ENTONCES, ¿la guerra sostenible también fue idea de ellos?
–No, fuimos nosotros, los gobiernos, quienes iniciamos una guerra para impulsar una forma de economía mundial sostenible. Pero eso no fue más que un acto económico totalmente controlado.
–Ya, ya, desde el punto de vista de la gente que no vive donde vuelan las balas, todas las guerras podrían considerarse un acto económico controlado”
Este diálogo de la serie basada en el manga Ghost in the Shell refleja bien la situación en la que se encuentra la economía de eso que en la perspectiva eurocéntrica ha venido en denominarse Occidente.
Es obvio, salvo para los economistas, que la Gran Recesión de 2009 marca el final del sueño neoliberal de reactivar la economía mediante masivas transfusiones de crédito. Durante más de una década las economías capitalistas avanzadas han sido incapaces de recuperarse del gran batacazo, y ni los intentos de mantener marcha los programas neoliberales ni el regreso a las políticas de reconstruir el estado de bienestar han logrado los resultados perseguidos, esto es, lograr un periodo de crecimiento sostenido de las ganancias y la inversión reales –no financieras–, es decir de la acumulación de capital. Entre 2008 (antes de la Gran Recesión) y 2019 (antes de la Gran Pandemia) el mundo aumento su producción de valor en 21,5 billones de dólares constantes a precios de 2015. Pero de este nuevo valor añadido, los países desarrollados solo contribuyeron con 7,5 billones, un tercio del total. Entre esos años la inversión mundial aumentó en 6,6 billones de dólares a precios constantes, pero solamente la cuarta parte corresponde a acumulación de capital en los países desarrollados.
Es en este contexto de pérdida de protagonismo en la economía mundial que hay que interpretar muchos de los acontecimientos recientes en el Occidente global. Uno de especial actualidad es precisamente la decisión consensuada entre los dirigentes de estos países de aumentar significativamente el gasto militar, que recordemos no ha dejado de aumentar, más de 300 mil millones de dólares constantes de 2008 a 2019. Pero de este aumento, solo 75 mil millones corresponde a los países desarrollados. Pero aquí hay un dato geográfico significativo. Estados Unidos aumentó en este periodo su gasto militar en 73 mil millones de dólares constantes y Canadá en 3 mil millones. Japón y Corea del Sur en 1 mil y en 17 mil millones respectivamente. Australia y Nueva Zelanda en 7 mil y mil millones respectivamente. Pero los países desarrollados de Europa, incluida Gran Bretaña, y con la excepción de Noruega, Alemania y de Suiza, disminuyeron su gasto militar entre 2008 y 2019. En conjunto, el gasto militar de los países desarrollados de Europa se redujo en términos contantes en 38 mil millones de euros en 2019 respecto a 2008.
Esta es una de las claves para entender los esfuerzos baldíos del presidente Trump para lograr que la UE aumentar el gasto militar, y porqué el éxito que ha coronado los esfuerzos de la administración Biden para conseguir el mismo objetivo. Porque es precisamente Trump el que con sus políticas declara la defunción del proyecto neoliberal, y pretende sustituirlo por uno basado en resucitar la industria norteamericana en declive. La diferencia más notable entre los gobiernos republicanos y demócratas es el tipo de sectores industriales que promueven unos y otros; en función de los alineamientos partidistas más o menos sesgados de los consejos de administración corporativa, los republicanos se apoyan más en las corporaciones petrolíferas, en la industria del metal y la química de base, y los demócratas en las industrias culturales, la industria digital, la agroalimentaria y por supuesto, en el complejo militar-industrial.
Recordemos lo que dijo el presidente Eisenhower al abandonar la Casa Blanca: “Nuestro trabajo, los recursos y los medios de subsistencia son todo lo que tenemos; así es la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y ese riesgo se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”.
De los 555 mil millones de dólares de ventas en 2020 de las 100 mayores empresas mundiales de armamento, 306 mil millones corresponden a las 45 empresas estadounidenses incluidas en esa lista. La UE tan solo incorpora 17 empresas a la misma, con unas ventas conjuntas de 49 mil millones de dólares (en la que España contribuye con Navantia y 920 millones de dólares de ventas).
Al acordar una estrategia de reorientación del gasto público hacia el rearme, parece que se quisiera actualizar la estrategia de dominación global de Estados Unidos durante los años 50 y 60, que se basó no solo en el desarrollo de la sociedad de consumo de masas y del trabajo en cadena, sino de forma muy especial en un gasto militar superior al 10% del PIB, un volumen que permitía desarrollar una de las mayores economías planificadas del mundo, el Pentágono, que se situaba solo por detrás de la URSS en presupuesto. Ello permitió desarrollar un importante sistema de innovación militar corporativo-estatal fuertemente planificado, que nos ha legado desde los contenedores y el nylon hasta el control numérico o internet.
El keynesianismo militar, durante la guerra y la posguerra, es una de los factores más importantes en la consolidación del periodo de mayor crecimiento económico del mundo occidental, la edad de oro del capitalismo mundial. Ante el fracaso de las nuevas estrategias de organización de la producción y del estado, tal parece que ahora se nos propone un retorno a los esquemas de hace 70 años. No es por casualidad que el gobierno de España ha tomado el control de la otra gran empresa española de inversión militar (Indra), con una rapidez y determinación que se echa en falta cuando se trata de salvar mediante el control público del tejido productivo civil, sea Bankia, La Naval, Duro Felguera o Abengoa.
Parece que la única forma de cambiar el modelo productivo que concibe la adoctrinada clase política local para sustituir empleos de camareros, jornaleros y maquiladoras del automóvil sea el desarrollo de la industria militar, siguiendo un comportamiento compartido con los socios europeos que no está asociado necesariamente a la guerra en Ucrania, pues desde 2014 la oficina de estadísticas europeas decidió que se dejara de considerar la compra de misiles y cañones y otro armamento como un gasto en la contabilidad nacional, para considerarlo una inversión: si el gasto militar es solo inversión, su reducción perjudicaría estadísticamente el comportamiento del PIB tendencial a largo plazo.
Pero podemos aventurar que los resultados del neokeynesianismo militar serán similares a los obtenidos por el regreso (neo) a las políticas liberales de hace cien años. Porque una diferencia sustancial, tan sustancial que se presenta casi como una condición necesaria de esta política, es que su promotor era la gran potencia económica capitalista, y el resto de países partían de una masiva destrucción de capital productivo consecuencia del conflicto bélico, y por tanto con una gran flexibilidad para reorientar sus actividades productivas hacia una industrialización a la vez militar y de consumo.
Hoy Estados Unidos ya no es la potencia incontestable que era hace 7 décadas, y las crisis (del petróleo, financiera) tampoco se han saldado con una destrucción del capital comparable a la que se produjo en la primera mitad de los años 40. No hay duda en qué país entre los socios otanicos-occidentales puede beneficiarse en mayor medida de un incremento generalizado del gasto militar, por tener ya su industria orientada claramente a la producción a armamento tradicional e innovador. Pero tampoco esto va a servir para relanzar el crecimiento económico, cuya sostenibilidad está en duda por el elevado endeudamiento público y privado que nos dejó el neoliberalismo, la ausencia de recambio en el tejido industrial y por la falta de discernimiento político de un mundo en el que la mayor parte de los actores se niegan a seguir jugando con las reglas del pretérito líder. l
* Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV