UANDO Estados Unidos ha saldado la guerra más larga de su historia, las preocupaciones en torno al déficit, la deuda y la inflación parecen evaporarse a la sombra de la industria militar. El Senado aprobará el presupuesto de defensa anual para 2022 que asciende a 778.000 millones de dólares, 37.000 millones más que en tiempos de Trump. Es probable que el Senado adjunte al presupuesto el proyecto de ley de competitividad, que añade 52.000 millones en calidad de “bienestar corporativo” para una serie de señaladas empresas de microchips. Este proyecto de ley también contiene una “donación” de 10.000 millones a las empresas de Jeff Bezos, para la “exploración espacial”. En resumen, el presupuesto de defensa para 2022 asciende a más de 1 billón de dólares, mucho más que durante los peores años de la Guerra Fría o que durante las guerras de Vietnam y Corea.

Es difícil de entender que los Estados Unidos gasten tanto en defensa cuando el país nunca ha sido atacado desde que el general Santana asaltó El Álamo en 1836... Sin embargo, según cifras publicadas recientemente por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, el gasto en defensa de los Estados Unidos aumentó en 44.000 millones entre 2019 y 2020. La república invierte más en armas que los siguientes once países del mundo juntos, que suman un gasto total oficial de 761.000 millones. Estos son, por orden de inversión en gasto militar, China, India, Rusia, Reino Unido, Arabia Saudí, Alemania, Francia, Japón, Corea del Sur, Italia y Australia. La república gasta tanto en defensa que el Pentágono no sabe qué hacer con el dinero: Según la Oficina de Responsabilidades del Gobierno (GAO), conocida como “la agencia de investigación del Congreso”, en los últimos once años el Pentágono ha tenido que devolver la astronómica suma de 128.000 millones al tesoro público porque no ha podido gastar todo lo que tiene.

Mientras tanto, el Senado ha pasado meses discutiendo la Ley de Reconciliación. Cuando se discute la inversión para expandir Medicare y cubrir gastos médicos, todos los senadores republicanos y los senadores azules Manchin y Sinema han dicho que no. “¡Hay que pensar en el déficit!” -se oye en los pasillos del Congreso-. “¿Matrículas gratuitas para alumnos de grado?” No. Hay que tener en cuenta la deuda nacional. ¿Abordar la crisis climática? “No, la inflación nos ahogará” -dicen-. Pero la Cámara de Representantes ha aprobado la ley de autorización del gasto de defensa nacional de 2022 por 316 votos a favor y 113 en contra: Gastar un billón de dólares en un año en defensa no genera deuda, ni déficit ni inflación. Todos sabemos que Sanders es un radical y por eso votará “NO”. Lo es porque ha presentado una enmienda para reducir el presupuesto militar en 25.000 millones de dólares, que es precisamente el monto que ha propuesto el presidente y lo que ha solicitado el departamento de defensa. Es un radical porque si se aprueba esta enmienda se evitaría que las empresas de microchips reciban dinero de los contribuyentes a menos que acuerden hacer partícipes a éstos de sus beneficios. En otras palabras, si las empresas privadas se van a beneficiar de más de 53.000 millones de los contribuyentes, las ganancias obtenidas por estas empresas deben compartirse con los ciudadanos, no solo con los accionistas. Tal vez sea una idea radical, pero estas fueron las condiciones impuestas a las corporaciones que recibieron asistencia de los contribuyentes en virtud de la ley CARES que fue aprobada en el Senado sin ningún voto en contra. En otras palabras, todos los miembros del Senado votaron en favor de las condiciones que incluye la enmienda de Sanders. Pero sólo él es un radical.

Bernie es tan radical que hasta ha denunciado que desde 1995, Boeing, Lockheed Martin y United Technologies han pagado más de $3.000 millones en multas o compromisos relacionados con fraude o mala gestión. Además, los mismos contratistas de defensa que han sido declarados culpables o llegaron a acuerdos en causas por fraude, están recibiendo suculentas compensaciones: sólo en 2020, los directores ejecutivos de los cinco principales contratistas recibieron un total de $105.5 millones en calidad de compensaciones. Y entre 2017 y 2020, más de 1.000 millones. Y los directores ejecutivos ganan más de cien veces más que el secretario de defensa.

Según la GAO, la cartera de adquisiciones de 1,8 billones del Pentágono ha acumulado más de 628.000 millones en sobrecostos. La comisión de contratos en Irak y Afganistán concluyó en 2011 que se habían perdido entre 31.000 y 60.000 millones a causa del fraude y el despilfarro. En 2015, el inspector general especial para la reconstrucción de Afganistán informó que el Pentágono no podía justificar 45.000 millones en fondos para proyectos de reconstrucción. Y más recientemente, una auditoría realizada por Ernst & Young para la agencia de logística de defensa descubrió que no podía justificar unos 800 millones en proyectos de construcción. En 2019, mientras realizaba la auditoría actual, la Marina encontró un almacén con equipos por valor de $126 millones que nadie sabía que existía.

Y aquí un ejemplo más de la ideología radical de Sanders: “Todo esto es inaceptable”.

En 1967 Martin Luther King advirtió que “una nación que año tras año gasta más dinero en defensa que en programas de mejora social, se acerca a su muerte espiritual”. Y el senador de Vermont lanza más ideas radicales: Cuando en uno de los países más ricos del mundo cerca de 40 millones de ciudadanos viven en el umbral de pobreza, y cuando más de 500.000 no tienen hogar, nos acercamos a la muerte espiritual. Cuando tenemos la tasa más alta de pobreza infantil de Occidente y cuando millones de estadounidenses están en peligro de pasar hambre, nos acercamos a la muerte espiritual. Cuando decenas de miles de estadounidenses mueren cada año porque no pueden permitirse pagar la factura médica, y uno de cada cinco no puede pagar los medicamentos que les recetan sus médicos, nos acercamos a la muerte espiritual.

Y aún más sitio para su radicalidad: Si la abrumadora mayoría del pueblo demanda que le pidamos a las grandes corporaciones que paguen la porción que les corresponde de los impuestos, eso es lo que debemos hacer. Cuando el pueblo americano demanda abrumadoramente que hagamos frente a la industria farmacéutica y reduzcamos el costo de los medicamentos, eso es lo que debemos hacer. Si el pueblo demanda que ampliemos los servicios sociales para cubrir prestaciones médicas que actualmente no cubre, eso es lo que debemos hacer. Si el pueblo entiende que debemos combatir la amenaza existencial que supone el cambio climático, eso es lo que debemos hacer.

Y tal vez las más radical de las ideas de Sanders: “Que los ancianos sonrían con dientes en la boca”.

Walter Lippmann dijo que cuando se comunican cosas desconocidas y complejas a grandes masas de gente, la verdad sufre una distorsión radical. Pero también ocurre cuando se comunican cosas sencillas y cercanas como que todo menor debería tener acceso a tres comidas diarias. Lo simple se transforma en complejo, lo hipotético en dogmático y lo relativo en absoluto. Y ahogados en este éter político, la obediencia es una forma de suicidio social: Solo a su sombra es permisible llamar radical a lo incontrovertible.

EE.UU. gasta tanto en defensa que el Pentágono no sabe qué hacer con el dinero y ha tenido que devolver 128.000 millones