bilbao. Cuando la muerte, siempre a traición, nos arrebata a alguien querido, nos quedamos sin palabras con que expresar nuestro derrumbe anímico y con millones de palabras prisioneras dentro, jamás expresadas y que nunca saldrán de nuestras bocas, pero que permanecen adheridas para siempre a nuestras almas. Son las palabras que hubiésemos querido decir, los sentimientos que hubiésemos querido expresar, las horas que hubiésemos querido compartir con nuestro amigo. Por eso, y a riesgo de no ser nada original, puede servir refugiarse en los maestros y decir, como ya dejó escrito el gran poeta Miguel Hernández -maldita casualidad, fechó su Elegía a su amigo un 10 de febrero de hace 75 años-, que "se me ha muerto como del rayo" Óscar Subijana García, "con quien tanto quería". Y es entonces cuando puedo decir que yo también "quiero ser llorando el hortelano" de esa tierra que ya ocupas, "compañero del alma, tan temprano" a alguien con quien he compartido, codo con codo, cerca de 18 años de vida profesional. Un mundo.
Óscar Subijana (1964-2011) fue ante todo una persona vital e hiperactiva en su compromiso firme con la justicia -con las justicias- y con la dignidad y la igualdad -¿son acaso separables?- del ser humano, incansable en sus múltiples facetas y siempre siempre con un proyecto nuevo que acometer bajo el brazo a cada paso que daba. Un periodista de eso que se denomina de raza, crítico y sensible al sufrimiento de los más desfavorecidos. Un ser humano en su plena dimensión.
Comenzó su andadura profesional -como tantos otros- lejos de su Donostia y su Euskadi natal, en Aragón, donde dio sus primeros pasos -y ya ha llovido...- en el Diario 16 de Aragón. Fiel a su espíritu emprendedor que nunca le abandonó, participó en la puesta en marcha del proyecto de la edición de El Mundo del País Vasco allá por 1991. Allí desarrolló gran parte de su tarea profesional en distintas tareas, desde la responsabilidad de Edición hasta el periodismo político en los durísimos momentos de los años de plomo. Todavía algún periodista de esos mediáticos y de renombre en este Estado de tanta prensa basura recordará cómo le robó a Óscar -literalmente- una idea periodísticamente genial con que arrancar y hacer el hilo conductor de su crónica del vil asesinato de José Luis López de Lacalle. Como algún otro periodista tan mediático y tan de renombre -y jefe suyo- recordará la discrepancia dura, cruda, desnuda y tan natural, como él era, que le espetó públicamente ante requerimientos que creía inaceptables.
Ese espíritu libre y de mirada siempre al futuro le llevó de manera irrevocable a enfangarse en un nuevo proyecto para incorporarse también al equipo que puso en pie el Diario de Noticias de Álava, donde realizó una impagable labor primero como maestro y después como responsable de edición del periódico. Comprometido con el Grupo Noticias, pasó posteriormente a DEIA como adjunto al director durante tres intensos años en los que capitaneó el gran cambio que supuso el rediseño y la implantación de un nuevo sistema editorial, entre las múltiples y simultáneas tareas que pretendía abordar, sin olvidar nunca sus compromisos profesionales y casi personales, que nunca abandonó, con la lucha contra la violencia de género y en favor de la igualdad entre hombres y mujeres.
Tras este periodo fue cuando, después de veinte años dedicado al periodismo activo, decidió dar un giro a su vida para dedicarse "con absoluta fe a la lucha contra la violencia de género". "Todos mis esfuerzos van a ir encaminados a acabar con esta lacra", dejó escrito. Y así fue. Un compromiso profundamente ético, pero también político en el sentido más amplio y reconfortante del término, le llevó a librar una lucha sin cuartel contra el maltrato en la que se erigió en uno de los hombres más activos, más convencidos, más militantes y más dinámicos de Euskadi contra el machismo. Amaba la libertad y, en consecuencia, amaba a las mujeres libres. Eso impulsó su vida en su última etapa, lo que le llevó a participar en másters, foros, grupos, jornadas y actividades donde la violencia de género, la igualdad o el empoderamiento estaban presentes. "Estaba enamorado de su nueva etapa", comentan en su círculo íntimo. Y así era. Su norte no era, no fue nunca, la imposición, sino ayudar -lo saben bien quienes recibieron sus buenos oficios- y concienciar. A ello se dedicó a través de las redes sociales y de artículos en prensa.
Esta vez no se pudo, compañero. Es entonces cuando se vuelve necesario, de nuevo y entre lágrimas, recurrir al poeta en la despedida:
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.