MENUDO ojo, el del ministro español de las cosas del comer, Luis Planas. Hace justo una semana, después del último conciliábulo de esa entidad gaseosa llamada Observatorio de la Cadena Alimentaria, cuyo único fin es reunirse, el tipo porfió que lo que procedía ante la escalada loca de los precios era quedarse quietos. Esgrimía, a modo de argumento, informes que aseguraban de muy buena tinta que el IPC iba a bajar por su propio piececito y, como consecuencia del mismo prodigio, tatatachán, los productos que encontramos en los lineales del súper volverían a costar lo de antaño. De saque, como ya dije aquí mismo, Planas nos tomaba por parvos. Incluso aunque se hubiera cumplido su difuso vaticinio, lo más que cabía esperar era que la subida se detuviera. Ni de coña (perdonen la procacidad) iba a producirse una bajada.

Pero es que, como acabamos de ver, sus palabras se han demostrado una gran pifia. La inflación del mes que acabamos de dejar atrás ha vuelto a tirar hacia arriba. En concreto, un 6,1%, que como ustedes, yo y nuestros bolsillos sabemos de dolorosa primera mano, es solo una media que refleja pálidamente el tantarantán que notamos al pasar por caja. El crudo resumen es que las rebajas y/o supresiones del IVA de los que se establecieron como productos básicos no han obrado el efecto anunciado. Y no hacía falta tener varios másteres en Economía avanzada para olerse que los descensos serían hábilmente enjugados por las cadenas de distribución. Eso, mientras las arcas públicas dejaban de ingresar cientos de millones de euros. Literalmente se ha hecho un pan con unas hostias.