Y lo copia a todo lo largo: va a trancazos oratorios con China, denigra políticamente a Maduro, da largas a los aspirantes a inmigrantes, piafa en las relaciones con Irán y acogota aún más con sanciones el proyecto del 2º gasoducto ruso-alemán a través del Báltico.

Igual que con Trump, pero ahora con la firma de Biden. Tanta reedición de metas y modales le hace preguntarse a uno si en la Casa Blanca habita actualmente Trump II.

Evidentemente, no. Pero, quizá, la sociedad estadounidense sigue siendo la pugnaz y prepotente de la colonización, del "destino manifiesto" y de creaciones imperiales.

Las maneras son las que más se asemejan, si bien otros aspectos han evolucionado mucho€ aunque no sepamos si siempre ha sido para bien. Y sin olvidarnos de que casi seguro que -vulgaridad y agresividad, aparte- la política de Trump era mucho más cercana a la realidad de lo que reconocía y reconoce la oposición demócrata de entonces y su prensa afín (es decir, la mayoría, tanto dentro como fuera de Estados Unidos).

Ahora, defenestrado Trump, la oposición que lo echó del poder no tiene ambages en asumir su herencia política, incluida buena parte de sus modales.

No habría de sorprendernos: los problemas a que se enfrentaba el expresidente siguen estando ahí y las soluciones que no encontraba Trump, tampoco las ha encontrado hasta ahora Biden. Parece que es muy difícil encontrar lo que no existe.

En realidad, el desafío es mayúsculo y cualquier equipo gobernante iría a tientas, al igual que los dos últimos presidentes estadounidenses. Porque, en resumen, los EE.UU. siguen siendo la primera potencia del mundo tanto económica como militarmente. Pero su superioridad en ambos campos ya no es tanta como al final de la "guerra fría"; la sociedad estadounidense se ha relajado -consecuencia inevitable del bienestar prolongado- y rehuye los esfuerzos que consideraba normales, obligatorios, sus padres y abuelos.

Para mayores males, este relajamiento interno pone en entredicho una de las herencias más marcadas de la era colonial: el rigor moral y ambicioso de los "peregrinos" que llegaron a América a bordo del Mayflower. Y, claro, con ese problema interno difícilmente se pueden dar lecciones de ética a diestro y siniestro. Bueno: lecciones, sí que se pueden dar, pero nadie las quiere aceptar.

Si a esto se añade que el mundo entero está en un acelerado proceso de transformaciones tecnológicas y sociales, de desplazamientos de mercados (¿quién se podía imaginar hace un par de décadas que China llegaría a ser la 2ª potencia financiera del mundo?) y centros de gravedad del acontecer mundial, -especialmente Asía desplazando a Europa del epicentro de la política mundial- a nadie puede extrañar que la conducta de los residentes de la Casa Blanca se parezcan en exceso.