Bilbao

Agca sabía cómo disparar y disparó ciertamente a dar. Pero fue como si alguien hubiera guiado y desviado esa bala". Juan Pablo II estaba convencido de que había sobrevivido al atentado gracias a la Virgen de Fátima, cuya festividad se celebraba aquel 13 de mayo. Y no era el único. También Ignacio Arregui, quien fuera director de los Servicios Informativos de Radio Vaticano durante veinte años, cree que "fue un milagro que se salvara". De hecho, recuerda, una de las balas le atravesó el vientre y, de camino al Policlínico Gemelli, donde el pontífice llegó inconsciente, "temieron que se les muriera". Incluso llegaron a darle la extremaunción.

Ya fuera por suerte o por intervención divina, lo cierto es que el Papa Wojtyla consiguió recuperarse de sus graves heridas y en apenas cuatro días, aún convaleciente, disculpó a su agresor. "Rezo por el hermano que me ha disparado, a quien sinceramente he perdonado", manifestó el pontífice, quien pareció intuir el atentado tan sólo un año antes de sufrirlo. "En su testamento, fechado en 1980, dice: En algunos países la Iglesia se encuentra en un periodo de persecución tal que no es inferior al de los primeros siglos, al contrario, incluso los supera por el grado de crueldad y de odio. Era una especie de premonición de lo que ocurriría de allí a un año", rememora Arregui.

En otro pasaje del mismo documento, Juan Pablo II afirma que "cada uno debe tener presente la perspectiva de la propia muerte (...) yo también lo tengo continuamente en consideración", confiesa. "Esto lo escribía cuando era joven, en la plenitud de sus facultades. Llevaba sólo dos años como Papa y, sin embargo, ya piensa en la muerte. Es significativo", destaca el jesuita.

No en vano el propio Papa declaró, más tarde, que el intento de asesinato no vino sino a confirmar sus peores presagios. "Él mismo admite que en sus planes cabía una posibilidad de éstas dadas las circunstancias en las que fue elegido Papa, su origen, su nacionalidad y la importancia que podía tener esta elección en el equilibrio internacional", contextualiza Arregui.

el primer papa no italiano El ataque conmocionó a la opinión pública internacional, más si cabe tratándose del primer pontífice que no era italiano. "Hubo una tremenda impresión en el pueblo católico porque precisamente la elección de Juan Pablo II había llenado de ilusiones y de esperanza al ver que ya por fin el nuevo Papa no era un italiano. Más aún, que era polaco y que, por lo tanto, estaba en un país comunista y que de ahí podría venir un cambio en la escena mundial", explica el ex responsable de Informativos de Radio Vaticano.

Aliviados, una vez que "se vio que el Papa, aunque con secuelas en su salud, saldría adelante porque era joven y robusto", los ciudadanos asistieron, a través de los medios de comunicación, a la visita que el pontífice realizó el 27 de diciembre de 1983 a la prisión romana de Rebibbia, donde conversó con su agresor durante dieciocho minutos. "Estuvieron a solas. Lo único que sabemos es lo que después dijo Juan Pablo II, que consideraba a Ali Agca como un hermano suyo y había creído necesario ir a visitarle a la cárcel, pero Agca nunca colaboró con la justicia", subraya Arregui.

La magnanimidad del Santo Padre no fue correspondida. "Al principio sí se esperaba que en respuesta al gesto de generosidad de Juan Pablo II, él también tuviera alguna reacción, pero no ocurrió así", relata el jesuita. Sin esperar nada a cambio, el sumo pontífice no sólo le disculpó -"el suyo fue un perdón sincero, no fue pura fórmula", da fe Arregui-, sino que medió por él. "Recibió a la madre de Ali Agca, que acudía para que intercediera por su hijo, en tres ocasiones y, aunque no intervino explícitamente, nos consta que veía con favor que el presidente de la República italiana le concediera el indulto", recapitula el religioso vasco.

papamóvil blindado En la actualidad es impensable, pero a principios de los ochenta no había nada de raro en que el Papa se paseara entre el gentío, en su habitual audiencia pública de los miércoles, montado en un vehículo descapotable. "Por entonces no había el clima de terrorismo internacional que hay ahora. Ni en el Vaticano ni en ningún otro sitio se tomaban tantas medidas de control. El atentado fue un aldabonazo, una llamada de alerta a todos los Estados del mundo para tomar medidas de seguridad ante otros posibles atentados", razona el jesuita, quien destaca que ahora ya hay "controles de metales y el Papa se desplaza en un coche cubierto con vidrios antibalas".

Con él coincide monseñor Vicente Cárcel Ortiz, un historiador que por entonces ya vivía en Roma. "Aquel día había mucha gente. No había controles, el Papa se acercaba a las vallas y saludaba a todo el mundo. Esas cosas cuando pasan nunca las esperas", admite, buceando entre recuerdos.