Bilbao - El equipo de especialistas que asuma las tareas para diseñar y ejecutar las obras de restauración de Notre Dame se enfrascará durante los próximos años en una cruzada equiparable a la acaudillada hace seis siglos por el monarca francés Luis IX con su túnica de lino, una de las reliquias que pudieron ser salvadas del templo religioso. Otros objetos y elementos arquitectónicos -y ornamentales- no corrieron la misma suerte. El principal, la techumbre; pero también quedaron destruidas las coloristas vidrieras y la artesonada aguja de 96 metros de altura cuyo cruel desmoronamiento fue retransmitido en vivo y en directo.

El primer -y fundamental- asunto que deberá ser acordado por ese Consejo de sabios será decidir qué lenguaje arquitectónico se superpone a los restos del malherido icono gótico y símbolo de la nación francesa. Aunque todo son especulaciones, seguir el modelo medieval parece impensable hoy en día. Otra opción sería la corriente romántica de Viollet le Duc, quien dirigió la remodelación de la catedral parisina (aguja incluida) en el anticuado 1859. Tampoco parece muy probable que esa vaya a ser la línea a seguir en tanto en cuanto la evolución de los materiales y las técnicas de construcción ha sido vertiginosa.

La última opción sobre el tapete -y la que más simpatizantes tiene, según las opiniones consultadas por DEIA- es valerse precisamente de esos conocimientos contemporáneos para devolver su esplendor a la Dama de París. Al menos, es lo que dicta la lógica. Así lo indicaban desde el Instituto español de Patrimonio cuando señalaban la conveniencia de introducir materiales ignífugos “que no se dilaten con los cambios térmicos” y soporten las temperaturas extremas de incendios, por ejemplo.

En una línea similar se expresaba José Luis Corral -escritor y profesor de Historia Medieval- y uno de los mayores conocedores de la biografía de Notre Dame. “Disponemos de aleaciones de materiales que son casi tan ligeras como la madera, el titanio, que permitirían un menor peso en las bóvedas y mayor resistencia al fuego”, indicaba. Además, insiste en un hecho consustancial a la sociedad moderna hipervisual actual: “la gente tiene muchas referencias de cómo es o era Notre Dame y lo más acertado sería intentar aproximarnos en la reconstrucción a lo que hemos visto justo antes del incendio”.

Un par de décadas por delante Nadie sabe, por ejemplo, cómo era la aguja que originariamente regentó los cielos parisinos. Hay unos escritos del siglo XIII de un arquitecto francés... pero no aclaran nada sobre su diseño. Desapareció en el siglo XVIII y fue reemplazada por la neogótica que ayer se derrumbó. “La discusión será peliaguda”, insistía Corral, ya que, en su opinión, marcará un hito en el futuro de la restauración de monumentos artísticos. Cualquier cosa que se haga en la catedral de Notre Dame tendrá la mirada atenta de gente anónima, arquitectos, restauradores de arte,...

“Será cuestión de mucho dinero y de voluntad política. Y de mucho tiempo”, agregaba el historiador. Las dos primeras parecen resueltas gracias al chauvinismo del que siempre ha hecho gala el pueblo francés. El tiempo, sin embargo, ni puede ser comprado ni persuadido para que avance más rápido. Y ya se habla de trabajos que podrían prolongarse décadas... “Menos de veinte o veinticinco años será difícil porque se requieren muchos estudios y preparación”. Lo primero será fortalecer la estructura que ha sobrevivido y luego tendrán que ir fraguando, cuajando, solidificándose, los materiales que se usen.

“Hay que ir poco a poco. No se puede hacer de una sola vez”, apostillaba José María Pérez Peridis, arquitecto y divulgador artístico, al tiempo que se congratulaba por la resistencia de las bóvedas al fuego, probablemente por la carga de tierra que en la época medieval se echaba en los hombros y los riñones de las bóvedas para transmitir bien los empujes al suelo. “Si se ha sostenido la forma, por arriba se puede recrecer con elementos muy ligeros y de mucha efectividad. Habrá que hacer trabajo de dentista: empastar una pieza aquí y allá e ir cosiendo y recreciendo”, describía a DEIA. - J. Fernández