JUAN Mari Uriarte ha sido una de las personas que más me ha marcado y/o interesado en mi vida, tanto profesional como personal, aunque nunca se lo confesara.

La primera vez que escuché hablar de aquel joven obispo auxiliar, yo era apenas un adolescente. Don Julián Barquín, mi querido e inolvidable párroco de Güeñes, presentó en 1976 a aita, junto al bar Amabizkar, a un joven sin ninguna pinta de sacerdote. “José Mari, te presento al nuevo obispo de Bilbao”, le dijo Don Julián a aita. “Calla, calla, Juli... si este es obispo, yo soy el Papa de Roma”, respondió aita, mientras el entonces muy joven Juan Mari, sin sotana ni alzacuellos en aquellos mediados setenta, le enseñaba a nuestro padre el anillo de Monseñor, aunque de obispo auxiliar, antes de tomarse juntos un blanco.

Aquel día la humilde sencillez y simpatía de Juan Mari ganaron para siempre a aita, e indirectamente, a un chaval que ya entonces se definía como agnóstico.

Pasaron unos cuantos años hasta que conocí personalmente a Monseñor Uriarte.

A mediados de los ochenta, ya novato periodista, me tocó hacer una entrevista al todavía obispo auxiliar de la Diócesis de Bilbao. Primera sorpresa. La cita fue en un sencillo piso obrero del barrio de Santutxu donde Juan Mari compartía su vida con una familia. Conversación larga y enriquecedora. Todas sus reflexiones me parecieron valiosísimas. Fui incapaz de resumir la entrevista y afortunadamente conseguí que la dirección del semanario Euskadi me permitiera llevarla a portada y publicarla en dos sucesivas entregas. Además de su bonhomía, me sorprendió su formación académica como psicólogo clínico, si mal no recuerdo, con estudios en Lovaina. Aquel día Juan Mari terminó de ganarme como persona y me llenó su capacidad para entender mi falta de fe.

Durante años seguí la trayectoria de Juan Mari. Supe que fue clave en la fundación e impulso de Gesto por La Paz y de Proyecto Hombre.

Volví a encontrarme con él en Zamora, cuando ya estaba discretamente volcado en la mediación entre ETA y el Gobierno Aznar con el ministro Mayor Oreja.

Con Txema Montero, Iñigo Urkullu y Jesús Veci Piti nos acercamos un día soleado a su exilio zamorano. Detallista y buen anfitrión, lo primero que nos dijo fue si necesitábamos ir al servicio tras un largo viaje. Atendido con gran cariño por unas monjas, las vainas fueron exquisitas y la conversación, irrepetible.

Sin preguntar, seguí sabiendo de su trabajo incansable en pro de la paz, y de su permanente discreta relación con nuestro Gorka Agirre, al tiempo que impulsaba la formación y la implicación en aquellos silenciosos y eficaces trabajos del entonces joven sacerdote Joseba Segura. Creo que nunca será suficientemente reconocido el papel de Juan Mari en el fin de ETA.

Pasaron los años y volví a tener la oportunidad de compartir momentos con Monseñor Uriarte, ya retirado tras su fructífero paso por la Diócesis de San Sebastián, donde había vuelto a comer unas vainas también en compañía de Txema Montero.

Con Txema en muchas ocasiones he comentado lo diferentes y complementarios que eran Uriarte y Setién. Don José María daba la inicial impresión de un frío y distante intelectual, mientras Juan Mari parecía un cercano y afectuoso párroco de pueblo, a pesar de su también reconocida gran formación académica.

Nunca estaré suficientemente agradecido cuando Juan Mari me dio toda su confianza para convertir su libro Reconciliación en un producto audiovisual. Volví a encontrarle en un piso familiar, ahora en Indautxu. Su libro nos inspiró para producir para Euskal Telebista un precioso documental también titulado Reconciliación, con el equipo de las productoras Filmak TV y Newmedia. Tuvimos además el honor de que Juan Mari nos acompañara y respaldara en un abarrotado estreno en el festival de derechos humanos Zinexit.

Paz y reconciliación

Recuerdo especialmente la conversación durante la grabación del viaje en autobús desde Bilbao hacia su Fruiz natal para dar la misa dominical. Y el cariño con que le arropaban todos sus vecinos y vecinas, mientras nos contaba las bondades arquitectónicas de aquel precioso templo.

Entonces le volví a recordar cuando aita no se creía que fuera obispo y Juan Mari se volvió a reír con la anécdota. Y pensé en mi relación desde niño con los ya desaparecidos sacerdotes Don Julián Barquín y Don Lucio Beraza, quienes tanto querían y admiraban a Juan Mari.

Y hoy recuerdo también los encuentros con otro de sus acérrimos seguidores, el “curita” Josu Zabaleta, quien desde Askartza Klaret, recorriendo las cárceles de la dispersión, tanto hizo también por traer la paz y la reconciliación a esta Euskadi.

“Hay que leer el libro de Monseñor Uriarte. No hay nada mejor para propiciar la convivencia en este país que leer y difundir su libro Reconciliación, me decía aquel inolvidable claretiano. Y Josu subrayaba que Juan Mari había conocido de primera mano, y le había marcado, el dolor del terrorismo con el asesinato en Bermeo por ETA en 1985 de su primo carnal, el taxista Juan José Uriarte Orue.

El sábado, al llegarme la noticia del fallecimiento de Juan Mari, sin darme cuenta, recuperé el recuerdo de sus sacerdotes Juli, Lucio y Josu; de aquellas vainas compartidas, de sus bonhomía, de su cariñosa comprensión hacia un presunto agnóstico como yo…

He tenido la necesidad de escribir, a borbotones y con el corazón, estas líneas de recuerdo y admiración. Y es que he tenido claro que en la historia de Euskadi Don Juan María Uriarte debe ocupar un prioritario lugar. Agur eta ohore, Juan Mari. Mila esker, zure bizitzagaitik!!

Periodista