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El perejil de todas las salsas de Aste Nagusia

El perejil de todas las salsas de Aste NagusiaFoto: deia

Bilbao. Bilbaino de nacimiento y de corazón, hoy habría sido su día. Su gran día. Como muchos viernes grandes de Aste Nagusia, habría cantado con el coro de Santa Agueda de Uribarri, interpretando en el recorrido populares bilbainadas. Porque Julián amenizaba el Casco Viejo con sus cantas, lo hacía y lo siguen haciendo sus compañeros aunque siempre haya alguien que se queda por el camino. Julián habría disfrutado de una mañana de txikiteo; habría tocado en la banda y habría apechugado en su comparsa de toda la vida, la comparsa Uribarri. Después de comer en casa, -ya había agotado los cartuchos de tanto comer fuera-, habría descansado un rato para regresar a su queridísimo Botxo y jalonar la jornada con los fuegos artificiales, que le encantaban.

Hoy es un día para dedicar a la memoria de Julián Martínez Zuazabal por los años que se volcó en las fiestas, por las semanas que no se quitó un solo día el pañuelo y por las horas que metió para que esta semana se haya convertido en la más grande. Desde aquellas primeras fiestas más puras, más de andar por casa hasta este modelo festivo actual con olimpiadas, trikipoteos, kalejiras y carrusel de actuaciones musicales para todos los públicos. El disfrutó las de hace 30 años y las de ahora. Sin tirar nunca la toalla, sin escatimar ilusiones ni arredrarse ante ninguna adversidad -incluidas las terribles inundaciones del 83- y sobre todo, haciendo gala de un bilbainismo con mayúsculas.

Hoy debería haber sido un año más su Día. Pero Julián ya no está. Se fue el pasado 14 de mayo a los 73 años. Se marchó de su Bilbao del alma, habiéndolo disfrutado cada uno de los días de su vida. "Él era muy consciente de lo que tenía y de lo que le aguardaba pero batalló con ello hasta el último momento", rememora con nostalgia su viuda, Mª Carmen Sainz, que ha dado la espalda estos días a la capital vizcaina porque es muy duro para ella permanecer en el Botxo en estas fechas. Demasiados recuerdos, demasiados evocaciones y todas asociadas a su marido.

concursos gastronómicos Desde su queridísima comparsa Uribarri, de la que era componente desde sus inicios, Julián se convirtió en el perejil de todas las salsas. Son incontables los días que participó en los turnos de txosna, que hizo cocina, que echó una mano a todo aquel que se le reclamaba... Su especialidad eran los concursos gastronómicos y la monumental paella que esta comparsa elabora para alegría de nuestros mayores.

También participaba en el concurso de paellas de Aixerrota y era un enamorado de los certámenes donde hubiera un delantal y una cuchara de por medio. Porque Julián se movía entre cazuelas como pez en el agua. Pero él no escatimó nunca ni un solo esfuerzo... montaba la txosna, limpiaba, arrimaba el hombro y servía lo mismo para un roto que para un descosido.

Las célebres bajadas de toros desde Vista Alegre con su banda de cartón y el grupo de chicas bailando tampoco pueden ser lo mismo sin él. Porque este bilbaino de pro era feliz tanto tocando el bombo como dirigiendo a las señoritas en los bailes. Y eso que a Julián no le gustaban demasiado las corridas de toros. "Lo suyo era el Athletic, por el que tenía locura", apuntala Mari Carmen.

Un momento terrible fueron las inundaciones de 1983. Ahí se volcó y trabajó duro con sus hijos y con todo Bilbao para reparar tanto desastre, para retirar aquel amasijo de hierros y toldos en el quedo convertida la txosna de Uribarri, para volver a limpiar la cara de aquel Botxo del que estaba tan orgulloso. Era tanto su orgullo y tanta su satisfacción que hacía patria allí donde viajaba.

puente a puente En su último año de vida, ya con una salud muy delicada, se embarcó en un trabajo sobre la ría de Bilbao, desde Atxuri hasta el Abra, puente a puente, con toda la transformación; un antes y un después jalonado de vivencias y de experiencias como sólo él pudo acumular. Lo dejó inacabado pero su familia lo completará. "Tenía fotos del montaje del puente Zubi Zuri desde cuando empezó a levantarse hasta que terminó. Había seguido paso a paso la construcción del museo Guggenheim. Además lo tenía todo muy detallado, con nombres, fechas, todo muy preciso", dice Mari Carmen. "Él decía: cuando acabe la torre de Pelli... sabiendo que era casi imposible que él la viera porque ha sido siempre muy consciente de lo que tenía, sabía que era muy gordo y era muy realista", se emociona.

Pero Julián supo disfrutar a tope de lo que fue una vida dura, con trabajos en distintos oficios aunque terminó su vida laboral en Eusko Trenbideak. Un hombre muy trabajador y muy querido, al que muchos recuerdan como ese bilbaino afable, participativo, activo y dinámico, que intentaba no faltar a sus partiditas de tute en el batzoki de Matiko. Por eso hoy, que era su día, Julián se merece este recuerdo. Por eso y porque Aste Nagusia nunca hubiera podido ser la misma sin él. Eskerrik asko Julián. Goian Bego.