LA pesca ha sido, hasta un pasado muy reciente, una de las principales actividades económicas de los pueblos costeros del territorio vasco. Numerosos documentos de la Edad Media certifican que ya en aquella época se capturaban, entre otros, merluza, besugo y sardina. Pero, sin duda, la presa que podemos considerar más emblemática, a juzgar por el impacto que tuvo en la economía de aquellos siglos y por los abundantes testimonios que han llegado hasta nosotros a través de la heráldica o de la tradición oral de numerosas localidades, es la ballena, que se cazaba cuando este cetáceo se acercaba al litoral cantábrico o cuando fue preciso buscarlo en aguas lejanas del norte de Europa o de América. Su carne, grasa, huesos y barbas fueron apreciados bienes de consumo y comercio.

La investigación arqueológica ha puesto al descubierto restos materiales que permiten retrasar varios milenios los inicios de esa actividad pesquera. Los hallazgos de utensilios de hueso y asta a los que se les atribuye la función de instrumentos de pesca -arpones o anzuelos-, se han interpretado como vestigios materiales de una elaborada tecnología desarrollada para una práctica eficiente de la pesca en las fases finales del Paleolítico superior. Las imágenes grabadas o pintadas de peces en paredes de cuevas o en pequeños objetos portables, también datadas en esa misma época paleolítica, indican que quienes las realizaron tenían un conocimiento, y una muy posiblemente intensa relación, con ecosistemas marinos. Ahora bien, la más amplia y precisa información sobre la práctica de la pesca por las comunidades prehistóricas se obtiene de los restos esqueléticos de los peces, algunos de ellos de muy reducido tamaño, que quedaron sepultados junto con otros desechos de comida entre los sedimentos arcillosos acumulados en el interior de las cuevas en las que fueron procesados y consumidos. Su recuperación es posible aplicando minuciosas técnicas de excavación arqueológica y su detallado estudio aporta un amplio abanico de conocimientos sobre el medio marino y litoral existente hace miles de años, las especies que lo habitaban y las preferencias y estrategias de quienes lo explotaban.

Hasta hace unas décadas la pesca practicada por comunidades prehistóricas de cazadores-recolectores se asociaba principalmente a la captura de salmónidos, apresados en los cauces de los ríos en su habitual migración para el desove. La pesca de especies marinas, incluso por parte de grupos que ocuparon asentamientos costeros cantábricos, se consideraba una actividad compleja, extraordinaria y difícil de acometer debido a la falta de medios que permitieran la navegación en mar abierto.

Esta percepción está cambiando a partir del estudio de los restos piscícolas recuperados en dos asentamientos de la costa vizcaina: las cuevas de Santa Catalina y Lumentxa, ambos en la línea de costa lekeitiarra. En el primero de ellos, abierto al mar en el corte del acantilado que prolonga las abruptas laderas del monte Otoio, se ha conservado un excepcional conjunto que supera los 4.600 restos, de ellos más de 3.200 identificables, correspondientes a unas cincuenta especies diferentes, cifras que convierten a este emplazamiento en uno de los más potentes y variados registros de paleoictiofauna del Atlántico europeo y, en consecuencia, referencia imprescindible para el estudio de la pesca en la Prehistoria. Esta excepcional acumulación se explica por su localización geográfica y nos permite valorar la importancia de las pesquerías en la variada dieta de las poblaciones prehistóricas. La situación actual de la cueva no se corresponde con la que tuvo en tiempos paleolíticos, ya que el efecto de la glaciación sobre los mares supuso un alejamiento de la línea de costa varios kilómetros mar adentro con respecto a la posición que ocupó tras el deshielo de los casquetes polares. En términos reales, la cueva de Santa Catalina, en los siglos en que dio cobijo a grupos de cazadores-recolectores, no estuvo al borde del mar. Por el contrario, la mayor depredación de restos de origen marino se produjo en unas condiciones medioambientales en las que la costa distaba algo más de cinco kilómetros de la boca de la cueva.

En el segundo asentamiento, localizado en la cara sur del monte Calvario, a muy pocos metros de la desembocadura actual del río Lea, desde las pioneras excavaciones de Telesforo de Aranzadi y José Miguel de Barandiaran, cuyos resultados fueron publicados en 1935, se señaló la existencia de restos de merluza, pez agua y maragota. Las intervenciones más recientes, realizadas por los autores de este artículo, han incrementado notablemente la colección de restos y especies procedentes, tanto de ocupación más o menos contemporáneas a las de Santa Catalina, como de otras posteriores, correspondientes a culturas Neolíticas y de la Edad del Bronce.

Pescar en aguas frías

Hace unos 13.000 o 15.000 años, los rigores de la última glaciación azotaban el golfo de Bizkaia. Con una temperatura media anual que no superaría los tres grados centígrados, una pluviosidad abundante y una temperatura superficial de las aguas del mar de unos 7,5 grados, las condiciones climáticas y ambientales serían similares a las que en la actualidad se producen en la costa del norte de Noruega. En los acantilados, ensenadas, estuarios y playas que ocuparían el espacio entre la línea de costa en época glaciar y la actual, hoy sumergidos bajo las aguas del Cantábrico, proliferaban aves marinas propias de ecosistemas árticos, que fueron capturadas y consumidas, como lo prueban las marcas de corte observadas en sus huesos producidas en su manipulación -desollados, troceados?- con afiladas láminas de sílex. Destacan, por la abundancia de restos, el alca gigante, especie extinta de pingüino, y, por su singularidad bioclimática, el búho nival.

La pesca en estas gélidas aguas durante el final del Paleolítico tuvo una presa excepcional: el bacalao, capturado de forma reiterada y procesado para su consumo. Las numerosas vértebras y piezas craneales recuperadas nos permiten afirmar que ejemplares enormes, de más de un metro de longitud y quizás treinta kilogramos de peso, fueron acarreados enteros hasta los asentamientos, manipulados para arrancar sus agallas, troceados y consumidos en fresco o, muy probablemente, cocinados con ayuda del fuego. El elevado porcentaje de fragmentos con huellas de chamuscado lleva a pensar que estuvieron próximos a las brasas y la abundancia de cantos rodados de arenisca cuarteados y disgregados como consecuencia de un choque térmico producido por la introducción de las rocas incandescentes en líquidos para conseguir su ebullición. No se puede descartar que parte de las capturas fueran ahumadas para su conservación y posterior consumo.

Algunas incógnitas quedan por despejar: ¿tuvieron necesariamente que navegar para acceder a los caladeros, o pudieron atrapar los ejemplares desde la orilla?, ¿cuáles pudieron ser los métodos de pesca? El bacalao es una especie que vive en aguas profundas, muy cerca del fondo. Sin embargo, en determinadas condiciones del agua, puede habitar en capas superficiales, lo que abre la posibilidad de su captura desde uno hasta 600 metros de profundidad. Nos inclinamos a suponer que, en el caso que nos ocupa, las presas se adentraban por entre los canales y estuarios que se abrían en la franja litoral hoy sumergida y en ellos eran capturados en superficie o en rebalses de agua con poco fondo. Muy pocos de los aparejos que pudieron emplear han superado el paso de los tiempos. Posibles redes, cercas o trampas de materia vegetal con flotadores de madera, anzuelos de madera... son instrumentos muy difíciles de recuperar por la investigación arqueológica. Sí se han recuperado, tanto en Santa Catalina como en Lumentxa, diferentes tipos de arpones de asta de ciervo que, muy probablemente, fueran destinados a impactar y retener las presas.

Pescar en aguas templadas

Hacia el 10.000 antes de Cristo se inició un progresivo cambio climático, no exento de fluctuaciones, que moderó los rigores glaciares hasta alcanzar unas condiciones similares a las actuales. Esta moderación de la temperatura ambiental suavizó la de las aguas marinas del golfo de Bizkaia. Las especies animales que se habían refugiado en ellas durante la glaciación emigraron hacia latitudes escandinavas. Estos cambios en el ecosistema del territorio costero no frenaron la captación de recursos marinos. Por el contrario, los registros arqueológicos acumulados en esos momentos muestran una intensificación de la recolección de moluscos, crustáceos y equinodermos -erizos de mar-, que no necesariamente debe interpretarse como una obligada alternativa a la ausencia de otros elementos esenciales de su dieta, caso de la caza de ciervos y renos, sino, más bien, como una confirmación de que las áreas de captación de los mismos, las zonas intermareales, estaban más próximas a los asentamientos una vez que la línea de costa se había acercado a ellos. En consecuencia, el testimonio del consumo de un alimento que requiere el acarreo de valvas y caparazones poco aprovechables se constata en el interior de cuevas que, como consecuencia de la subida de las aguas, se encontraban muy próximas a la costa. En épocas anteriores, con el mar a una mayor distancia, el marisqueo se practicaría en áreas más distantes, que habían ido quedado sumergidas. Tanto en Santa Catalina como en Lumentxa se acumularon depósitos de conchas muy potentes, similares al que se descubrió en la cueva de Santimamiñe, en Kortezubi.

Las vértebras de peces recuperadas en los sedimentos cuyas dataciones de carbono 14 nos sitúan en el Epipaleolítico y en épocas posteriores -Neolítico, Calcolítico?-, pertenecen a especies marinas adaptadas a temperaturas templadas. Desaparece el bacalao e incrementan notablemente su presencia el pejerrey, la sardina, la caballa y la anchoa. Esto indica tanto el cambio en la temperatura del mar como la captura de animales de menor talla, lo que introduce un interesante factor a considerar, el de la posible captura de peces por parte de aves u otros animales que añadirían sus desperdicios a los generados por la actividad humana.

Entre los restos encontrados en Lumentxa destaca la abundancia, sobre todo desde el Neolítico, de merluza, especie que ha sido determinada solo en un limitado número de yacimientos arqueológicos europeos, algunos en el Mediterráneo oriental y otros en las costas del sur de Suecia. También en Santimamiñe se ha recuperado una pequeña cantidad de vértebras de esta presa en tiempos más o menos coetáneos. Como ocurre con el bacalao, la profundidad en la que habita la merluza -unos 200 metros de media- y las características de la plataforma continental frente a Lekeitio nos plantean el interrogante de cuáles fueron los métodos de captura usados por aquellas gentes. En la resolución de este enigma no debemos descartar la más que probable circunstancia de que los comportamientos de las especies animales se hayan modificado con el paso de los tiempos no solo por las cambios ambientales sino también por la presión antrópica de la pesca. Igualmente debemos considerar las variaciones estacionales que afectan a la mayor o menor proximidad de los peces a las costas. Atendiendo a estos factores, y no desterrando de forma absoluta una posible navegación muy primitiva por estuarios y lenguas de mar, cabe suponer que las merluzas se aproximaran a la costa lo suficiente para ser capturadas sin gran dificultad.

Finalmente, queremos valorar la importancia de la aportación nutricional del pescado y, en particular, de las especies marinas, a la supervivencia de las comunidades prehistóricas. La pesca ha sido considerada una actividad secundaria con respecto a la caza e incluso a la recolección de vegetales. Sin embargo, este paradigma debe ser matizado para comprender las formas de vida de los grupos que habitaron espacios litorales en cualquiera de los mares del planeta. En el territorio de la costa cantábrica y del golfo de Bizkaia en particular hubo pesquerías paleolíticas de las que los asentamientos de Santa Catalina y Lumentxa son claros ejemplos. La vinculación al mar y a la captación de recursos no solo está atestiguado en ellos por el marisqueo y la captura de peces y aves marinas que hemos descrito, sino también por la caza de focas -cerca de cien restos en Santa Catalina- o el acarreo de notables fragmentos de costillas de cetáceos, muy probablemente destinados a la conformación de útiles, algunos de ellos, quizás, destinados a la pesca.