GASTEIZ. En el altiplano vasco occidental encontramos un territorio cantado a veces nostálgicamente como "zazpigarren alaba" (la séptima hija), o sexta según el número de los cuarteles del escudo vasco (con una sola Navarra); en todo caso, ahí, a la cola, queda Araba, connotada como tierra de transición.
Y sí, tierra de transición es Araba; en puridad todas lo son. Tierra de paso y también de estancia, de confluencia, ora tierra llana, ora montuosa. De los 1.482 metros de la cumbre de Gorbeia a los 50 metros cabe Gallarraga, sobre el río Cadagua, desde los robledales de Altube a los coscojares de Laserna, Araba integra facetas múltiples.
¿Y cuál es la esencia de Araba?
Una de las maneras de acercarnos al ser de un territorio, entendido como reflejo de la expresión de su población humana, es analizar los nombres con que los habitantes de un determinado lugar han designado los términos de su entorno vital, de su medio ambiente personal. Investigar su toponimia, en suma.
La recogida e interpretación de los nombres de lugar, de los topónimos, nos ayuda a aproximarnos a la realidad histórica de un territorio, en función de los apelativos que durante un tiempo dado se han aplicado a los accidentes geográficos o de habitación del lugar, del sitio.
Como se recogía en la ponencia Izena, izana (Nombre y ser), que introdujo las Jornadas sobre Euskera y Araba, celebradas por la Sección Tutelar de Euskaltzaindia ayer en el Museo Artium de Vitoria-Gasteiz y que han tenido por título Arabatik Arabara euskaraz, la lengua vasca ha tenido una larga y extensa presencia en este territorio histórico.
De inicio, es significativo que el nombre oficial de Vitoria-Gasteiz contenga dos nombres vascos. En efecto: cuando en 1181 Sancho VI el Sabio, rey de Navarra, amuralla y otorga el fuero de población al antiguo lugar de Gasteiz y le da el nombre de Nueva Victoria, el deseo real es que la nueva villa con su nueva muralla sirva de defensa occidental del reino y con su nuevo nombre concite la victoria sobre sus enemigos. No duraría mucho el discurrir victorioso de la nueva plaza fuerte, pues en 1200 es conquistada por Alfonso VIII de Castilla. Si la Victoria fue de vida corta, su nombre fue de vida nula. Los habitantes de Gasteiz, rebautizada como Victoria, alteraron desde el principio la pronunciación de ésta, haciéndolo a lo euskaldun y dejándola en Vitoria o Bitoria (por la indistinción de la v-b para los vascos). Este último dueto, Vitoria, pronunciada Bitoria, pasa a ser el nombre oficial hasta casi nuestros días y así se recoge ya en los documentos medievales (como en el de otorgamiento del título de ciudad por Juan II de Castilla en 1431). Como sabemos, desde hace tres décadas el nombre oficial es Vitoria-Gasteiz, añadiendo al viejo nombre latino-vasco el más antiguo y también euskaldun de Gasteiz.
Y si Vitoria o Gasteiz, en su ser y sentir es reflejo o trasunto de Araba...
¿Qué sucedía en esta?
Si examinamos los nombres recogidos por el que fuera Académico de Honor de Euskaltzaindia, Gerardo López de Guereñu Galarraga, en su obra Toponimia Alavesa, seguido de Mortuorios o Despoblados y Pueblos Alaveses, editada por Euskaltzaindia en 1989, de 43 pueblos que se citan entre los años 805 y 1257, 37 tienen nombre euskaldun y con él continúan desde entonces.
Todavía en el siglo XVIII, en un recorrido de mojones del monte Jaunden, común a la villa de Lagran y el lugar de Lañu (este último en Trebiñu/Treviño), en plena Montaña Alavesa, realizado el 14 de junio de 1760, encontramos nombres eusquéricos significativos como Baga-tzederra (hayedo hermoso), Bujeta (bojedo), Lakubaltza (laguna negra), Lakugorria (laguna roja), Lakuiluna (laguna oscura), Goikogana (alto de arriba). En el corazón de la misma comarca de la Montaña Alavesa, en el actual Parque Natural de Izki y en documentos que van de 1375 a 1757, encontramos nombres de precisa descripción vasca, como corresponde al bosque animado que era Izki, en aquellos siglos de deambular humano por campos y montes a la búsqueda de sustento directo o a través de sus ganados.
Así vemos Padurazuria y Madurazurieta (atolladeros blancos), en las formas Padura y Madura, propia ésta del este de Araba, Mandazaibidea (camino de arrieros), Landaluzea (campo largo), Lakuandur (laguna ruin), Mendizorrotz (monte agudo), Aretxandia (roble hermoso), Zubibihurtua (puente curvo), Santxogotxina (lo de Sancho chiquito), deformado luego en el siglo XIX en Salsacochina, para escarnio inesperado del pobre Santxo, Ategorria (puerta roja o colorada), Solaluzea (pieza larga), Altzandikomadura (atolladero del aliso grande), Lezagibel (tras la cueva), Otegi (colina de argoma), Gaztanzulokoadana (lo que es el agujero del castaño), con la terminación -dana (lo que es), en cierto modo redundante y que encontramos en algunos topónimos del este de Araba y del centro de Nafarroa, incluida Iruñea/Pamplona.
En fin, una letanía euskaldun, que en su prolijidad refleja un tiempo, un largo pasado y un lugar, Araba, en que el testimonio de la presencia de la lengua vasca se pierde en la noche de la historia, para resurgir hoy de nueva planta, mejor dicho de renuevo de planta madura y asentada, al impulso de una conservación activa de la lengua vasca, como se ha podido constatar en las Jornadas celebradas en el Artium por Euskaltzaindia, a través de la savia joven que recorre los vasos de la euskaldunidad de Araba, antigua en datación pero actual en vivencia.
Viva en el habla popular
Además de su mantenimiento en la toponimia, en las cosas, la permanencia de la lengua en las personas, en vocablos del habla popular del campo alavés, resulta ilustrativa también de la impronta dejada por el euskera en Araba. Así la denominación de ciertas plantas comunes con su nombre secular vasco en zonas donde la lengua vasca dejó de ser el vehículo de comunicación habitual hace un tiempo más o menos largo es corriente en el territorio. Ello sucede, por ejemplo, con la palabra otaka, empleada para designar a las plantas del género botánico Ulex. Otaka es el nombre alavés por excelencia para nombrar a la argoma castellano-cántabra o tojo gallego (toxo, toxa). A este respecto recuerdo que en la década de 1970 un vecino de Azazeta comentaba que allí solían ir unos veraneantes de Donostia, a quienes casualmente yo conocía, que a la otaka llamaban argoma, creyendo el hablante que este último era el nombre vasco de dicha planta, cuando en realidad era al revés (lo curioso es que aquellos veraneantes sabían bastante euskera, pero la fitonimia vasca no era su fuerte). Hasta en Barrón (Lacozmonte), al oeste de Araba, llamaban en ese tiempo otaquilla a la planta espinosa frecuente en quejigales (robledales de roble quejigo) y cuyo nombre científico es Genista hispanica L., que es de menor tamaño y pinchosidad que las plantas del género Ulex. Otaka era por tanto el referente lingüístico de buena parte de la población campesina alavesa de la época para referirse a un conjunto de plantas vulnerantes leguminosas de flor amarilla. Un árbol pleno de onomatopeyas vascas, también en Araba, es el chopo o álamo temblón o de montaña, la especie Populus tremula L.. Ikara, lertzun, zuzun y susun son los nombres con que el tiemblo o chopo temblón aparece en topónimos registrados en euskera en Araba, nombres todos ellos que expresan el temblor de sus hojas con el viento, ya que este árbol presenta el limbo de sus hojas y su correspondiente pecíolo en dos planos perpendiculares y al resultar su unión casi en un punto, en el cruce de ambos planos, las hojas se mueven fácilmente con la brisa, aún más con el viento, siendo un árbol llamativo en el bosque por esa circunstancia. En topónimos alaveses, encontramos un Ikaraduia en Musitu, un Zuzuluri en Erroeta y un Zunzuri en el monte Artadoia de Korres, un Lertzundi en Legutio, un Zuzundui en Okoizta (hoy dicen Susundi por ese nombre de lugar), otro Susundi en Zarate, un Susuneta en Letona y un Susubieta en Landa; en 1763 se cita un Susuntza en Anuntzeta (Ribera Alta). En la Sierra de Gorobel o Sálvada, lindando con el Valle de Losa (hoy provincia de Burgos) existe un viejo Tremoledo, entre los hayedos y pinares naturales del lugar, nombre que proviene de cuando nacía el romance castellano y la denominación del árbol estaba más próxima al trémolo latino.
Otro conjunto de árboles que ahora están en el esplendor de su colorido otoñal son los constituyentes del género Acer. Los nombres vascos de las cinco especies de arces que encontramos en Vasconia se basan en dos palabras esenciales distintas, azkar e ihar, con su variante igar. Es significativo de la impronta que el euskara ha dejado en Araba, que ambas se empleen todavía en el entorno de la Sierra de Entzia, en concreto en Kontrasta, para designar a dos especies de arce: azkar (medio erderizado ahí en azcarro) para denominar al arce común, Acer campestre L., como sucede principalmente en el occidente de Euskal Herria e ihar (pronunciado yar) para referirse al arce de montaña, Acer opalus Mill., cuando esta última denominación ha quedado prácticamente como fósil ya hoy en el resto de las zonas de habla vasca, donde permanece su derivado astigar (asto-igar) para nombrar al arce común, en las comarcas centrales y orientales de Vasconia, así como hegigar o hegi-ihar en las orientales para el arce de Montpellier, Acer monspessunalum L., si bien en toponimia vemos aún los Ihartza e Igartza en sitios que en la actualidad sólo emplean azkar o astigar como palabra habitual.
En Araba, además de actividades dedicadas al empleo y difusión de la lengua vasca, hay una serie de investigadores de su toponimia, que, a través de su trabajo, financiado por Euskaltzaindia y las instituciones alavesas, aportan elementos interesantes de un pasado más o menos próximo, que pueden servir para un conocimiento más exhaustivo de la lengua vasca.