bilbao. Conocí a Gabriel Mariscal hace unos veinte años, al comienzo de mi trabajo como abogado en Bizkaia. Colaboramos en una campaña electoral para renovar la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados. Perdimos, como no podía ser de otra manera. Tener entonces todo "muy claro" nos pasó factura. En realidad no teníamos ni idea de las verdaderas "razones" que movilizan estas decisiones.
Luego fueron años de encuentros esporádicos: charlas personales, foros de debate, de presentación de libros, de consultas profesionales. Leía los artículos de Gabriel en prensa donde era un asiduo colaborador. Y mis recuerdos de aquellos evocan a Gabriel como un hombre de "otra época": por su gigantesca cultura clásica y humanista, por su defensa de las lecciones que nos han transmitido las generaciones pasadas y que las futuras gustamos en despreciar. Pero también por sus sólidos valores: "Nobleza obliga", pensaba de él, recordando a Ortega.
Hace unos días tuve conocimiento de su fallecimiento. Y evocando su figura me he dado cuenta que hay dos lecciones que Gabriel me dejó y que tienen una enorme dimensión de futuro.
La primera es, sin duda, su rechazo a todo sistema institucional basado simplemente en la coacción jurídica. Gabriel era, y con razón, de los del "Derecho natural". Sus reflexiones sobre la necesidad de legitimación por el ejercicio de toda autoridad, su acertada crítica al corporativismo del Poder Judicial, etc… anticiparon lúcidamente el actual derrumbe de nuestro modelo de Gobierno y Justicia.
Pero hoy quería recordar especialmente su segunda lección. Gabriel tenía muy claro algo que nuestra profesión ha perdido. Que ningún abogado o abogada debería colaborar en la defensa de un caso que no encaje en su previa "visión del mundo", en sus "valores". Cualquiera que sean estos, la sociedad plural nos demanda, al mismo tiempo, coherencia con los mismos.
Es obvio que la Abogacía profundizará su actual crisis si no logra trasmitir una correspondencia entre lo que dice, cuando se "explica" socialmente en esta posmoderna sociedad, y lo que hace realmente en la llevanza de todos y cada uno de esos concretos asuntos que afectan a nuestra ciudadanía. El cinismo carcome el edificio de la Justicia.
Creo que esta es la lección más importante que nuestro compañero nos deja. Seguramente se olvidará como algo del "pasado". Y es que la autoridad moral que caracterizó la labor profesional de Gabriel Mariscal era de otra época. Así nos va.