NO es un juego de azar, por supuesto, pero para no poca gente la Declaración de la Renta es un cara o cruz. Y aunque los cálculos se repiten, más o menos, con los sueldos estables y año tras año uno sabe lo que van a devolverle o lo que ha de pagar, muchas veces cuando llega el ingreso de la devolución queda esa sensación: la moneda cayó de cara. ¡Qué suerte! se escucha exclamar, todavía, a quienes han de rendir cuenta con el fisco. Uno diría que se hacen los tontos (es mejor eso que pensar que se ríen de uno a la cara...) porque es bien sabido que quien paga por estas fechas cobró de lo lindo en los once meses anteriores. Más, por supuesto, que quienes reciben los 1.179 euros de la devolución estándar, si me lo permiten decir así.

Ojalá uno –quien esto escribe, pongamos por caso...– tuviese que pagar un buen dinero al erario público. Andarían más calientes mis bolsillos. Lo digo desde el corazón, por mucho que escucho con frecuencia por estas fechas que uno preferiría disponer del dinero y que no le retuviesen ni un euro en la nómina. Me cuesta pensar en el escándalo que se montaría, créanme. En esencia somos criaturas sociales. La idea de que uno puede empezar algo de la nada, libre del pasado o sin deuda alguna con otros, no podría estar más equivocada. ¿A qué hospital iría, a qué colegio? ¿Sobre qué carretera circularía (sin constantes revisiones y reparaciones iríamos por un camino de bueyes, supongo...) nuestro vehículo, o mejor dicho, en qué vehículo? ¿De dónde sacarían techo y alimentos los desventurados hijos de Dios? Me temo que de nuestros bolsillos, a golpe de atracos y robos violentos. La retahíla de preguntas es inagotable.

Claro que yo no soy Mark Zuckerberg, Elon Musk, Amancio Ortega o un jeque árabe. A ellos sí, a ellos les jode que les sacudan las migas de la camisa tras el opíparo banquete. Ellos no conocen ese trágico momento en que una persona endeudada no tiene otra salida que barajar de nuevo y jugársela una vez más. Jugársela, digo, no jugar. La vida. Sin la red de un Estado al que uno ha aportado, poco a poco, el sudor y el trabajo de sus brazos para trenzarla, ese triple salto mortal sería morrocotudo, no me digan que no.

Hacienda nos devolverá algo, seguro, a la inmensa mayoría. Yo hubiese preferido pagar un pastizal pero me temo que en muchos de nuestros campos no hay cosechas fecundas que nos sacien.