El Mercado de la Ribera bulle de actividad. Los clientes se desplazan de un puesto a otro cargados con sendas bolsas y las conversaciones que mantienen con los tenderos se entremezclan, formando así un conjunto de sonidos homogéneo que se asemeja al bullir de las burbujas en una olla hirviendo. En el kiosko número 145 Mari Nati Ibarlucea atiende una llamada. Regenta un puesto de frutas y verduras en el mercado bilbaino desde que su madre se retiró del negocio, hace varios años. “Soy tendera de tercera generación. Mi familia lleva vendiendo los productos de la huerta en el Mercado de la Ribera desde hace muchísimos años”, señala la baserritarra de Mungia.

Reconoce que la situación en en el sector no es halagüeña. La popularización de las grandes superficies comerciales a partir de la década de los ochenta trajo consigo una crisis difícil de sortear para los baserritarras que comen de lo que sus huertas producen. “No es que tenga pérdidas”, apunta, “pero ya no se trabaja tanto como antes. Ahora quienes hacen dinero son los que trabajan con los supermercados. Nosotros, vamos tirando”. 

HASTA UN 35% MENOS EN 10 AÑOS

Mari Nati Ibarlucea cree que la situación de los pequeños agricultores como ella no es halagüeña Oskar González

Ellos, además, son cada vez menos. Al menos, eso es lo que indican los datos. Un diagnóstico sobre el sector agrario del Duranguesado realizado por la Diputación Foral de Bizkaia indica que “entre 1986 y 1996 se ha producido una disminución del 35% en la población ocupada en la agricultura (458 personas frente 295)”. El mismo detalla que dichas cifras, entre otros factores, son consecuencia del envejecimiento de la población agraria, la falta de relevo generacional y la generalización de la agricultura a tiempo parcial.

Por otro lado, la crisis generada por la pandemia y la Guerra de Ucrania ha resentido la actividad económica de un sector que ya se encontraba en recesión. Por eso, la Diputación Foral de Bizkaia estructuró un plan de choque en octubre de 2022 que recoge 10 medidas de implantación inmediata dotadas con 1.995.000 euros para tratar de frenar la avalancha de pérdidas. 

Este periódico desconoce si Mari Nati es una de las beneficiarias del paquete de ayudas que dispuso el máximo órgano de gobierno local. Sin embargo, tiene constancia de que el contexto de los pequeños hortelanos hasta la década de los 80 era radicalmente distinto al actual. Tanto es así que Ibarlucea rememora cómo en aquel Bilbao gris e industrial las hortalizas se vendían como pan caliente. 

“Recuerdo que, poco antes de las inundaciones, estábamos aquí a las siete de la mañana. A las once ya habíamos vendido todo el género”, señala. Enfilaban la carretera hacia Mungia con la furgoneta vacía y los bolsillos llenos tras haber estado despachando poco más de cuatro horas, una estampa que ya no acostumbra a repetirse. No obstante, Mari Nati no se deja llevar por la resignación. Se levanta todos los días temprano para cargar el vehículo de frutas y hortalizas –la mayoría cultivadas en su parcela– y recorre los escasos 20 kilómetros que separan Mungia de la capital vizcaina. 

CULTIVAR LA TIERRA ENTRE EL BULLICIO DE LA URBE

Hay hasta 184 parcelas para huertos ecológicos municipales diseminadas por toda la capital vizcaina Oskar González

En las lomas de Artxanda, lejos del populoso mercado, Arantza Fernández prepara una suerte de bodegón de verduras de verano recién recogidas para las cámaras de DEIA. Mientras, Carmen Bárcena transporta ladera arriba un pesado carro a rebosar de abono e Iñaki Santamaría, por su parte, trabaja con la azada. La lámina metálica que se encuentra en su extremo se hunde en la tierra y la prepara para la nueva siembra. 

En todo momento se percibe el rugir de los vehículos que circulan por la carretera de Santo Domingo, que discurre cerca del barrio de Otxarkoaga. Aquí se encuentran 56 de las 184 huertas ecológicas urbanas que el Ayuntamiento de Bilbao pone a disposición de los vecinos y de los distintos colectivos que desarrollan su trabajo en la villa. 

Arantza muestra su última cosecha con orgullo. La huerta, agradecida, le ha devuelto el sudor vertido durante las largas jornadas de trabajo estival con calabacines de hasta cuatro palmos de longitud, pimientos verde esmeralda y calabazas de un grosor considerable. “Aunque son de final de temporada tienen una pinta increíble. Eso sí, hemos recogido piezas mejores”, apostilla esta vecina de Otxarkoaga, una de las 36 a la que se le ha concedido la cesión de una parcela para el cultivo ecológico.

Cree fervientemente que ésta es una propuesta necesaria para Otxarkoaga y para el conjunto de la ciudad. “Siempre he pensado que había que dar luz al barrio de alguna manera”, apunta, “y, de hecho, hace varios años propuse al Ayuntamiento una iniciativa similar, aunque entonces no se me hizo mucho caso”, relata.

A Arantza se le ocurrió la propuesta “después de viajar mucho por Europa”. En el centro y el norte del continente este tipo de iniciativas se vienen implantando desde hace décadas. De hecho, el ensayo ‘Raíces en el Asfalto’, de José Luis Fernández Casadevante y Nerea Morán, describe cómo en Inglaterra, Alemania y Francia la tradición hortícola urbana se retrotrae hasta el siglo XIX. Fueron las familias obreras que se trasladaron desde un entorno agrícola hasta las incipientes urbes industriales quienes la llevaron consigo como vía “para reivindicar el higienismo dentro de las ciudades”, según Fernández Casadevante.

UN ESPACIO DE SOCIALIZACIÓN "EXCELENTE"

Además de generar espacios verdes y limpios en la ciudad, Arantza considera que las huertas urbanas operan como un centro de socialización excelente. “Aquí, arando la tierra, he conocido a vecinos que no sabía que vivían aquí, tan cerca”, apunta. Uno de ellos es Iñaki Santamaría.

El reloj se acerca a las 12.30 horas y el cielo, gris plomizo, amenaza lluvia. Iñaki es uno de los tres hortelanos amateurs que todavía resisten en los huertos ecológicos de Otxarkoaga arando su parcela. “Un familiar, que la había estado trabajando, me comentó que se le acababa la concesión –el Ayuntamiento sólo cede el uso durante un periodo de tres años– y que le hacía ilusión que alguien siguiese aquí. Me animé y aquí estoy”.

Dice, también, que ver el fruto de su trabajo es uno de los aspectos del trabajo en la huerta que más le llenan. Aunque, como señala Arantza, el hecho de tejer redes con otras personas del entorno es lo que más valora. “Haces comunidad. A veces, cuando terminamos de trabajar, nos vamos a tomar vinos”. 

Socializar, conocer gente nueva, es una de las consecuencias del programa impulsado por el Área de Sostenibilidad del consistorio. Pero no es su objetivo principal. Mikeldi, responsable del mantenimiento de los huertos ecológicos y la persona de referencia a la que acuden sus usuarios, expone que la iniciativa pretende extender la conciencia ambiental entre la sociedad bilbaina. “Los huertos son el recurso para conseguir ese fin”, explica.

SOBERANÍA ALIMENTARIA: EL DERECHO A UNA ALIMENTACIÓN SALUDABLE

Añade que, a su parecer, es también la puerta de acceso a la soberanía alimentaria. “Al final, comen de lo que recogen, y recogen un producto excelente”, asegura. Y es que todas las pautas que facilita a los hortelanos de ciudad se fundamentan en los modelos de producción ecológicos, que no entienden de pesticidas o de abonos artificiales. “Les animé a comprar abono ecológico entre todos. Son solo cuatro euros por barba y las verduras salen mucho más ricas”, apunta. 

En el mismo orden de ideas, destaca que en este espacio tratan de simular un entorno natural. Por eso, la Sociedad de Ciencias Aranzadi construyó un pantano para atraer anfibios, que ayudan al control de las plagas. “Al final, éstos –los de Otxarkoaga– son huertos periurbanos, porque se parecen mucho a las pequeñas producciones que tenemos los baserritarras”, añade el baserritarra y educador. 

Por otro lado, reconoce el ímpetu con el que han cogido las herramientas sus ‘alumnos’. Hace poco más de un año algunos “ni siquiera sabían por dónde se coge la azada”, pero ahora son capaces de gestionar una huerta sin mayores complicaciones. Carmen Bárcena, por ejemplo, pisó su huerta por primera vez sin tener la más remota idea de cómo manejar un rastrillo. Hoy, en cambio, tiene el congelador hasta la bandera de las hortalizas que ha plantado ella misma. “He descubierto un mundo que no sabía que existía”, zanja.