Sestao. El pintor Antonio de Miguel Martínez, uno de los artistas más destacados de la margen izquierda, falleció el pasado 1 de mayo en la localidad de Tórtola de Henares (Guadalajara) a los 94 años de edad. Nacido en la calle Gran Vía de Sestao en 1915, sintió desde muy joven una gran inquietud por las artes plásticas, un mundo donde alcanzó gran fama como retratista de la clase política y aristocrática.
Con sólo trece años, su familia dejó Sestao para mudarse al barrio portugalujo de Abatxolo. Comenzó a pintar con 15 años, aunque ya con 13 había hecho sus primeros pinitos caricaturizando "a todos sus compañeros de clase", recuerdan sus sobrinas, Ana y Lolín Romo.
Se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, aunque sólo dos años más tarde decidió dejar la capital vizcaina para dar el salto a Madrid con el objetivo de continuar su formación en el Círculo de Bellas Artes, donde estableció su residencia.
En 1952 decidió emprender un periplo por el extranjero que le llevó a visitar París, México, Caracas, La Habana, Washington y Nueva York. A lo largo de esta aventura, que se prolongó durante tres años, De Miguel siguió pintando de forma activa dejando así un importante legado en aquellas tierras. El artista sestaoarra aprovechó esta etapa para estudiar en profundidad a grandes artistas como Velázquez, Rembrandt, Goya, Cezanne, Van Gogh, Pissarro y Bonnard.
De regreso a España estableció su residencia definitiva en Madrid, donde se casó con Purificación Nuño Orduña. A pesar de que el país, dirigido por el general Franco, no atraviesa por su etapa más boyante, Antonio De Miguel, lejos de pasar penurias, consigue una importante notoriedad entre la alta sociedad debido a sus grandes dotes para los retratos. Así, en aquellos años pinta a buena parte de los políticos, aristócratas y empresarios de la época. "A lo largo de su vida realizó alrededor de 3.000 retratos", apuntan sus sobrinas, quienes destacan al cineasta norteamericano Orson Wells como uno de los personajes más populares que plasmó sobre el lienzo.
A lo largo de su vida cultivó también el bodegón y los paisajes, dejando, tras su muerte, un importante legado en el que destacan sus perspectivas de la ría y de los campos de Castilla-La Mancha, una comunidad autónoma donde consiguió un importante respeto. De Miguel supo recoger a la perfección la transformación de Sestao y Portugalete de núcleo rural a urbe industrial y entre su colección hay grandes obras de los hornos altos y las fábricas de la época.
En El Prado A pesar de la fama que alcanzó en el mundo del arte y de que su pintura ha sido muy valorada, sus sobrinas señalan que su tío siempre permaneció alejado de las redes "comerciales" de la pintura. No obstante, podía presumir de haber expuesto en el Museo de El Prado y de tener obras en pinacotecas de La Manga, Alicante, así como de haber sido reconocido en vida tanto en su municipio natal, con motivo del bicentenario de Sestao, como en la villa jarrillera.
Gran nadador, andarín, de una vitalidad "increíble", su familia comenta, a modo de anécdota, que De Miguel iba acompañado a todos lados de un cuaderno o una cámara de fotos para tomar apuntes que le sirvieran "para los bocetos". Asimismo, le recuerdan como "un gran conversador" y un "lector voraz" que no sólo dominaba la pintura, sino muchos otros campos.
A pesar de emigrar a Madrid para ganarse la vida, Antonio de Miguel regresaba todos los años a Portugalete para visitar a su familia y ver a los viejos amigos. Los últimos años de su vida los pasó en Tórtola de Henares, localidad de su mujer.