SOBRE un conjunto de proyectos e ideas que no hemos podido solicitar a las grandes marcas de los conseguidores, sean Olentzeros, Papás Noeles o Reyes Magos, en las pasadas fechas navideñas, debatimos hace unos días un grupo habitual de personas a las que nos une una preocupación por determinadas alternativas de futuro.

Ideas

Resumiré los comentarios vertidos en ese foro sobre los proyectos e ideas tratados. Para ello, nos situamos de aquí a 25 años, y convenimos en que el corto plazo y los usuarios habituales del mismo, carecen de la profundidad y paciencia suficientes como para ser capaces de definir y aplicar las soluciones relativas a las aspiraciones y problemas que nos afectan en la actualidad.

Consideramos, asimismo, la necesidad de un marco de convivencia, geográfico, legal y político transformado y en el que dentro del cual, deberíamos alcanzar una sociedad con menos diferencias entre colectivos e individuos. No se habla, en absoluto, de homogeneidad, todo lo contrario, defendemos la heterogeneidad en un marco que garantice el acceso a las bases mínimas del estado del bienestar: alimentación, cultura, conocimiento, salud y respeto al otro, independientemente, del nivel de ingresos y patrimonio.

Ese ámbito de convivencia, ese objetivo, está dibujado con una serie de líneas que se transforman a la vez en características de dicho ámbito. Empezando por el mantenimiento del esquema heredado de Montesquieu, el de los tres poderes: Legislativo, Judicial y Ejecutivo, pero con algunas actualizaciones que deberían plasmarse en el nuevo contrato social.

Un boceto de trazo grueso parece adecuado, sin perjuicio de que expertos en distintas materias concernidas perfeccionen y desarrollen los detalles detrás de las necesarias definiciones básicas. Para comenzar, el estado-nación, concepto heredado desde el siglo XVIII, ha perdido parte de su sentido inicial, con lo que hay que redefinir el ámbito geográfico dentro del nuevo marco, ya que las circunstancias extrafronterizas nos afectan desde la guerra en Ucrania, hasta el asalto trumpista al Capitolio, o el bolsonariano en Brasilia. En este sentido el espacio es Europa. La evolución esperable y deseable de la Unión Europea (UE) –es preferible hablar de la UE del euro, de los 19, que es un colectivo de países más cohesionado y homologable entre sí–, marcará nuestro futuro.

Y, ¿cómo percibimos esa Europa dentro de 25 años? Como una confederación. Esto dará pie a nuevos comentarios y a muchas controversias. Sin duda, pero la intención de estas líneas no es crear polémicas, a veces estériles, sobre la base de ideas preconcebidas sino todo lo contrario, es decir, se pretende proponer ideas que sirvan para la reflexión creativa.

Dentro de ese Estado Confederal Europeo –que nadie se asuste, de alguna manera porque ahora estamos ya confederados–, debe consolidarse un sistema trinario, legislativo, ejecutivo y judicial, bajo la perspectiva de una subsidiariedad efectiva y descentralizada, en el sentido en que actúa, bajo el acervo legislativo común, la autoridad más próxima a los ciudadanos destinatarios de la actuación.

Esto ha de ser parte del nuevo contrato social, pero también la modificación de conceptos como la libertad individual, que ha de ser igual, de manera real, para cualquier individuo, independientemente de su raza, sexo o convicción, y colectiva.

Pongamos un ejemplo sobre la libertad. Dicho concepto en nuestros Estados posnapoleónicos y bastante jacobinos, implica el derecho ilimitado a la propiedad. Pues bien, en el nuevo contrato social, esa libertad de la propiedad puede verse constreñida por mor de la política fiscal, legalmente aprobada por mayoría en el parlamento correspondiente. Por cierto, la política fiscal era inexistente como tal en la época de la Ilustración, es decir en 1782, que es la época que comienza la organización de los Estados sobre el trípode de Montesquieu.

Anoto tres cambios más, entre otros, posiblemente necesarios, a añadir a ese nuevo contrato social. En primer lugar, todo lo tecnológicamente avanzado en relación con el derecho a la vida. Estoy pensando en ámbitos como la fecundación asistida, o la eutanasia o el aprovechamiento conveniente del conocimiento del ADN. Es preciso abordarlos sin miedo y con suficiente rigor ético –no el de cara a la galería para ganar votos–, por parte de la sociedad, sujeto al mecanismo máximo y óptimo de las mayorías, núcleo de la democracia.

Elementos que transforman, nos guste o no, conceptos tradicionales como el de la familia. No tengamos miedo, seamos moralmente respetuosos y sólidos, serios, y aceptemos todas las opciones, incluso las ancestrales y las nuevas.

En segundo lugar, considero imprescindible tener en cuenta, analizar y, en su caso, legislar adecuadamente, todo lo relacionado con la inteligencia artificial (IA). No podemos obviarla, y no debemos rechazarla. Su inadecuada o adecuada utilización y efectos dependerán del ser humano, al menos, en los inicios.

Por último, y abandonando todo fariseísmo instalado en nuestras sociedades, si somos capaces de todo ello, implicará un reforzamiento de nuestro estado del bienestar, con una capacidad superior de acceso a un mayor número y diversidad de bienes y servicios, pero trabajando menos por efecto del incremento de la productividad del trabajo y del capital, así como por la aportación de la tecnología. Todo ello sin olvidar que también habrá “malos”, tendremos que reforzar el monopolio de la utilización de la fuerza y coacción por parte del Estado Confederal Europeo para defender interna y externamente ese nuevo paradigma social.

Economista