Al Congreso de Estados Unidos, igual que a la Casa Blanca, han llegado muchas personas de poco dinero pero, en las últimas décadas, la mayoría se han hecho ricos, empezando por la Casa Blanca.No es sorprendente y ni siquiera necesariamente señal de corrupción: a fin de cuentas, los propios norteamericanos aceptan el principio de que “el negocio de Estados Unidos es el dinero” (the bussines of the USA is money) y los políticos de Washington no se quedarán atrás en seguir este principio.

Algunos legisladores llegaron ya con grandes fortunas a sus escaños, y no solamente del Partido Republicano. Entre los demócratas, quienes últimamente insisten en presentarse como los pastores de los pobres, hay personajes como la líder de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, cuya fortuna estimada es superior a los 100 millones de euros.

No la ganó en la Cámara Baja, ni en ningún trabajo anterior, pues jamás en su vida tuvo necesidad de trabajar y de ganarse un sueldo. Hija del alcalde de Baltimore, a quien se le sospechaban afinidades con la mafia local, creció en la abundancia y ahora cobra más de 200.000 euros anuales en el Congreso, pero esta cantidad es una minucia frente a su fortuna personal.

Deudas imposibles

Pelosi no tiene la mayor fortuna del Congreso, sino que hay otros cinco más ricos que ella en la Cámara y muchos otros con huchas repletas, si bien alrededor de una cincuentena no tienen más que deudas… de tipo empresarial. Son personajes capaces de conseguir créditos para financiar diversos tipos de inversiones y la solidez de sus ingresos como políticos y el aval que su oficio representa es tal, que algunos deben más de un millón de euros.

Cierto es que todos tienen garantizado un sueldo de más de 150.000 euros anuales, al que se suman gastos de representación y mantenimiento de oficina, todos a cargo de los contribuyentes. Pero estos sueldos no permitirían avalar deudas diez veces mayores, si no fuera por la influencia de que disfrutan gracias a sus escaños, que les permiten resolver todo tipo de problemas.

Si los legisladores federales son muchos (535 entre senadores y congresistas), quienes realmente se llevan la palma a la hora de cobrar son los presidentes. Algunos, como Wilson, Rockefeller, Kennedy o Bush, llegaron a la Casa Blanca con una fortuna personal considerable. En realidad, esta fortuna les sirvió para llegar a la primera magistratura del país, pues financiar una campaña electoral es una empresa de elevado costo.

Pero como demostraron personajes como Barack Obama o Bill Clinton, el dinero se puede sacar de otros lugares: ya sea por afinidades ideológicas, deseo de poder o cálculo de los beneficios que puede aportar una amistad con la Casa Blanca, hay muchos donantes millonarios dispuestos a apostar por la victoria de su candidato favorito.

Tomemos como ejemplo a Bill y Hillary Clinton, poco avenidos como matrimonio pero excelente equipo como socios políticos y financieros. Poco después de salir de la Casa Blanca, Hillary Clinton dijo que estaban “arruinados” al acabar su término presidencial, algo que contradecía las afirmaciones de su consorte, quien poco antes había declarado a la prensa que no temía por su futuro económico: “Mientras yo esté sano y tenga energías, no van a haber problemas económicos”. Los periodistas se preguntaban cómo, después de ocho años de excelente servicio, casa gratis y un sueldo superior a los 250.000 euros anuales, iban a poder mantener un nivel de vida semejante sin tener una gran fortuna personal.

Y realmente no hubo problema, pero tanto su mujer como especialmente él, tuvieron que trabajar duro para mantener el nivel de vida a que estaban acostumbrados. El sueldo de Hillary como senadora por Nueva York tan solo podría cubrir los gastos más básicos, pues los cerca de 150.000 mil euros no bastaban para pagarse una mansión en el exclusivo barrio de Georgetown en Washington, donde ella tenía que residir como senadora. Estaba además su elegante edificio en las afueras de Nueva York, donde pasaba más tiempo el expresidente. Naturalmente, él también cobra su pensión que, sumada a gastos de mantenimiento, se eleva a más de 800.000 euros. Además, ni él ni ella se han de preocupar por su seguridad, pues el contribuyente americano cubrirá los gastos de una protección semejante a los tiempos de la Casa Blanca, mientras uno de los dos siga en vida.

Todo esto no era suficiente para mantener su nivel de vida y este algo estuvo principalmente a cargo del hombre de la casa, quien se deslomó viajando en primera clase o en aviones particulares para dar conferencias alrededor del mundo, a cambio de 250 a 500 mil dólares. Su mujer también contribuyó al mantenimiento del hogar con su relativamente modesta pensión de senadora y con algunas conferencias, aunque su derrota electoral de hace 4 años redujo mucho el interés y sus honorarios cayeron en nada menos que un 87%.

Más reciente es el caso de la familia Obama, que llegó a la Casa Blanca con escasos fondos y, además, la primera dama tuvo que renunciar a su trabajo de abogada para atender sus obligaciones al lado del presidente. Naturalmente, el sueldo de los presidentes se puede ahorrar en su casi totalidad, pero ellos tuvieron que enfrentarse a los elevados costos de las escuelas privadas de sus dos hijas, quienes asistieron a una de las escuelas más caras de Washington, donde se codearon con los retoños de otras élites políticas y sobre todo financieras, pues Sidwell Friends, que también se encargó de cuidar a la única hija de Clinton, tiene una matrícula anual de unos 35.000 euros.

Esto no significa que los Obama o los Clinton recomienden acceso a las escuelas de élite para todos: ambos han sido paladines de las escuelas públicas, igual que otras luminarias del Partido Demócrata que también mandan a sus hijos a las escuelas privadas.

Y en esto tienen un gran apoyo popular entre los residentes de barrios caros, donde la escuelas públicas (la educación pública se financia con los impuestos del catastro) son excelentes, pero no tanto entre los pobres que no se pueden pagar la escuela privada y viven precisamente en zonas donde los impuestos catastrales son bajos y, como en todo, si se paga poco no se consigue mucho.

Pues bien, los Obama que llegaron a la Casa Blanca sin fortuna personal, se compraron al salir una mansión en la parte más elegante de Washington, donde decidieron quedarse para que sus hijas pudieran completar su educación en los centros de privilegio. Esta casa tenía un costo aproximado de 7 millones de euros, aunque lamentablemente para ellos son vecinos precisamente de otro millonario al que desprecian profundamente: Ivanka Trump, hija del actual presidente.

Y Trump es en esto algo distinto: llegó ya rico a la Casa Blanca y, siguiendo el ejemplo de otros presidentes como Kennedy y Hoover, renunció desde el primer día a cobrar su sueldo, que dona todos los meses y asciende a unos 350.000 euros anuales.

Los Obama no tendrán de vecinos a los Trump en la segunda residencia que acaban de comprar en el lugar favorito de las élites políticas, Martha’s Vineyard, en una isla del estado de Massachussets, por la que han pagado más de 10 millones de euros. Como los Clinton, no amasaron esta fortuna con tapujos sino en buena parte con los derechos de autor de Barack Obama, además de las conferencias que marido y mujer hayan podido dar en diversos lugares del mundo.

El negocio de las conferencias

Y es que las conferencias son la fuente principal de tanto dinero y no benefician solo a los expresidentes: si Obama está cobrando ahora hasta de 400.000 dólares por cada una, Bill y Hillary Clinton se llevaron 150 millones en los primeros 15 años desde que dejaron la Casa Blanca, si bien últimamente su cotización es mucho más baja. George Bush recibe unos 200.000 y no le van muy a la zaga otros personajes con altos cargos: el exvicepresidente Al Gore cobra hasta 100.000, Condolezza Rice (exsecretaria de Estado), 150.000, Ben Bernanke (expresidente de la reserva federal) entre 200 y 400 mil, su colega Alan Greenspan, 250,000, lo mismo que Arnold Schwarzeneger, exactor y exgobernador de California.

Muchos dan buena parte a organizaciones caritativas pero antes aplicaron el principio de que la caridad que empieza por uno mismo: de diferentes partidos y credos políticos, de izquierda a derecha, de orígenes humildes o patricios, todos se apuntan a las prebendas que les ofrece su fama y su historial.