Bilbao - El txikitero podría estar llamado a ser una especie en extinción. Esos hombres entre 50 años y el infinito, cantantes aficionados de bilbainadas y cuyo hábitat es una calle plagada de bares donde poder saltar de uno a otro. Pero no solo la estampa de txapelas podría tener los días contados. También la de las cuadrillas clásicas de poteo, más rejuvenecidas pero igualmente dadas a empinar el codo. En la cultura del beben y beben... y vuelven a beber, en el país del poteo y el txikiteo, la nueva ley de Adicciones aprobada el martes aspira a prohibir el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública. Solo las terrazas, veladores y establecimientos con autorización podrían seguir acogiendo a los bebedores.

Es lo que algunos ya han rebautizado como ley seca o semiseca. “¿Quién nos va a mirar dentro del vaso a ver si tomamos una caña o agua mineral?”, bromeaban ayer algunos bilbainos en una concurridísima calle Licenciado Poza llena de bebedores callejeros poco antes del partido en San Mamés. “¿Qué pasa?, ¿qué ahora que no podemos fumar dentro del bar tampoco vamos a poder salir fuera con el cigarro y la copa”?, se quejaban otros. “i¡Esto es una pasada! ¿Nos obligan a dejar la consumición dentro mientras echamos el pitillo fuera? Es de locos”, protestaban en un vial vestido de rojo y blanco.

No menos indignados se mostraban los hosteleros que se ven víctimas de una caza de brujas permanente por una u otra razón. “Cuando no son los horarios, son los ruidos y ahora nos salen con esto”, aseguraba un atribulado camarero. “O sea, que si no tenemos terraza, los clientes no pueden salir fuera de la puerta con el vaso o la copa y ¿cómo controlamos eso?”, se cuestionaba Reme, sin dar abasto.

Guerra sin cuartel

Entre los detonantes de esta guerra sin cuartel al alcohol se sitúan algunos datos arrojados por la última encuesta de Salud de la CAV que alertan de que la proporción de vascos que consumen bebidas alcohólicas de manera habitual ha aumentado en comparación con los datos de 2007, con seis de cada diez hombres y cuatro de cada diez mujeres.

Una preocupación que ha encendido todas las alertas de salud pública y que ya había obligado a reflejar el creciente fenómeno del alcoholismo en el Plan de Salud. Porque si desalentadoras son las cifras de consumo de alcohol en los adultos, los datos de ingesta entre los más jóvenes adquieren tintes casi dramáticos. El último estudio del Instituto Deusto de Drogodependencias afirma que siete de cada diez jóvenes de 12 a 18 años en Euskadi ha probado el alcohol. Asimismo, el informe apunta que cuatro de cada diez consumen alcohol de manera más o menos habitual y un 20% se confiesa bebedor abusivo los fines de semana, y los que hacen consumos excesivos se disparan al 30%.

A esta ley de Adicciones del Gobierno vasco ya le han precedido actuaciones contundentes en los municipios vascos. A la lucha emprendida por el Ejecutivo de Gasteiz le ha adelantado, por ejemplo, la legislación antibotellón decretada por el Ayuntamiento de Bilbao. La capital vizcaina fue una de las primeras ciudades en promulgar una normativa contra el botellón entendido como el consumo de bebidas preferentemente alcohólicas no procedentes de locales de hostelería en la calle o espacios públicos por un grupo de personas cuando, como resultado de la concentración, puedan causarse molestias a las personas que utilicen el espacio público y a los vecinos.

De 2012 a 2013 los expedientes incoados por la Policía Municipal en cuanto a la práctica del botellón se redujeron un 62%, según datos de Seguridad Ciudadana, que afirma que la eficacia de la ordenanza se debe más a su carácter de concienciación que sancionador.

Además, Euskadi no está sola. El consejero de Salud, Jon Darpón, puso el martes en valor que el texto elaborado está basado en las referencias internacionales “más rigurosas y actuales” y que se ha consultado la legislación sobre la materia en el entorno europeo y en otras comunidades autónomas. No en vano, numerosas regiones y países han puesto coto al alcohol en la calle. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Barcelona endureció la ordenanza de civismo y pasó de prohibir tomar alcohol en la vía pública en latas o botellas de vidrio a perseguir a todo aquel que bebiese en la calle “independientemente del tipo de envase que utilice”. Sus agentes de la Guardia Urbana ponen más de cien denuncias al día por este motivo.