Los tres empates seguidos en San Mamés reflejan un descenso en las prestaciones que resulta asumible. Con el título de Copa y el billete para Europa en el bolsillo era mucho pedir que el equipo mantuviese el elevado nivel competitivo del resto de la temporada. Bajo esta premisa, eludir la derrota ante Villarreal, Granada y Osasuna hasta puede asumirse de buen grado. De algún modo pone en valor la fiabilidad del Athletic en horas bajas porque lo que también ha quedado demostrado es la dificultad que entraña imponerse a cualquier rival si no se está a pleno rendimiento.

Descrito el especial contexto que ha englobado las tres últimas citas celebradas en ese territorio con acreditada fama de inexpugnable que se llama San Mamés, cabe apuntar una clave que ayudaría a entender mejor lo ocurrido el sábado. Solo con fijarse en la alineación se comprueba que el Athletic del derbi apenas guardaba parecido con el que recibió a Villarreal y Granada. Frente al primero, solo se echó de menos a Galarreta en la formación; ante el segundo, a Prados. Los demás jugadores fueron justo aquellos que han gozado de la vitola de titulares todo el curso.

Contra Osasuna faltaron un defensa central, las tres piezas del centro del campo y un delantero. Es decir, la mitad del bloque habitual. Entre las novedades, la única que dio la talla fue Lekue, quien se desenvolvió con eficacia en un puesto nuevo para él gracias, presumiblemente, a sus cualidades para amoldarse a diversas funciones y a que ha participado con asiduidad desde verano. Berenguer anduvo bajo y no podrá alegar déficit de rodaje, por lo que hay que pensar que acaso le incomodase la misión de falso ariete.

La reunión de Herrera, Vesga y Muniain en la sala de máquinas constituía una apuesta de riesgo. Para empezar, por tratarse de un experimento, una combinación inédita en una línea que normalmente determina la propuesta futbolística del conjunto. Además, salvo Vesga en el tramo inicial de la campaña, ninguno de los componentes del trío ha conseguido adueñarse de una plaza entre los asiduos de Valverde. Si Vesga perdió el sitio a raíz de una lesión para no volver a recuperarlo, Herrera ha estado entrando y saliendo por segundo año consecutivo, a expensas de la disponibilidad de otros compañeros y, por supuesto, de la suya propia. A esta pareja, técnica y tácticamente interesante, le cuesta correr al ritmo que necesita el juego del Athletic, al igual que ser intensa en las disputas y proyectarse. Son centrocampistas de corte posicional y acusan que el adversario se muestre dinámico, agresivo e insistente, como ocurrió. Valverde fue explícito al respecto al aludir a la energía que reclamaba el equipo y que precipitó la sustitución de ambos a la vez.

Herrera y Vesga se retiraron del campo acompañados por Muniain. En una coyuntura muy especial, el capitán quiso reencontrarse después de una prolongada estancia en el banquillo, factor este que le ha empujado a tomar la iniciativa de despedirse del club. Como siempre, se ofreció para recibir y conectar con la gente de arriba; sin embargo, tuvo poca incidencia en el juego y a medida que los minutos se consumían se le multiplicaron los problemas para salir airoso con la pelota. Nada que no pudiera preverse. Hablando en plata, sin opciones reales de gobernar el partido, el Athletic estuvo en un tris de sufrir una derrota. Si la esquivó en el 96 fue porque nunca se rindió, aferrado al recurso del tesón, baza que modela su personalidad. Pero no cabe duda de que en el origen de las penalidades vividas contra Osasuna se ha de señalar con el dedo una alineación circunstancial, de urgencia y bastante inconsistente para desplegar con ciertas garantías el repertorio que le caracteriza.