EL duque de Angulema acababa de entrar en la península con sus 100.000 hijos de San Luis finiquitando así el trienio Liberal, mientras la Anteiglesia de Abando reinstauraba el ayuntamiento tradicional. En ese tiempo, un 23 de mayo de 1823 vio la luz Santiago, el hijo mayor de Fernando Arana y Narcisa Ansotegui .
Vivió la primera carlistada todavía niño, pero en su retina pudo retener las imágenes de las tropas del conde Mirasol, caserío por caserío, arrebatando yuntas y mulas, ante la mirada atónita de los asustados aldeanos, hasta un total de 56 cabezas que depositaron en el antiguo convento imperial de San Francisco. Un año más tarde, el escenario era aún peor. La casa consistorial de Abando destruida; la iglesia de San Vicente arruinada en el tejado, bóveda y sacristía; la campa de Albia, antaño vigoroso robledal, hoy totalmente talado… ¡Para qué seguir!
Constructor de barcos Acabó la contienda y al cabo de pocos años se casó con Pascuala de Goiri, con la que tuvo ocho hijos, entre ellos a Sabino, el menor de todos.
Lo hizo con 21 años, edad en la que también abrió su primer astillero. Aunque algunos autores aluden a viejos astilleros de la familia Arana, el documento municipal más antiguo que, por el momento, hemos localizado, se refiere a una solicitud que realizó en 1847 al objeto de alquilar unos terrenos en el lugar de Ripa para la construcción de un nuevo buque. La vinculación de su suegro, Benito de Goiri, con la construcción naval, nos invita a pensar que en esa relación familiar es donde se puede encontrar el origen del negocio naval. La época era especialmente propicia porque en 1837 se había prohibido la introducción de buques extranjeros y en 1841 se implantó el derecho preferencial de bandera, circunstancias ambas que favorecían la construcción naval en la ría bilbaina.
Sea lo que fuere, el dinamismo empresarial de Arana queda notablemente acreditado con la estadística del número de buques que construyó. Entre 1848 y 1871 fueron 91, según la lista que nos ofrece Teófilo Guiard en su obra La industria naval vizcaína, o más de 100, según datos de Lourdes Odriozola. Fragatas, bergantines y corbetas, todas ellas de madera, tuvieron su edad de oro en la década de los 50 del siglo XIX. El negocio, viento en popa, le reportó pingües beneficios que invirtió en nuevas instalaciones como los Diques Secos junto a socios como Uriguen y Abaitua. Al mismo tiempo, consolidó un considerable patrimonio cuyo símbolo más visible fue la casona que hizo levantar aledaña a la parroquia de San Vicente, en terrenos que habían pertenecido a la fábrica de la iglesia y que adquirió por 20.000 reales.
en el ayuntamiento En estos mismos años, accedió Santiago al gobierno de la anteiglesia. Al decir de Jon Juaristi, desde siglos atrás la familia Arana había accedido a los puestos principales de Abando. Los datos que hemos recabado en los libros de actas del último tercio del siglo XVIII y la mayor parte del XIX no confirman precisamente lo supuesto por Juaristi. Ni su padre Fernando ni su abuelo Antonio aparecen como fieles de anteiglesia en los libros de actas que se conservan. Fue Santiago alcalde de Abando entre 1854 y 1857, además de representarle durante varios años en las Juntas Generales y obtener otros puestos representativos como mayordomo de su parroquia. No fue sencilla la época en que asumió la dirección del municipio. Tuvo que hacer frente a las dramáticas consecuencias del terrible cólera morbo que azotó el territorio del Señorío.
La casa Bayo en Bilbao La Vieja, la casa de Mena o la misma ermita de Basurto debieron de adaptarse como pequeños hospitales para acoger a las docenas de personas afectadas por la enfermedad. A fin de año rindió Arana la cuenta de gastos del hospital, de la que resultó un saldo a su favor de 6.029 reales, y es que en aquellas circunstancias tuvo que adelantar de su propio bolsillo las cantidades precisas para hacer frente a los gastos del internamiento de los enfermos.
En la gestión ordinaria del ayuntamiento hay muchos datos que nos alejan de la visión más o menos estereotipada que se nos ha dado de Abando. No era solo una aldea rural de caseríos apartados dedicada exclusivamente a la agricultura y ganadería. De los ocho barrios en que se dividía tradicionalmente su jurisdicción, al menos, la mitad de ellos, -Bilbao La Vieja, Ripa, Olabeaga y Zorroza- tienen un carácter más urbano, lo que les acerca a un Bilbao con el que les une también su colindancia física.
De todas las actuaciones de aquellos años, una de las más significativas fue el remozamiento de la campa de Albia, lugar tradicional de solaz y esparcimiento para los vecinos de la comarca. Allí se colocaron 30 bancos, esbozo primero de un espacio público que todavía hoy podemos disfrutar.
la anexión jurisdiccional Al poco de dejar la vara de mando, un 11 de marzo de 1857 vamos a ser testigos de unos comportamientos de Santiago, en apariencia, un tanto paradójicos. Y es que se ha presentado a Arana como un jauntxu rural de Abando opuesto a los intereses de Bilbao en permanente enfrentamiento a los intereses de la Villa. Pues bien, entre 1858 y 1860, concejales bilbainos como Orbegozo contactan con Arana, quien a su vez se había interesado por unos terrenos en Ripa para ampliar sus astilleros, al objeto de tantear la posibilidad de unión jurisdiccional de Abando con Bilbao. Arana "una de las personas más influyentes de Abando" vio con buenos ojos el ofrecimiento al decir de las autoridades bilbainas, realizando gestiones varias para conocer la viabilidad del empeño bilbaino sin que, como sabemos, llegaran a buen puerto. A la opinión favorable de Bilbao La Vieja, Ripa y Olabeaga, se oponía, según Arana, la mayoría del resto del vecindario.
Poco después es partidario de una solución pactada, una anexión parcial manteniendo la existencia del municipio. Otros abandotarras, como su propio hermano Andrés, de prosapia liberal, propugnaban una posición numantina de no ceder ni una vara de su territorio a la villa invasora. El carlista Santiago, pactista, el liberal Andrés, inflexible.
Llegó una nueva Carlistada y aquí Santiago no la vivió como mero espectador. Juaristi convierte a Santiago en alcalde de Abando en vísperas de la segunda guerra carlista sin percatarse de que ya para entonces la parte de Albia en que aquel vivía, había sido anexionada por Bilbao. El alcalde de Abando era en aquel momento Francisco Araluce. Conspiró Arana con el general Ulibarri a quien ocultó en sus astilleros de Ripa, al tiempo que destinó importantes sumas de dinero para armar a las partidas del pretendiente.
La derrota militar, las pérdidas económicas y, sobre todo, la muerte prematura de su hijo mayor Juan, ingeniero naval en quien había puesto todas sus esperanzas para dar continuidad a sus empresas navales, acompañaron a Santiago los últimos años de su vida.
Arana es, en suma, un ejemplo claro de que las personas son más complejas de lo que los amigos del cliché y el estereotipo quisieran. Pragmático e idealista a un tiempo, forma parte de esa clase de empresarios tan clásico en el País, en el que se conjuga puritanismo y utilitarismo. Defiende a Abando con tesón pero sin olvidarse de que el progreso de Bilbao puede favorecer a Bizkaia entera y con ello a sus actividades económicas. Acaso algo tan obvio, en cierto modo tan simple, sea preciso recordarlo hoy como lección que algunos expusieron ya en el siglo XIX.