TOCA decidir quién gobierna las instituciones: la lista más votada o la mayoría más votada. La primera opción está descartada en Euskadi por todos los partidos porque todos ellos han sumado antes con otros para desbancarla. La segunda, que dirige inevitablemente al reafirmado pacto PNV-PSE, abre la puerta a otra retórica que agita el perdedor de ese pulso, EH Bildu: la del cambio. Esa que dice que el giro en la voluntad popular exige encomendar a los de Arnaldo Otegi el liderazgo del país. Es oportuno coger ese guante y decidir si los 120.000 votos de EH Bildu en Gipuzkoa –incluso con los 21.000 de Elkarrekin Podemos–, tienen más legitimidad que los 156.00 de PNV-PSE para gobernar el territorio. Los titulares hablan del crecimiento de la izquierda independentista y de la pérdida de votos del PNV. Pero, como el diablo está en los detalles, esos datos describen un creciente suelo electoral del que el PNV acaba ascendiendo y un techo granítico que EH Bildu no desborda e incluso merma. De eso va: de techos y suelos. Sigamos a Gipuzkoa, donde Bildu obtuvo su techo de voto en 2011 y gobernó para ser descabalgada por los votantes tras cuatro años de gestión contrastable y hoy Maddalen Iriarte pide que le entreguen por ser la más votada. Pero los 120.000 votos a Juntas de hace dos semanas reproducen el techo de 2011; o, mejor dicho, se ha achicado en los 17.000 votos que entonces tuvo Aralar, hoy integrada en la coalición. Curiosamente, el PNV, que se ha dejado en casa a miles de votantes, ha pasado en el mismo tiempo de 81.000 a 105.000 votos, lo que achica la diferencia techo Bildu vs. suelo PNV de 38.000 a 15.000 votos. Ya sé que es un rollo pedir el esfuerzo de contrastar datos, pero el “cambio” que reivindica de nuevo Urruzuno es el que ya experimentaron en 2011 y que motivó a miles de abstencionistas a moverse en 2015 para pisar suelo firme y dejar de caminar por el techo. El ciclo de olvido puede llevar ocho años pero el de memoria se reactiva más rápido. l