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La batalla de Villarreal

Se cumplen 75 años de la primera y única ofensiva del Cuerpo de Ejército Vasco, en la que las tropas vascas registraron un millar de muertos y 3.500 heridos

La batalla de Villarrealfoto: sabino arana fundazioa

Legutio. Hace 75 años, al alba del 30 de noviembre de 1936, el recién creado Cuerpo de Ejército de Euzkadi iniciaba su primera y única ofensiva de la Guerra Civil española. La operación había sido ordenada por el Gobierno de la República a fin de atraer hacia el Norte a las tropas rebeldes y aliviar la presión sobre Madrid. En este ataque no solo participó el Ejército Vasco, sino que fue un plan más ambicioso que vinculó también a los de Santander y Asturias, es decir, todo el Ejército del Norte, que desplegó unos 80 batallones, de los que 29 eran vascos. Sobre el papel se trataba de una gran masa de maniobra que contaba con unidades de artillería, blindados, zapadores, transmisiones, sanidad, servicios y apoyo de aviación, pero en ningún momento dejó de ser una fuerza de circunstancias formada por milicias de los distintos partidos políticos y sindicatos. El mando de este ejército cayó en el general Llano de la Encomienda, recién llegado al Norte para coordinar la operación, que se encontró con la realidad de que vascos, asturianos y santanderinos actuaban de forma independiente, aunque todo el plan había sido diseñado por el capitán Francisco Ciutat. El lendakari José Antonio Aguirre, a la sazón consejero de Defensa del Gobierno de Euzkadi, había dispuesto que el comandante Alberto Montaud y el capitán Modesto Arambarri fuesen, respectivamente, jefe de Estado Mayor y jefe de operaciones del Ejército Vasco.

Independientemente de que la ofensiva aliviase la presión sobre Madrid, el principal objetivo era el nudo ferroviario de Miranda de Ebro, llegándose incluso a plantear la posibilidad de tomar Logroño para enlazar en Zaragoza con tropas venidas de Cataluña. Algunos militares profesionales veían el plan demasiado ambicioso para un ejército miliciano y así se lo manifestaron a Aguirre, que pretendía ocupar primero Gipuzkoa, pero al final Ciutat le convenció de operar sobre Miranda, afirmando que, de salir todo bien, cambiaría el curso de la guerra a favor de la República. Años después relataría que en vísperas del ataque había manifestado en privado que Miranda podría ser un objetivo lejano si el enemigo se mostraba "demasiado obstinado". Para el mando de la 6ª Región Militar con base en Burgos, generales Mola y Álvarez Arenas, la obstinación era una de sus armas principales, pues en esas fechas el ejército sublevado adolecía de escasez de hombres y municiones para mantener la defensa de los numerosos destacamentos diseminados a lo largo del frente Norte.

ataque coordinado El ataque debía ser ejecutado de forma coordinada. Los asturianos tomarían Oviedo, los santanderinos romperían el frente evolucionando hacia el sur para converger en Miranda con los vascos y estos, a su vez, atacarían en dirección Vitoria en tres columnas. La primera, al mando del capitán Juan Ibarrola, partiría desde Otxandio y ocuparía el alto de Arlaban y el monte Isuskitza con seis batallones; la segunda, formada por doce batallones al mando del teniente coronel Juan Cueto, se dividiría en dos: una que partiría de Ubidea y otra que haría lo propio desde Otxandio, teniendo como objetivo la línea que iba de Villarreal a Murua. La tercera, con otros 6 batallones al mando del comandante Gabriel Aizpuru, partiría desde Amurrio hacia el puerto de Altube y Murgia. Esta última columna recibiría la víspera del ataque la contraorden de permanecer en sus posiciones de partida a la espera de que fuese asegurado el alto de Arlaban, pues su posesión permitiría cortar las comunicaciones a las fuerzas nacionales que operaban en el Alto Deba.

A las 7 de la mañana, apoyados por la artillería, los batallones vascos comenzaron el avance y los 2.900 soldados nacionales que cubrían la línea entre Uzkiano y Arlaban en pequeños destacamentos fueron sorprendidos por el empuje de más de 15.000 milicianos y gudaris, que consiguieron romper el frente entre Murua y Nafarrate, pero quedaron estancados frente a Villarreal. De mientras, la columna Ibarrola conseguía hacerse con el control de la carretera Vitoria-Arrasate en las cercanías de Leintz-Gatzaga, pero no pudo tomar Isuskitza y Arlaban. Desde el primer momento se hicieron realidad las dudas sobre la capacidad ofensiva de un ejército de milicias, a pesar de la alta moral que reinaba entre las tropas vascas; de hecho, tampoco asturianos y santanderinos conseguirían sus objetivos primarios.

Los militares de Vitoria, al mando del general Solchaga, se hicieron cargo de la gravedad de la situación, pero apenas pudieron enviar refuerzos y se centraron en planificar el socorro de Murua y Villarreal, que contra todo pronóstico consiguió sostenerse a lo largo de toda la jornada, y eso que había sido catalogada de indefendible desde el primer momento al estar ocupadas por el Ejército Vasco todas las alturas que circundan la villa salvo el pinar de Txabolapea. La toma de Txabolapea al día siguiente pareció sentenciar a la guarnición de Villarreal, que recibió el permiso de abandonar la posición, pero su jefe, el teniente coronel Iglesias, decidió aguantar con la intención de retrasar la caída de Vitoria y permitir la llegada de refuerzos de Logroño y Burgos, algo que Mola no autorizaría hasta días más tarde.

Durante la jornada del 1 de diciembre, Villarreal fue atacada con todo los medios disponibles, incluyendo blindados y aviación, pero su guarnición consiguió rechazar todos los ataques. Esa misma noche llegó a Vitoria procedente de Bergara la columna de Alonso Vega, que con unos 2.000 hombres inició los preparativos para ayudar a la guarnición de Villarreal.

nuevo revés La ofensiva estaba estancada y, a pesar de que el propio lendakari Aguirre decidiría supervisar las operaciones personalmente, el plan volvió a sufrir otro revés el día 2 cuando los de Alonso Vega desalojaron a las tropas vascas de Txabolapea, aliviando la precaria situación de los defensores de Villarreal. Los combates por la posesión del pinar, en los que se llegó al cuerpo a cuerpo, fueron los más dramáticos de la ofensiva y ambos bandos sufrieron numerosas pérdidas. Más al Este tampoco se consolidaba el terreno ganado, pues no se consiguió tomar ni Murua ni Cestafe, al igual que Arlaban, donde también fueron rechazados.

Los días 3 y 4 de diciembre la guarnición de Villarreal, a pesar haber sufrido continuos bombardeos artilleros y de aviación, rechazó todos los asaltos, que perseveraban una y otra vez en los mismos errores al no desplegarse correctamente sobre el terreno, lanzándose al asalto en masa sin ninguna coordinación, siendo presa fácil del fuego de ametralladora; pero así y todo, las tropas vascas consiguieron llegar en varias ocasiones hasta los parapetos, aunque en el último momento no supieron explotar su superioridad para llegar al casco urbano, donde requetés y soldados estaban literalmente enterrados entre escombros, sin posibilidad de evacuar las bajas y prácticamente sin alimentos ni municiones. Ante la gravedad de la situación, el Estado Mayor vasco decidió activar la columna de Amurrio el 5 de diciembre, pero su ataque fue rechazado tras cinco días de combates. Ello ocasionó que la columna de Alonso Vega, reforzada con unidades llegadas de Logroño, Burgos y Zaragoza, pasase a la ofensiva en Nafarrate a fin de empujar a los republicanos hacia sus puntos de partida, pero fracasó en todos los intentos y hubo de retirarse a Vitoria con grandes pérdidas, no pudiéndose reorganizar hasta el día 8 en que, finalmente, consiguió tomar Nafarrate. Entre los días 9 y 11 las operaciones se detuvieron por el mal tiempo, aunque la causa principal fue la falta de reservas para seguir combatiendo tras el desgaste sufrido por ambos bandos.

'Villaruinas' A pesar de que la ofensiva vasca se dio por perdida sobre el día 5, o incluso antes, se ordenaron nuevos ataques sobre Villarreal los días 12, 18 y 21 de diciembre, siendo todos ellos rechazados. Debido al estado que presentaba la población tras los continuos bombardeos, algunos periódicos empezaron a llamarla "Villarruinas". Finalmente, el 23 de diciembre los "nacionales" recuperaron la localidad de Elosu y ya se puede dar por concluida la batalla, quedando la situación en el frente alavés prácticamente igual que al inicio de los enfrentamientos.

Contra toda lógica, la guarnición de Villarreal consiguió defender lo indefendible; formada por soldados de reemplazo y voluntarios del Requeté, supo aprovechar sus escasos recursos y fue dirigida por unos cuadros de mando que, como sospechaba Ciutat, se mostraron demasiado obstinados ante un ejército, el vasco, que les superaba ampliamente en medios materiales y humanos, pero con unas deficiencias tácticas que le abocaron al desastre. Y es que se trataba de un ejército miliciano y sin instrucción que sólo podía ser útil en una disposición puramente defensiva, y los hechos se encargarían de probar que lanzar al ataque a esas unidades era una imprudencia que solo se justificaba en la necesidad de aliviar la presión sobre Madrid, cuyas milicias no estaban mejor preparadas que las del Norte, por lo que la ofensiva tuvo más de estrategia política que militar.

Los graves problemas de coordinación en todos los escalones, la falta de enlaces telefónicos de campaña, la climatología adversa, el derroche de municiones, la ineficacia del escalón primario sanitario, las desavenencias entre jefes de batallón por motivos políticos, la incapacidad táctica de las milicias a niveles tan básicos como el de sección o compañía, sumado al propio diseño de la operación, hizo que la ofensiva sobre Miranda de Ebro fuera un completo fracaso. Para Aguirre la derrota sufrida por su ejército supuso un duro golpe tanto en el plano político como en el personal, asumiendo toda la responsabilidad como Lendakari y consejero de Defensa, pero puntualizando que siempre actuó aconsejado por sus asesores militares, afirmando años después que tal vez debería haber sido más firme en sus objeciones de actuar primero sobre Gipuzkoa y abrir nuevamente la frontera con Francia. Las tropas vascas sumaron un millar de muertos, 3.500 heridos y unos 100 desaparecidos, mientras que por parte nacional las bajas fueron de unos 500 muertos y cerca de 2.000 heridos. No hubo que lamentar pérdidas civiles al haberse evacuado la población a Vitoria y a otros pueblos cercanos a la capital, pero sí accidentes mortales en la posguerra por los muchos proyectiles que quedaron sin estallar. La villa quedo muy dañada, encontrándose sus habitantes prácticamente en la ruina al regresar a sus casas. Ya en las guerras del siglo XIX Villarreal, hoy Legutio, había sido una población muy disputada debido a su estratégica situación geográfica, sin que los hechos de armas acaecidos en su entorno hayan sido debidamente tratados por la historiografía. Es por ello que, la Asociación Sancho de Beurko ha recopilado un importante archivo documental que será publicado en breve y también ha participado en el rodaje de un documental sobre la batalla que ha sido producido por Digytal para EITB y que ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Legutio.