A tenor de las prohibiciones, limitaciones y recomendaciones que han caído sobre Biarritz, Lapurdi y las riberas del Bidasoa en las últimas semanas y meses por el G-7, lo mejor que se puede ser entre el 24 y el 26 de agosto en la ciudad biarrota es Donald Trump. Y como él, cualquiera de los mandatarios internacionales de las principales potencias económicas del mundo que aterrizarán en Iparralde durante esos tres días.

“No he oído a nadie hablar bien de que venga el G-7 en estas fechas: ni comerciantes, ni vecinos ni nadie”, reconoce Antxon Massé, abogado cuyo despacho está en Donostia y vecino de Biarritz. El comeciante Serge Isquert asume que es lo que hay: “Ya pasará, no hay otra solución, es así y con ello habrá que trabajar”.

El día a día de la ciudad se va a ver alterado de viernes a lunes. El Ministerio del Interior francés ha dividido Biarritz en dos grandes zonas de seguridad. Sobre la primera, la Z1 que abarca la primera línea de playa entre el Rocher de la Vierge y Pointe Saint-Martin, han recaído todas las prohibiciones. Nadie que no sea vecino o miembro de una delegación podrá acceder a este espacio y deberá hacerlo a pie. Todos los aparcamientos, bien sea en superficie o subterráneos, quedarán limpios de vehículos durante esos días.

En esta zona se encuentran los principales puntos de interés del G-7: Hotel du Palais, el Casino, el centro Bellevue, el Ayuntamiento y la plaza Sainte-Eugénie. La zona más distinguida de la ciudad y que ha su vez, ha sido objeto de cuatro subdivisiones. Si un vecino tiene acceso a uno de esos cuatro subsectores, podrá acceder al resto de la zona roja, pero no a los otros tres subsectores especiales.

“El problema principal para los habitantes es que la mayoría es de la tercera edad”, explica Massé sobre esta zona, que ha provocado que algunos vecinos se autoorganicen a través de las redes sociales.

Todos los puntos de recogida de la basura habrán desaparecido. En total, cerca de 45. No son las únicas afecciones para unos vecinos que necesitarán mostrar permisos especiales para acceder a su calle. “Piensa que no van a poder ni subir las persianas ni abrir las contraventanas”, asegura Massé. “Está prohibido. No sé qué van a hacer: si las abres, ¿te van a disparar?”, advierte el letrado con cierta ironía.

“Habrá alteraciones en la zona marítima”, reconoce Isquert, que cree “claro que ahí la vida se detendrá, sobre todo para los comerciantes, pero más allá de esa zona, no creo. Será solo ahí, cerca de la Grande Plage y en el paseo. Yo vivo en el centro de la ciudad y ahí la vida seguirá”.

Isquert, comerciante, trata de rebajar la especie de psicosis que se ha generado en torno a la cumbre internacional. “El problema es que fuera de Biarritz mucha gente habla del G-7, pero aquí...”, rebaja este comerciante, que se propone trabajar y “el día 27 ya veremos a ver. No hay otra salida. Han impuesto esto y hay que tirar hacia adelante”.

“No veo todo esto como un fantasma”, señala Isquert, que también se ha tenido que sacar “esa especie de badge para poder movernos a pie o en coche. La vida sigue”. Ese badge es un permiso o acreditación para acceder hasta donde se puede acceder. Sin esa acreditación, que además de los vecinos también la necesitan los visitantes, no se puede pasear por ninguna de las zonas biarrotas.

“Se notan cosas raras”

“Se nota que va subiendo la tensión poquito a poco. Como dijo el otro, notamos cosas raras. Están cableando un montón, reforzando el sistema de fibras de la ciudad, se nos ha ido la electricidad varias veces?”, describe el ambiente Massé. Ya se perciben los preparativos. Sobre todo, los vinculados con la seguridad: “Han controlado quién vive en cada sitio, han hecho fotos de las terrazas y los balcones, a ver dónde puede esconderse alguien. Aunque se disfrace de la señora de la limpieza, a un poli se le acaban viendo las botas”.

La cita que arranca el sábado 24 de agosto monopoliza las conversaciones, según Massé: “Entras en un bar, pides una ronda y es una ronda servida con charla sobre el G-7 por parte del patrón, que te cuenta su vida, sus problemas y te dice que está hasta las narices. A mí me han dicho que hay gente que está contenta, pero no he encontrado a ninguno”.

“La sensación es que los que se pueden ir se van. Dejan la casa cerrada y a tomar viento”, zanja Massé, que advierte de la dificultad de aquellos que reciben “familia y te vienen a veranear. Ha habido que acreditarlos y no podrán ir a la playa. La Grande Plage estará cerrada, pero todo el mundo que va a ahí, irá a la pequeña del puerto viejo o a la de la Costa de los Vascos, que está muy bien, pero solo se puede utilizar en marea baja”. Ir a la playa también estará condicionado: cerrado el afamado arenal biarrota, en los contiguos solo estará permitido el baño y los deportes náuticos en los primeros 300 metros. En el resto del área de seis por nueve millas náuticas que rodea a la cumbre se podrá navegar a un máximo de 12 nudos.

Massé establece una pequeña comparación para este G-7: “Es como las pruebas deportivas en San Sebastián, que cortan todo pero luego dices qué bonito queda en la tele y se habla de San Sebastián”. A diferencia de una prueba deportiva, en el caso de las restricciones que ha impuesto el Gobierno galo a cuenta de la cumbre internacional “hay aspectos que rozan la inconstitucionalidad francesa”, reconoce este abogado. Se refiere, por ejemplo, a dos cuestiones como la de la libertad de movimiento y el derecho a manifestación que se van a ver coartados o suprimidos. Los antiG-7 ya han anunciado que tratarán de burlar estas restricciones.

Zonas enteras de Biarritz cortadas al tráfico, líneas de autobús que serán suprimidas -además de las que verán alterado su recorrido-, estaciones de tren como las de la propia ciudad, Baiona, Getaria y Bokale estarán cerradas además de la del Topo en Hendaia; y quien piense en tomar un vuelo desde el aeródromo biarrota deberá cambiar de planes, ya que desde el 23 al 26 se destina solo al G-7.

“Hay gente que dice que sí, que le fastidia, pero que así se habla de Biarritz... ¡Como si Biarritz necesitara que se hablase más!, cuando somos 24.000 habitantes y en julio y agosto tenemos 150.000 personas viviendo, que no se pueden mover”, lamenta Massé, que ilustra un ejemplo de esta misma semana: “Para comprar la carne, el pan y cuatro tomates me he tirado una hora en las tres colas que he hecho. Esto es agosto”.

Con la vista puesta en los próximos días, entre la zona roja y la zona azul, donde la seguridad será algo menos estricta -y los vecinos podrán emplear sus vehículos, registrados anteriormente-, hay problemas comunes.

Afección del día a día

“En el portal nos van a poner un puesto de control entre la zona roja y la zona azul”, describe Massé. Y relata una de las múltiples pequeñas afecciones que genera este G-7: “Tenemos un garaje cerca de la zona roja, pero para ir hasta allí tenemos que dar un rodeo que si ahora llegamos en dos minutos, necesitaremos diez, porque el camino más corto es una calle que está en zona roja. El coche lo podremos sacar de la zona azul, con su identificación”.

Otro de los problemas comunes lo padecerán los comerciantes: “El problema que tienen los comerciantes es que si no lo tienen abierto, no les van a indemnizar, porque es lo que les han prometido. Por ellos, cerrarían, porque si no se puede entrar, ¿quién va a ir a comprar? ¿Los delegados?”. A estos apunta el documento G7 en clair que el Gobierno francés y el Ayuntamiento de Biarritz editaron en junio.

Biarritz ya cuenta los días para la llegada de Trump, Macron, Angela Merkel, el japonés Shinzo Abe, el canadiense Justin Trudeau, el italiano Giuseppe Conte y el británico Boris Johnson. La ciudad espera además a cerca de 3.000 personas que formarán parte de las delegaciones y otros tantos periodistas, se parecerá muy poco a la habitual. En Baiona han reforzado el palacio de justicia con barracones. El jueves ya hay previstas reuniones preparatorias del G-7. Es la última cita de los responsables de preparar una cumbre que se promete luchar contra las desigualdades. Aunque eso suponga blindar Biarritz.