Bucarest - El papa Francisco lanzó ayer un mensaje de aliento a la minoría católica de Rumanía, a la que animó a vivir su fe, a fomentar el entendimiento y a convertir “los actuales y viejos rencores” en una “nueva oportunidad de comunión” para el país.

El pontífice argentino dedicó la segunda jornada de su viaje a Rumanía a encontrar a la minoría católica de este país de mayoría ortodoxa, una Iglesia con la que se reunió el viernes a su llegada. Juan Pablo II fue el primer papa en visitar Rumanía en 1999, hace exactamente veinte años, tras la caída del régimen comunista, pero no pudo abandonar la capital Bucarest y visitar a los católicos repartidos por el país, pero Bergoglio ha cumplido ese objetivo.

El día empezó con un viaje al santuario de Sumuleu-Ciuc, situado en la región de Transilvania (centro) y uno de los más importante para la minoría católica, especialmente para los rumanos húngaros.

Francisco ofició la misa en una extensa pradera de los Cárpatos y en su homilía lanzó un mensaje de unión a las distintas identidades sociales y religiosas del país, ante las cerca de 100.000 personas que le escuchaban pese a la lluvia, según cifras de la Santa Sede.

Entre estas estaba la primera ministra rumana, Viorica Dancila, y el presidente de Hungría, János Áder, dada la gran presencia de rumanos húngaros en Transilvania, que pasó a ser rumana tras la desintegración del Imperio Astro-húngaro a principios del siglo XX.

Francisco recordó ante todos ellos que la peregrinación al templo representa a un pueblo “cuya riqueza son sus mil rostros, culturas, lenguas y tradiciones” y pidió no dejarse “robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación”.

“Los complejos y tristes acontecimientos del pasado no se deben olvidar o negar, pero tampoco pueden constituir un obstáculo o un motivo para impedir una anhelada convivencia fraterna”, señaló.

Francisco sostuvo que “peregrinar significa sentirse convocados e impulsados a caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión”. Así como “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos”.

Tras la misa, el papa donó al santuario la “Rosa de Oro” que los pontífices dejan en sus peregrinaciones marianas y después saludó a algunos discapacitados reunidos en la casa diocesana dedicada al obispo Jakab Antal, torturado por los comunistas.

Beatificación Acto seguido puso rumbo a la ciudad de Iasi (nordeste), en la Moldavia rumana, para en primer lugar bendecir la catedral de Santa María Reina, que alberga los restos del beato Anton Durcovici, mártir también del régimen comunista. A las puertas del templo bendijo además una de las piedras de la vía Transilvana que conduce hasta Santiago de Compostela, en España. Después acudió en papamóvil al Palacio de la Cultura de Iasi, donde miles de personas le vitoreaban. Allí, Francisco se encontró con los jóvenes y escuchó el testimonio de uno, Eduard, un estudiante que lamentó públicamente que profesa su fe en medio de “numerosas provocaciones”.

Francisco concluirá hoy el trigésimo viaje de su pontificado viajando a la ciudad de Blaj, en Transilvania, para beatificar a siete obispos greco-católicos martirizados durante la época comunista, además de visitar a la comunidad gitana.

Esta rama del catolicismo se creó a finales del siglo XVII, cuando el Imperio católico austríaco de los Habsburgo se hizo con el control del territorio de Transilvania.

Entonces, algunos prelados ortodoxos rumanos que vivían en la región aceptaron la autoridad del papa católico, a cambio de poder mantener el rito oriental griego-bizantino con que se manifiesta la fe ortodoxa. Desde su nacimiento, esta corriente ha desempeñado un papel de liderazgo en la sociedad civil de Rumanía. Impulsaron la emancipación de los rumanos de Transilvania, y fueron la religión que con más abnegación resistió al totalitarismo comunista. - Efe