcia, donde comparte ejecutivos autonómicos con el PP. También conserva presencia en Catalunya, donde esta legislatura ha sido la primera fuerza en el Parlament de forma estéril.

De cualquier manera, la nueva Ejecutiva que salga del congreso que se celebre a principios del año que viene contará con recursos limitados para sacar adelante el proyecto y reanimar un partido al borde del colapso. Y es que otra de las derivadas del pésimo resultado electoral es la pérdida de fondos y subvenciones públicas: Ciudadanos se ha dejado por el camino el 67% de las partidas por representación en el Congreso, que quedarán en cerca de 1,5 millones por sus diez diputados. Con esto se les complica, entre otras cosas, conservar su sede de cinco plantas en la madrileña calle Alcalá, así como mantener el elevado número de personal y asesores.

Problemas territoriales

Otro quebradero de cabeza para la formación naranja es la progresiva reducción de la militancia en los últimos meses y, sobre todo, sus apuros para implantarse territorialmente en todo el Estado, un problema que el partido arrastra desde su expansión más allá de Catalunya. En este sentido, todo el proceso de formación de ejecutivas autonómicas de Ciudadanos ha estado repleto de embrollos judiciales e incluso de primarias trampeadas, como en Castilla y León el pasado mes de marzo. Euskadi no ha estado exenta de estos vaivenes: el secretario de Organización Javier Gómez fue relevado fulminantemente de su cargo en septiembre por tratar de cerrar una alianza con el PP para concurrir juntos en las pasadas generales en la CAV.

Todos estos factores han influido en la caída antológica en las urnas y condicionan el futuro de un partido que, antes de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa, disputaba en las encuestas al PP la primera posición. A partir de ahí, Ciudadanos descarriló con su giro sin frenos hacia la derecha. Ahora, intentará a buen seguro aprender de los errores y volver a buscar el centro, ya se verá si esta vez de forma permanente.