La guerra en Ucrania ha entrado en los últimos días en una fase especialmente preocupante y peligrosa. La debilidad y aislamiento casi total de Vladímir Putin están llevando al autócrata ruso a una huida hacia delante en su estrategia imperialista en la que cualquier elemento se convierte en arma de guerra, incluida la amenaza nuclear. En las últimas jornadas, Rusia ha combinado sus brutales ataques bélicos con la organización de unos referendos indignos de dicha consideración, absolutamente ilegales, sin garantía democrática alguna, plagados de irregularidades y que carecen de reconocimiento internacional incluso de los principales aliados de Moscú. La nueva matanza de civiles provocada por el lanzamiento de misiles a cargo de las tropas rusas en Zaporiyia contra la población civil indefensa que pretendía salir del lugar coincidió ayer con la proclamación a bombo y platillo a cargo de Putin de la anexión, igualmente ilegal, de Donetsk, Lugansk, Jersón y la propia Zaporiyia, territorios que previamente había ocupado por la fuerza. Para el Kremlin, los crímenes de guerra y la vulneración de la legalidad internacional son dos caras de la misma moneda, además de la utilización del chantaje energético que lleva empleando los últimos meses contra Europa sin descartar la posible autoría del sabotaje a los gasoductos Nord Stream que ha inutilizado, quizá de manera permanente, esta infraestructura. Este es el escenario que plantea Putin: un recrudecimiento de la guerra y una escalada de tensión aún mayor que dificultan sobremanera –si no imposibilitan– una posible salida negociada. Las condiciones impuestas por el líder ruso –cada vez más cuestionado en su propio país, del que huyen decenas de miles de personas ante la movilización a filas– son inaceptables, tanto para Ucrania como para Europa, que se encuentran bajo una amenaza cierta de utilización de armamento nuclear por parte del Kremlin para “defender su tierra”, según proclamó Putin en alusión a los terrritorios ocupados militarmente y anexionados por la fuerza. La población de estas provincias no puede quedar indefensa bajo el sometimiento ruso sin cobertura internacional, como ya ocurrió en 2014 con Crimea. La UE y la OTAN, en cualquier caso, deberán medir su reacción –que en cualquier caso debe ser todo lo contundente posible– ante esta peligrosa escalada.