bilbao - El comienzo de la sesión de investidura de Pedro Sánchez solo ha servido para enredar aún más la situación y para que la luz al final del túnel sea cada vez más débil. La discreción de las últimas horas saltó por los aires y quedó en evidencia que el bloqueo continúa en las conversaciones para dar entrada a ministros de Unidas Podemos en el gobierno, porque Sánchez pretende retener las carteras de Estado y las que definen la política económica, ofrece una vicepresidencia simbólica, y Pablo Iglesias se niega a que su bancada sea un mero florero. Pero, más allá de las discrepancias de fondo, lo que hubo ayer fue un durísimo enfrentamiento personal y televisado entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que amenaza seriamente la investidura. Iglesias rompió la discreción después de que Sánchez marginara a su grupo al dedicarle apenas una nota al pie de página en su discurso, mientras se centró de manera sorpresiva en pedir las abstenciones del PP y C’s. Iglesias desveló lo que pide y las negativas que ha recibido desde el PSOE. A partir de ahí, se desató el caos. Exponer al desnudo sus diferencias en los discursos de investidura hizo un flaco favor a la negociación, porque la jornada acabó con un evidente deterioro de la relación que parece difícil de reconducir no ya para la votación de hoy, sino para la definitiva del jueves.

Sánchez contribuyó a este entuerto al ningunear a Podemos, que solo afloró al final de su discurso con una mención de poco contenido. Provocó que Iglesias tomara la palabra con el ceño fruncido y con un evidente gesto de disgusto por lo que consideró un desaire y una muestra de desinterés. Los dos acabaron hablando de la repetición electoral del 10 de noviembre, con intención de culpar al otro de su convocatoria. Sánchez fue el primero en ponerse en la hipótesis de que no haya acuerdo y ofreció un pacto de legislatura, mientras Iglesias acabó revelando datos de las negociaciones a voz en grito. El líder de Podemos cerró la discusión con un aviso lapidario: “Si convoca nuevas elecciones, me temo que no será presidente nunca”. Las posiciones se han hecho públicas con tanta contundencia que será difícil ceder para cualquiera de ellos.

sin otras mayorías Sánchez consiguió despertar más recelos que adhesiones con su discurso, que fue un monólogo sobre la subida del salario mínimo, un pacto de Estado sobre las infraestructuras donde se supone que entra el TAV vasco, la inversión del 5% del PIB en educación, o la reforma de la Constitución para evitar nuevas situaciones de bloqueo en la investidura, lo que sonó a atajo para evitar las negociaciones con los grupos. Desconcertó a sus socios potenciales con un discurso que era más propio de quien tiene ya los apoyos necesarios que de un partido que tiene 123 de los 350 escaños. Su intervención, con una duración histórica de dos horas, pasó de puntillas de manera sorprendente por el problema catalán y la negociación con Podemos. Incluso los presos de JxCat le dieron una mala noticia al cambiar de posición y unirse al sector más inflexible que defiende el voto en contra.

Sánchez afronta hoy la primera votación, donde necesita una mayoría absoluta que no iba a lograr de todos modos con o sin Podemos. La votación clave tendrá lugar el jueves. Le basta con sumar más votos a favor que en contra. Sus cálculos pasan por ser investido con el voto a favor de Unidas Podemos y las abstenciones del PNV y ERC, que quizás cambie de opinión si no hay pacto con Podemos. En contra tendrá como mínimo los 151 votos del PP, C’s, Vox, Navarra Suma y Coalición Canaria, mientras que el PSOE, Unidas Podemos y los regionalistas cántabros son 166. El rechazo de Iglesias cerraría todas las vías.

SIN GRAN COALICIÓN Quedó claro que Sánchez está cada vez más abocado a apoyarse en Podemos y en grupos minoritarios como el PNV, además de las abstenciones catalanas. La gran coalición con C’s, por la que suspira la patronal española, es imposible. El líder de C’s, Albert Rivera, confirmó su apuesta por una estrategia de confrontación al pedirle que dimita si hay sentencia condenatoria por los ERE andaluces, y exigió también los ceses de los ministros Marlaska (por la polémica del día del Orgullo), y Calvo (por sus declaraciones capitalizando el feminismo para el PSOE). Sánchez solo pronunció dos frases en su réplica: “Nos ha quedado claro. He entendido el mensaje”. Desde el PP, Casado atacó con el debate catalán, pero no fue tan lejos. Cerró la jornada Abascal desde Vox, con un discurso centrado en la inmigración. Ningún partido de la derecha española tiene intención de facilitar la investidura. Hoy tomarán la palabra los nacionalistas vascos y catalanes.

Sánchez no comenzó con buen pie la jornada. Ya se conocía que el principal obstáculo con Podemos era pactar su entrada en el gobierno, que sigue sin despejarse pese a la renuncia de Iglesias a ser ministro. Por lo visto, el PSOE ofrece una vicepresidencia simbólica, y transformar algunas secretarías de Estado en ministerios, como el área de Infancia. Pero todo lo que tenga que ver con el núcleo duro de la economía está vedado para el grupo de Iglesias. El líder de Podemos quiere que su renuncia le compense y obtener a cambio para su partido carteras de peso con las que influir y poder fijar un impuesto a la banca desde Hacienda, subir el salario mínimo hasta los 1.200 euros desde Trabajo, bajar la factura de la luz en un pulso con las eléctricas, o gestionar Igualdad, Transición Ecológica y Ciencia. “Nos dijo que ni hablar. No nos vamos a dejar pisotear ni humillar por nadie”, avisó, para invitar a Sánchez a una gran coalición con la derecha española. Podemos avisó de que no aceptará ser solo un “decorado”.

Sánchez dejó un poso inquietante en esta sesión al especular con que no haya acuerdo. Utilizó el condicional “si finalmente no llegamos a un acuerdo para gobernar en coalición”, y planteó pactos de legislatura o, directamente, que Podemos se abstenga a cambio de nada.

La gestión de la investidura por parte de Sánchez está levantando suspicacias en el resto de grupos, que no descartan que su intención sea repetir las elecciones el 10 de noviembre con el propósito de vaciar de apoyos a Unidas Podemos, aunque es un arma de doble filo porque el sainete de los últimos días puede penalizar al PSOE y desmovilizar a sus votantes. El PNV, al menos ayer a última hora, aún no había recibido una llamada del PSOE para negociar su voto. La última comunicación que tuvieron se remonta al 8 de julio.

La rivalidad entre el PSOE y Podemos es total y existe una desconfianza grave entre sus líderes que, cada vez que irrumpen en la negociación o hablan en público, distancian aún más a sus partidos. Con este problema de convivencia, parece cada vez más difícil acordar un gobierno de coalición, pero para Podemos es delicado ceder ahora en esta exigencia porque sería una derrota. Los dos principales partidos que tendrían que sostener la estabilidad de la legislatura en los próximos cuatro años están enfrentados y podrían haber dado hoy el golpe de gracia a su diálogo.