Esta vez, en un estadio deportivo de la ciudad de Tulsa, en el estado de Oklahoma, no solo que hubo espacio suficiente para todos, sino que dos tercios de los asientos sobraban. Las primeras explicaciones eran que unos grupos de jóvenes habían sabido engañar a los organizadores pidiendo billetes que no pensaban usar, pero la Casa Blanca desmintió semejante versión. No se sabe si lo hizo para evitar el ridículo de que unos mozalbetes pudieran frustrar al hombre supuestamente más poderoso del planeta, o porque realmente la causa del escaso público fueron los temores al contagio del corona virus.

Como sea, para Trump, un hombre que siempre ha hecho campañas agresivas presumiendo de tener miles de seguidores y atacando sin piedad a sus rivales, el inicio de campaña se sitúa entre la decepción y el ridículo.

Es algo muy preocupante ante el actual estado de ánimo del electorado, influido de forma muy negativa por la crisis económica causada por la lucha contra el covid-19.

Y esta crisis, además, corre el riesgo de empeorar: los trabajadores en paro, que hasta ahora han cobrado como mínimo cuatro mil dólares mensuales en subsidios de desempleo, perderán estas ayudas en poco más de un mes y las empresas que los podrían contratar de nuevo, tal vez hayan desaparecido, o tengan unas arcas demasiado vacías para darles sueldos tan generosos como las ayudas gubernamentales.

Para Trump, que no ha parado de cantar las excelencias de su gobierno a la hora de crear empleo e hinchar las cuentas de los inversores norteamericanos, es necesario que la recuperación poscovid sea como un despegue vertical, pero hay muchas razones para temer que no sea así.

En este caso, las posibilidades de reelección serían muy bajas, por grandes que sean las limitaciones de su rival en el Partido Demócrata, el vicepresidente de la era Obama, Joe Biden. A pesar de la apariencia senil de Biden y de una campaña electoral casi inexistente, Trump podría unirse a Gerald Ford, Jimmy Carter y George H Bush, para convertirse en el cuarto presidente desde la Segunda Guerra Mundial que no consigue ser reelegido.

De ocurrir esto -es decir, si Biden gana las elecciones-, el país más rico el mundo podría presentar características de república bananera: un presidente (Biden) inoperante por senilidad, cuyas funciones estarían en manos de otras personas, quizá su vicepresidente en caso de ser capaz, o una curia parlamentarias todavía indefinida que se sometería a las corrientes de moda.

O quizá tendríamos también a un ex presidente en la cárcel, lugar al que desean fervientemente enviar a Trump los miembros de la "resistencia" quienes nunca aceptaron su victoria y llevan cuatro años buscando algún motivo para destituirlo.

Claro que Trump podría evitarlo con más medidas bananeras, como seria perdonarse a si mismo, haciendo un uso novedoso de ese poder presidencial ilimitado de indulto, en que probablemente incluiría también a personajes que han ido a la cárcel por haber colaborado con él.

Ciertamente, hay quienes se preparan para la fase pos-Trump. Un ejemplo es su exconsejero de Seguridad Nacional, John Bolton, con un libro de memorias acerca de su época de asesor de Trump, que la Casa Blanca ha intentado inútilmente bloquear justamente E por las críticas contra Trump a quien presenta en una luz tan desfavorable como la "resistencia". O Mary la sobrina del presidente, hija del ya fallecido hermano mayor Frederick Trump, que presenta una imagen familiar del presidente poco edificante.

Pero tal vez estos personajes se adelantan demasiado: es cierto que Trump ha perdido atracción entre sus seguidores; que incluso ha perdido a los militares que antes le apoyaban y ahora expresan opiniones negativas, pero en cambio parece haber ganado puntos entre un grupo siempre opuesto a los republicanos, que es la población negra.

En momentos como estos de disturbios raciales, magnificados por los altavoces de los medios informativos, es paradójico que haya algún tipo de apoyo a Trump entre los negros. Pero aquí, de momento al menos, parece que los enemigos de Trump se han pasado y han conseguido lo opuesto de lo que se proponían: el movimiento Black Lives Matter, (las vidas de los negros son importantes) quiere acabar con la policía en general, pero un 59% de la población quiere mantenerla o aumentarla para su propia seguridad. Entre los negros, el porcentaje es aún mayor pues el 67% está preocupado por las condiciones de seguridad en su zona de residencia.

Y para volver a nuestras primeras líneas, si en Tulsa el estadio no se llenó, cuatro días más tarde, el de de Arizona fue nuevamente testigo de las masas atiborrando otro estadio en su mayor ciudad, Phoenix, para escuchar al presidente desde dentro del recinto, o siguiendo sus palabras en las cámaras de televisión donde, quienes no habían podido entrar, sufrían pacientemente los calores en torno a los 40 grados, para oír a Donald Trump en directo.