UN guerrero lleva su escudo por el bien de toda la línea”, dijo Plutarco, aquel viejo pensador y moralista cuyo héroe es de carne y hueso y sostiene en sí mismo el combate entre la virtud y la fortuna. El escudo, esa es la palabra. El escudo protector. Como si la mismísima diosa Osakidetza le hubiese inspirado sus palabras, el escudo bienhechor y padrino que tanto protege alrededor de uno para evitar que se propague el mal bien pudiera equivaler a las vacunas que hoy vuelven a nuestro día a día.

Las noticias son claras. Las personas mayores de 60 años y los colectivos vulnerables serán los primeros en inmunizarse desde ayer mismo. Es fácil ser valiente desde una distancia segura, nos dijo el fabulista Esopo. Y esa protección, digo, llega a través de la inmunización que trae consigo la vacuna que vuelve a nuestra realidad en el otoño, tiempo en el que se trabaja contra los virus que, según se decía antaño, se convierten en activos cuando esquivan los calores del estío. El verano se fue, es cierto, pero el calor, ya lo ven, aquí sigue. Es un tiempo de alivio ganado antes de que llegue el mal. Corre, corre, y ganarás una porción de vida buena, viene a decirte la ciencia.

La prisa es humana y explicable. Se ve necesidad de que las cosas cambien de aquí al lunes. Pero para poder meterte en la realidad y querer cambiarla hay que entenderla tal y como es. La realidad es así, no es algo que ocurre en quince minutos. La realidad es que se ganó la gran batalla al virus pero la guerra contra las enfermedades es mucho más larga, casi se diría que inagotable. Usa uno la metáfora de la guerra y se da cuenta de repente, ¡zas!, que es palabra peligrosa cuando se hace visible en estos días, donde una parte del mundo dirime sus discrepancias con la otra a hostias, como si las ideas hubiesen perdido su peso. Nos llega desde uno de esos negros rincones, desde Gaza, que Iván Illarramendi, que residía en el kibutz Kissufin, cerca de la propia Gaza, ha desaparecido. No perdamos la esperanza pero...

Hay una energía nueva que es muy alentadora. Vitamina P. De protección, de prevención, de Plutarco, como les decía. Es una energía que fortalece, un alimento que sienta bien. En ella hemos de depositar nuestra fe para que uno esquive los males que nos acechan. Hemos de tomar las dosis necesarias para que la vida no se nos convierta en una cuesta arriba intolerable.