Síguenos en redes sociales:

Baroja y Joyce: Literatura en el exilio

El vasco Pío Baroja y el irlandés James Joyce vivieron situaciones personales y reflexiones intelectuales muy similares, siempre con la realidad de sus respectivos países como telón de fondo, en una Europa convulsa

Baroja y Joyce: Literatura en el exilio

el día 2 de febrero de 1882 nacía en Irlanda James Joyce, una de las mayores figuras literarias de todos los tiempos. Ese mismo día, 40 años más tarde, se publicaba Ulysses, la revolucionaria novela que cambió el panorama de la narrativa del siglo XX.

Dentro de nuestras fronteras, el vasco Pío Baroja fue, sin duda, entre los del 98, el escritor más cercano al espíritu de Joyce. Su conocida definición de la novela como “un género multiforme, proteico, que lo abarca todo”, su talante renovador y su concepción coral e independiente de personajes y situaciones recuerdan a su coetáneo irlandés, del que sin duda oyó hablar, cuando menos. Tal vez esta cercanía se deba al hecho de que las vidas de Pío Baroja y James Joyce se desarrollaron en un periodo de la historia en el que las condiciones materiales, las estructuras políticas, y la vida intelectual se vieron profundamente afectadas por el crecimiento y el declive de los imperios europeos y por el surgimiento de los diversos nacionalismos. Ante esta situación, ambos autores afirmaron que sus compatriotas habían intentado encontrar en la política la solución práctica y ética que la religión no había logrado darles. Como consecuencia, vasco e irlandés reaccionaron contra los políticos y contra el clero al sentir que estos dos estamentos habían fracasado.

En su rechazo a la religión Baroja buscó, en un principio, apoyo en la ciencia para, finalmente, hallar este apoyo en la filosofía, mientras que la apostasía de Joyce fue el resultado de su deseo de libertad tanto de expresión como sexual, al que se añadía su rechazo al papel activo que la Iglesia católica jugaba en la política irlandesa. Finalmente, tanto Joyce como Baroja se vieron envueltos en la polémica que rodeaba el papel que el arte debía cumplir en la sociedad y en el interés que se había despertado a final de siglo por la reconstrucción del carácter nacional y la tradición literaria.

Al igual que Joyce, Baroja afirmaba que a diferencia de la gente que cubría los males de su patria con su retórica, favoreciendo de este modo que se extendieran dichos males, el verdadero patriota era la persona que se atrevía a admitir el problema, el que diagnosticaba y encontraba una cura a la enfermedad. Por otra parte, Joyce se negaba a utilizar su arte como una herramienta política y no cambió de opinión cuando su negativa se entendió como apatía, cuando, en realidad, era todo lo contrario. A pesar de haber tratado temas como el nacionalismo, el idioma, la religión y la historia en mayor profundidad que muchos otros escritores que afirmaban ser nacionalistas, tanto Joyce como Baroja fueron acusados de no amar a sus países por expresar sus opiniones en sus obras.

La realidad era que tanto el escritor vasco como el irlandés intentaban escapar de las garras del nacionalismo, el idioma y la religión en su empeño por conseguir la libertad de pensamiento necesaria para crear y revolucionar la novela. Así, ambos autores quedaron impregnados del clima ideológico predominante en Europa y se sintieron asfixiados por la estrechez de miras de sus rígidas sociedades, convirtiéndose en parte del desafío europeo a aquellos valores sociales, artísticos y éticos que acompañaron el nacimiento del modernismo europeo. Esto les llevó finalmente a convertir su obra en un intento de europeizar Irlanda y España, o por lo menos, de hacer sus países más objetivos e inmanentes. Baroja se zafó del modernismo, se escapó de la influencia de sus contemporáneos y creó su propio estilo inconfundible que procedía de su visión del mundo, de su escepticismo radical y de su decepción con la sociedad. Del mismo modo, para Joyce el modernismo no supuso cambiar de un realismo único a una híperrealidad, sino de un realismo que no parecía real a un pluralismo que incluía todas las voces que habían surgido en Irlanda tras la independencia.

Joyce planteaba en su obra cuestiones más amplias sobre nacionalismo, idioma, religión e historia que muchos otros autores que se denominaban a sí mismos nacionalistas, ya que no trataba dichas cuestiones como términos abstractos, sino como las fuerzas que forman o deforman al individuo. Sin embargo, rechazó hacer de su arte un altavoz político incluso arriesgándose a que su rechazo fuera tomado como simple apatía, cuando en realidad se trataba de lo contrario.

INcomprendido Algo similar ocurrió con Baroja, quien, como todos los pensadores analíticos e independientes que no se impusieron las limitaciones ideológicas de ninguna de las dos Españas, se vio atacado tanto por el bando nacional como por el republicano, resultando así incomprendido por la numerosa hueste que representaba la opinión fanática. La vinculación de Pío Baroja, como escritor, con su actividad de articulista al bando vencedor en la guerra, dio comienzo desde los mismos inicios de la contienda, y tiene su expresión definitiva, en un viaje y en la edición de dos libros: su presencia en Salamanca, como miembro de la Academia de la Lengua, en el acto de institución del Instituto de España y la autorización o el implícito consentimiento para la publicación en 1938 del libro Comunistas, Judíos y demás Ralea y la edición, al siguiente año, de un volumen de artículos con el título Ayer y Hoy. Pero no hemos de olvidar, que en el comportamiento de Baroja durante la contienda civil participaron factores familiares. Para Baroja era preciso ofrecer apoyo a los familiares refugiados en Vera de Bidasoa y evitar registros y posibles destrozos en la biblioteca de Itzea. Del mismo modo, hay que tener en cuenta que, durante la guerra, el bando de los triunfadores, había introducido la idea, interesada, por supuesto, para cierta política, de que en los males que hicieron inevitable el enfrentamiento armado, habían influido con sus obras y actos, la Generación del 98. Desde los grupos próximos al poder no era distinta la calificación hecha a la famosa generación, y en el caso de Baroja, el juicio se acompañaba, acentuando su carácter negativo, de una recusación a su actitud anticlerical y atea.

Es indudable que los críticos no fueron del todo justos con ninguno de estos escritores, especialmente en lo ideológico. Los tópicos se volvieron contra ellos. El haber dicho verdades sobre el modo de ser de sus compatriotas, el haber denunciado el sistema político, las intrigas del clero y del ejército, sus actitudes agresivas contra los responsables de la decadencia de sus países, fueran quienes fueran, fueron los motivos principales de la desfiguración de la personalidad y del pensamiento de ambos escritores.

Por otra parte, dejando de lado las trayectorias literarias de ambos escritores y fijándonos en las vitales, hemos de señalar que tras el estallido de la Guerra Civil y, temiendo por su seguridad, Pío Baroja llegó a París, ciudad en la que residía James Joyce, a finales de 1936. Una vez a salvo en París, Baroja fue visitado asiduamente por amigos, periodistas y curiosos. A pesar de que Baroja reclamaba atención y se quejaba de la poca curiosidad que suscitaban los escritores españoles en los medios intelectuales franceses, la prensa saludó la llegada de Baroja a París al menos en tres artículos, con lo que resulta difícil de creer que un ávido lector de prensa como Joyce no llegara a conocer la presencia de Pío Baroja en París.

De hecho, si tenemos en cuenta que el bombardeo de Gernika tuvo lugar en abril, podríamos afirmar que la repentina inclusión de expresiones en euskera en las galeradas de Finnegans Wake, durante el verano de 1937 no fue gratuita. Indudablemente Joyce tuvo pleno conocimiento de la situación vivida en Euskadi gracias a la cobertura que los periódicos franceses estaban haciendo de la guerra civil española. Hemos de tener en cuenta también que, durante su estancia en París, Joyce fue testigo de la llegada al exilio de la comunidad vasca, situación también reflejada en la prensa francesa. Y no hemos de olvidar que, contrariamente a la opinión general de que Joyce era un escritor apolítico, la obra del irlandés documenta y atestigua de manera minuciosa la situación de sus compatriotas como ciudadanos de un país colonizado. Tras su exilio voluntario, Joyce comenzó a descubrir mayores paralelismos entre la historia del sometimiento de Irlanda y otras experiencias coloniales de opresión y rebelión. Podemos afirmar que, a pesar de haber sido acusado de una total falta de interés por la situación política de su época, Joyce se interesaba por los acontecimientos contemporáneos, bien se tratara del desarrollo del fascismo en Francia, o de los conflictos en Etiopía, España o China, llegando a plasmar en sus obras el desagrado que le producían las líneas políticas seguidas por Mussolini, Hitler o la propia Inglaterra. De hecho, la obra de Joyce, desde Stephen Hero a Finnegans Wake, obliga de manera indudable al lector a reconsiderar el efecto de la ideología en la literatura, y, en última instancia, a reevaluar la naturaleza de lo político.

Exiliados Al considerarse a sí mismo un exiliado político, Joyce no podía evitar empatizar con aquellos que estaban viviendo unas circunstancias semejantes. Aunque el París de aquella época estaba lleno de famosos literatos en el exilio -Hemingway, Stein, Pound, Fitzgerald-, Joyce vivía su experiencia en el exilio de manera diferente. Para resumirlo en pocas palabras podríamos decir que Joyce no consideraba el exilio como un experimento. Por el contrario, su exilio se había convertido en un elemento esencial para su integridad como escritor y, de manera más específica, como escritor irlandés. Del mismo modo en el que Joyce concedió a Irlanda un papel primordial dentro de su obra a costa de permanecer alejado de ella, el irlandés se mantuvo apartado del París glamuroso de los expatriados, ya que su exilio no había sido el resultado de un capricho o de una búsqueda banal de aventuras sino la necesidad de liberarse de su patria para poder, así, como ya hemos dicho anteriormente, crear y revolucionar la novela.

A pesar de las obvias diferencias, la situación de Joyce compartía un denominador común con la de los exiliados vascos. Ambos habían abandonado sus países por razones políticas -a pesar de que el exilio de Joyce fuera autoimpuesto-, y, aun así ambos se esforzaban por mantenerse en contacto con su cultura nativa. Como ya hemos dicho, Joyce siempre se mantuvo interesado por las situación irlandesa aunque en pocas ocasiones regresó a su patria; del mismo modo, escribió casi de manera exclusiva sobre Irlanda, dejando poco espacio para cualquier duda sobre su preocupación por su país. Del mismo modo, los exiliados vascos se esforzaron por mantener un cierto nivel de normalidad y un sentimiento de comunidad entre su gente, que sentía el dolor del exilio impuesto.

Joyce falleció lejos de Irlanda y sus restos descansan en Zürich. Jamás llegó a conocer el reconocimiento tardío de sus compatriotas.