Exdirigentes de UPyD narran el “autoritarismo y egolatría” con que Díez ha fracturado a la formación
Exdirigentes de UPyD narran el “autoritarismo y egolatría” con que Díez ha fracturado a una formación que apunta a su extinción por no compartir espacio con Ciudadanos, mientras su núcleo fiel censura la campaña contra su líder
HE tomado la decisión de abandonar para defender con más libertad y mayor eficacia aquellas ideas por las que me afilié al partido hace 30 años”. Aquel epitafio con el que el 30 de agosto de 2007 Rosa Díez (Sodupe, 1952) rompía amarras con el PSOE bien podría asemejarse ahora al que pronuncian en desbandada la marea de dirigentes y militantes de UPyD desencantados con las prácticas autoritarias de su líder, que ha pasado de enarbolar la bandera de la regeneración democrática a terminar, como denuncian sus críticos, atrincherada en el cargo y víctima de un absurdo culto a la personalidad desde el que justifica el fracaso magenta por culpa de una conjura del poder económico-mediático que, temeroso de su combate contra la corrupción sin dejarse someter, ha fabricado “una alternativa light” como Ciudadanos. Sus rivales, el fuego amigo, hablan sin embargo de la “obsesión enfermiza” de Díez de controlarlo todo hasta el punto de vivir instalada en una “exaltación vanidosa” de la diferencia que ha llevado a la cúpula incluso a independizarse de sus votantes al transmitir el mensaje de ser “los únicos en posesión de la verdad”. De postularse como recambio del bipartidismo a una fuerza residual que proyecta su disolución, visualizada en una fractura interna que relatan a DEIA miembros de ambos sectores, representados, desde una óptica contrapuesta, por Fernando Maura y Maite Pagazaurtundua. La sensación, que el último apague la luz.
Quien durante toda la democracia ha ocupado un cargo político con sueldo forjó su carácter entre la obediencia debida al aparato que aprendió en las filas socialistas y la supervivencia en condiciones extremas marcada por la amenaza terrorista que contribuyó a su universo emocional. Pero para comprender la figura de Díez es necesario retrotraerse a su prólogo biográfico. Hija de un obrero socialista preso político durante la dictadura, cursó estudios administrativos, no universitarios, y trabajó como funcionaria de la Administración hasta que se dedicó a su gran afición: la política. “Mi vocación”, clama siempre. Desde su asiento en el ente foral vizcaino enlazó puestos hasta erigirse en consejera de Turismo del Gobierno vasco (1991-1998) con el exitoso lema del Ven y Cuéntalo con que se promocionaba Euskadi, palestra desde la que tuvo la audacia para presentarse en 2000 a la Secretaría General del PSOE quedando la última (6,5% de voto) tras Zapatero, Bono y Matilde Fernández, y tras perder antes las primarias del PSE frente a Nicolás Redondo. Irrelevancia que le hizo reinventarse como furibunda antinacionalista, olvidando su etapa transversal, y erigiéndose en portavoz del malestar de intelectuales subidos a la cruzada contra la cuestión vasca y catalana. Un fallo de mecanismo, por suerte, le salvó en 1997 del paquete bomba que recibió en su domicilio, pero el alegato desde su posición de víctima, que mantiene, no suena acorde con el nuevo tiempo. Lo señalaba hace poco el socialista José Antonio Pastor: “El terrorismo ya no está en el eje de la opinión pública y le ha quitado [a Díez] el discurso épico de la resistencia ante el terror”.
Con su expartido despreciándola por “traidora” y un PP tildándola de “submarino socialista”, en 2007, y desde la plataforma Basta Ya, se construyó su “juguete”, UPyD, rodeada de la pléyade de filósofos como Savater, Gorriarán -aún su brazo derecho-, Boadella -que saltó a Ciudadanos-, Vargas Llosa, Terscht y Pombo, entre otros, y líderes de opinión como Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez. “La alternativa al bipartidismo me cautivó”, admite Pedro Larrauri, traumatólogo que evoca su infancia en Ibarrangelu, tierra de su aitite, y coordinador de UPyD en Vigo desde 2009, incluso optando a la Alcaldía. La fascinación se le quebró pronto. “Veía cómo desde Madrid se condicionaba al coordinador de Galicia y se presionaba con el fin de colocar desde allí a gente en puestos de responsabilidad. Protesté, puse unas siete denuncias y me censuraron. Recuerdo las primarias de 2012 para las autonómicas y cómo nos impusieron en Vigo a un coordinador de Santiago amigo de los jefes. Todo era un pufo”, explica a este periódico. Y como trató de denunciar a la propia Díez las “prácticas mafiosas”, ignorante de que “lo sabía perfectamente”, acabó sancionado y expulsado para no airear su caso en la cita congresual de 2013. Hasta pidió perdón a Mikel Buesa, primero en desertar cuatro años antes, porque le echó “en cara que no solicitara el voto para UPyD”. “Y el que estaba vendiendo manzanas podridas era yo”, se sincera Larrauri. “Rosa y sus 23 amigos, los que quedan, tienen al partido secuestrado gobernando con despotismo. Solo oye a quien le adula, como Gorriarán. Es una mafia sin democracia interna”, resume en un blog en el que diserta sobre lo padecido.
No con Rivera
Las gratas encuestas -hasta un 17% en intención de voto le otorgaban a finales de 2013- y su valoración en la calle tapaban estos reproches y la sangría de afiliados -se perdieron unos 16.000 hasta estancarse en 6.000, amén de que el 81% de los fundadores de UPyD (103 de 127) se bajó del barco. Las europeas de 2014 fueron un aviso que, según el eurodiputado Maura -tan crítico que ha sido suspendido de militancia, al igual que su compañero Enrique Calvet-, Díez no quiso leer. “Renunció a pactar con Ciudadanos porque aspiraba a gozar de mayor protagonismo en el futuro político del país, y se negó a compartirlo con la otra opción que irrumpió en el horizonte. Ha preferido esta soledad que entregar el testigo, y el votante ha elegido a Albert Rivera. Para ella resulta intolerable que un chico joven se lleve los réditos de siete años de trabajo de UPyD”, justifica el bilbaino. Sosa Wagner, eurodiputado hasta que abandonó en octubre por desencuentros, la compara con “un corredor de Sanfermines capaz de correr ante los cuernos de un toro pero solo unos metros. No aguanta una larga distancia porque no la ve”. El caos andaluz, sin representación, derivó en el incendio incontrolable: dimisión de miembros directivos como la televisiva Irene Lozano, quien ha pasado de escudera fiel y de limpiar a los disidentes a pretender regir el partido tras el congreso extraordinario una vez expiren los comicios del 24-M; la marcha del glamouroso Toni Cantó, del que se despidió a través de un lacónico mensaje de WhatsApp; y gestoras que mantienen los rescoldos en Andalucía, Castilla-León y Asturias, plaza esta última que ha apostado por adherirse a Ciudadanos.
Para sostenerse en pie, Díez ha tirado de Pagaza, convencida del “ensañamiento” con su líder. “UPyD incomoda por ser un planteamiento serio, de hacer y no de hablar. Y Rosa es la garantía de hacer, también con su capacidad retórica y persuasiva. Va a pecho descubierto, con un carácter intenso, y eso le adentra en zona de riesgo. Sus grandes decisiones no han tenido que ver con el cálculo sino con el corazón”, dice quien ocupa también puesto en la cúpula. A la eurodiputada le extraña que haya quienes “han pasado en dos días de la filia a la fobia, de estar súper a gusto con ella, diciéndole que todo lo hace fenomenal, a todo lo contrario”, segura de que quienes repudian su “ordeno y mando” se limitan a “tirar de arquetipo”. “Si buscas visibilidad con la crítica, pues te subes a la ola, algo muy cómodo”, cataloga. Pagazaurtundua aprecia a Díez como “mujer extraordinaria que es, porque cuando acierta lo hace extraordinariamente, con un instinto político que va más a largo plazo que el del resto de actores”. “En la política convencional prima el posibilismo pero ella prefiere ir a contracorriente, como cuando en 2000 no quiso pactar con Bono, demostrándose luego que no era la regeneración que buscaba para el PSOE, y así organizó UPyD, con sus errores y aciertos, y atravesando un momento actual en el que toca reflotarse. No son tiempos para la gente que no le guste el deporte de riesgo”, evoca.
Otra cara de peso como el parlamentario vasco Gorka Maneiro reconocía que es hora de abrir paso a nuevos líderes aunque Díez siga siendo, a su juicio, “imprescindible y necesaria”. Pero sus detractores asemejan el perfil indefinido de la formación con la trayectoria de su abanderada, prototipo de la vieja política que censura y, de hecho, en cuanto han surgido nuevos rostros, como Rivera o Iglesias, su imagen como adalid de la tercera vía se ha desplomado. Nicolás de Miguel, hoy aspirante a la Alcaldía de Donostia en las filas naranjas tras abandonar las magentas, alude a la “falta de transparencia” y el déficit de comunicación, y cómo no, al exceso de autoridad, algo que Díez no entendía en una reciente entrevista: “No sé por qué me persigue esa idea de prepotente, y tampoco me pondré melancólica”. En verdad, no ayuda a revertir esa percepción la concatenación de gestos soberbios tras el 22-M, o calificar a Rivera como “una burbuja de cava” que está “disfrutando” del vía crucis de UPyD. La sonrisa etrusca, de José Luis Sampedro, su libro de cabecera, ha mudado en mueca con un punto tosco, contemplada hasta por su antiguo nicho de votantes como “precursora de todo y artífice de nada”.
“Algunos de los que me quieren matar harían un funeral de lujo”, sentencia Díez recurriendo al esquema vasco, y entendiendo, otra vez, cualquier disidencia como ataque estrictamente personal. “Me siento engañada por mis propios compañeros que se arriman al sol que más calienta”, contragolpea. Acierta el refranero: las vacas flacas siempre acaban engordando, pero a otro dueño.