Es una mañana (aparentemente) tranquila en el Café Marrakech. A las 12.00 del mediodía, tan solo algunos clientes ocupan las mesas del local, decorado con motivos que recuerdan a las mezquitas de la ciudad marroquí, uno de los epicentros del seísmo de magnitud 6,8 que el viernes por la noche hizo temblar buena parte del país norafricano. Sentado de uno de los sillones, Abdeljalil El Mousaoui sube y baja el volumen de la televisión en la que se están proyectando vídeos grabados por sus compatriotas. La visión que ofrecen todos ellos es unánime: una montaña de escombros que levantan una espesa polvareda entre marrón y grisácea.

“Yo soy de Marrakech y me llevé un buen susto. Estuve hablando con mis familiares toda la noche, estaba muy asustado”, explica. Como todos los miembros de la comunidad marroquí de Bilbao –conformada por 3.779 vecinos, según Ikuspegi–, este joven lleva dos días sin pegar ojo. “No he dormido nada, aunque, por suerte, mi familia está bien”, afirma, aliviado. Eso sí, el hogar en el que residían ha quedado completamente destruido por el seísmo, el más grave en el país desde que se tienen registros. Por eso, su madre, su padre y sus tíos se han visto obligados a pernoctar a la intemperie, junto a muchos de sus vecinos. 

PELIGRO DE DERRUMBE

Daouia Labhgouri y Abdeljalil El Mousaoui no han dormido nada en toda la noche Oskar González

Según el joven, muchos se han quedado sin nada en un abrir y cerrar de ojos. “Estoy triste. La gente no tiene cómo comprar comida. El terremoto lo ha derrumbado todo”. Y es que, cuando uno tiene que huir de su hogar, no tiene tiempo de meterse la cartera en el bolsillo. Por otro lado, reconoce sentir sienta inquietud por el estado de uno de los montes que circundan la ciudad, ya que el terremoto ha provocado un movimiento de tierras que puede ser peligroso.

“Me lo ha comentado mi hermano. Al abrirse, ha salido agua que ha reblandecido la tierra. Se puede desmoronar. Estoy intentando saber si ha pasado algo más. Espero que no se haya caído ninguna otra casa”, expone. Dice, además, que le gustaría poder trasladar a su familia hasta la villa para que puedan escapar del horror que se vive en las calles de la ciudad estos días. No obstante, reconoce que su economía no se lo permite: “no tengo el dinero ni la fuerza suficiente, no pueden venir”, sentencia. 

Mientras Abdeljalil relata lo ocurrido, Daouia Labhgouri intenta comer un rollito dulce de almendras. Lo acompaña con un té de menta, pero, mientras el contenido del vaso decrece sorbo a sorbo, el rollito permanece casi intacto. La angustia carcome sus entrañas y parece cerrarle el estómago. “Soy de Canetra, una de las zonas en las que se sintió el terremoto”, dice. “En un primer momento me asusté muchísimo. No podía dejar de llorar, porque estaba muy preocupada por mi familia. Todos están allí; mi padre, mi madre, mis tíos, mi abuelo, mi abuela, mis hermanos... A las 7.00 de la mañana –del día de ayer– me dijeron lo que había pasado. Murieron 820 personas”, refiere, visiblemente compungida por la situación. 

Aunque su cuerpo esté sentado en una cafetería de la Calle San Francisco, la mente de Labhgouri se encuentra a miles de kilómetros de la villa. “No puedo dejar de pensar en cómo estarán, en si habrán conseguido algo de comer... La preocupación es constante”, zanja. 

AYUDA HUMANITARIA

A pocos metros del que, en estos momentos, se ha convertido en uno de los puntos de encuentro de la comunidad marroquí bilbaina, varios fieles del centro islámico de la ciudad están reunidos en la Mezquita Al-Forkan, situada en la Calle de la Concepción. “Ha sido terrible. Hay aldeas que han desaparecido por completo”, detalla Moulay Driss Sadiki, uno de los líderes, al término de la reunión.

Según la información que traslada a este diario, las zonas rurales de la Cordillera del Atlas –un sistema montañoso que recorre buena parte del noroeste del continente africano– han sido las que más han padecido el embate del seísmo. “En el pueblo de un conocido, solo han sobrevivido dos personas, sus padres. ¿Y qué van a hacer ahora? No pueden quedarse allí, la aldea esta totalmente destruida”, cuenta, pesaroso. Hasta el momento, son más de 2.000 las personas que han fallecido como consecuencia del terremoto. Pero el goteo de cuerpos sepultados seguirá creciendo, según se vayan desescombrando los inmuebles que han sido destruidos. “Lo peor es que todo comenzó a las 11.30 de la noche”, apostilla Driss Sadiki, “por lo que la gente no tuvo ninguna capacidad de reacción. Estaban todos durmiendo”. 

“Estamos haciendo una recaudación de fondos que se destinarán a las familias de las zonas más afectadas por el terremoto"

Moulay Driss Sadiki, uno de los líderes de la comunidad islámica de Bilbao, trabaja a destajo para ofrecer una solución a los afectados por el terremoto Oskar González

Por todo ello, el centro islámico de Bilbao ha resuelto enviar ayuda humanitaria a Marruecos, el país de origen de la mayoría de sus miembros. “Estamos haciendo una recaudación de fondos que se destinarán a las familias de las zonas más afectadas por el terremoto. No creemos que sea necesario enviar comida u otro tipo de ayuda porque pensamos que el Gobierno marroquí se hará cargo de esa parte más adelante. Ahora, su prioridad es rescatar al máximo número de personas posible”, explica el líder de la comunidad de fieles de la doctrina de Mahoma.

No muy lejos de la mezquita, en el Puente de Cantalojas, Rachid y Lamori conversan distendidamente. Ambos provienen del norte del país, de Fez, donde el movimiento de tierras apenas se ha notado. “Estamos consternados, pero lo cierto es que en nuestra ciudad la situación es bien diferente”, explica Rachid. Eso sí, sus tíos residen en Marrakech. Están bien. “Por suerte, no les ha pasado nada. Tienen que dormir en la calle, pero están sanos y salvos”, asegura. Por otro lado, se muestran contentos de que las redes telefónicas no se hayan visto afectadas por sismo. Afirman mantener “una comunicación constante y fluida” con las personas de su entorno que, por ahora, residen en Marruecos. 

EL NORTE, LA ZONA MENOS AFECTADA

Rachid y Lamori son de Fez, del norte de Marruecos, donde la incidencia del terremoto no ha sido significativa Oskar González

Ambos hombres viven en el área de influencia beréber de Marruecos. Este grupo étnico, que históricamente ha abarcado la totalidad del norte del continente africano, tiene su propia lengua, unas costumbres diferenciadas de la cultura árabe e incluso una bandera propia, que ondea orgullosa en la entrada del Berebar, el Restaurante Beréber de la Calle San Francisco, regentado por Karim. El restorán suele ser frecuentado por ciudadanos del norte del país africano. El trasiego de clientes es notable cuando las manecillas del reloj se acercan a la una del mediodía. Y todos los comensales tienen la vista fija en la televisión, que emite la imagen en directo de una reportera de RTVE relatando la última hora del terremoto desde su epicentro. 

“La gente está consternada, muy afectada”, reconoce Karim, “ha sido algo muy grave”. Comenta que los clientes le trasladan su estupor por lo ocurrido en su país de origen y que el ambiente que respira en el lugar es más bien lúgubre. “Todo el mundo está preocupado por los familiares, que lo están pasando muy mal. Es que ha muerto muchísima gente”, expone. Él, por fortuna, no está pasando noches en vilo, pegado a la pantalla del teléfono móvil. En Alhucemas, su ciudad de origen, el impacto del terremoto ha sido irrisorio. Sin embargo, lamenta que haya tantas personas con el sufrimiento tatuado en el rostro intentando digerir la noticia mientras tratan de comer, sin muchas ganas, la humeante comida que él les sirve en el plato. 

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Así las cosas, el clima que predomina entre los más de 3.000 vecinos de origen marroquí que residen en Bilbao es de miedo. E incertidumbre, porque las noticias llegan a cuentagotas. La mayoría trata de ayudar a sus familiares y amigos por sus propios medios. Karim señala que, quienes pueden, realizan envíos de dinero a sus allegados “para que, al menos, tengan algo”. Y es que buena parte del país ha sido arrasado por el sismo. “Poco a poco, la cosa irá mejorando. La gente está afrontando la situación con mucha paciencia.”, reconoce. Mientras, el restaurante habla en corrillos, con la mirada fija en la televisión, a pesar de que la cobertura ya ha terminado. 

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Lágrimas a la llegada a Euskadi de los primeros testigos del terremoto en Marruecos EFE