Bonito fin de semana. El hecho de jugar en viernes no siempre es significativo, pero esta vez favorecía los intereses del equipo pensando en el amplio margen que concede para preparar con tranquilidad la ida de las semifinales de Copa del próximo miércoles. Si encima el compromiso se resuelve con una victoria, poco más cabe pedir. Incluso el modo en que se gestó fue inmejorable, puesto que había ciertas reservas tanto por los últimos resultados en liga como por el perfil del rival y el mal regusto de los antecedentes.

La inimaginable celeridad con que obtuvo los dos primeros goles, le puso al Athletic el objetivo en bandeja; por si hubiese un resquicio para la duda, la consecución del tercero, cubierta la hora, liquidó definitivamente el asunto. La síntesis del partido quedó plasmada en las palabras de Yuri Berchiche, quien reconoció haber marcado ambos goles “sin querer”. En efecto, sus remates llevaron impreso el sello de la fortuna. Sin embargo, son reflejo de una dinámica que sostiene en todo lo alto la candidatura del equipo a plaza europea desde hace meses.

Al “sin querer” se debería agregar el “pero queriendo”. Esto es, puede que como sucedió el viernes, el Athletic resuelva con la colaboración de la suerte. No supone ningún desdoro reconocer que en un buen número de compromisos ese factor, erróneamente considerado arbitrario, ha mediado para que el desenlace cayese de su lado. La reflexión no debiera molestar, por la sencilla razón de que no es menos cierto que el equipo, con su predisposición en el campo, pone mucho de su parte para beneficiarse de esa ayuda extra.

La apuesta por un fútbol de ataque caracterizado por la intensidad y la constancia, que además combina con disciplina y rigor sin balón, equivale a comprar muchos boletos para que los marcadores sonrían. Así se explica que el Athletic haya subido a su casillero cuatro o tres goles en la mitad de los catorce encuentros celebrados en San Mamés. La novedad contra el Mallorca estribó en que los firmados por Yuri nacieron de la estrategia, capítulo al que se ha sacado escaso provecho.

El acierto en el área, sumado al acopio de puntos y el par de eliminatorias coperas ganadas (a costa de Alavés y Barcelona), indican que el Athletic ha instaurado una rutina en campo propio. Sin duda, se trata del aspecto más diferencial en relación al curso anterior, crucial para avalar las expectativas creadas.

A ello se agarra todo el mundo en vísperas de abordar el penúltimo escalón de la Copa. Claro que el injustificable sistema de doble partido incrustado en las semifinales, cuando el resto de las rondas del torneo se disputan a un único partido, obliga a moderar el optimismo. No se olvide el balance casero del Atlético de Madrid. Más vale pensar en la trascendencia de la ida, no vaya a ser que haya que remontar en La Catedral, una posibilidad que modificaría radicalmente el panorama. Pasar por encima del Atlético, como ocurrió en la decimoséptima jornada partiendo de un 0-0, ni por asomo es comparable a esta hipótesis negativa.

Los tocados

Como no es cuestión de anticiparse a los acontecimientos, de momento merece disfrutarse este remanso de paz al que ha contribuido el 4-0 en liga. A modo de contrapeso, la atención se centra en el estado físico de varios jugadores. Una preocupación lógica por la identidad de algunos de los afectados por molestias. La plantilla realizaba ayer la rutinaria sesión de recuperación en Lezama y el club publicó un parte médico que arroja más incógnitas que certezas.

Valverde ha concedido hoy día libre a sus hombres. Mientras los rivales afrontan sus compromisos, los rojiblancos descansan con un único deber en la agenda: ver plácidamente en televisión el Madrid-Atlético, un derbi siempre complejo del que extraer conclusiones de diversa índole. Interesa analizar el reparto de esfuerzos que decide Diego Pablo Simeone, más quizá que el rendimiento de los colchoneros. ¿Por qué? Por las dos versiones que el Atlético alterna desde el inicio de temporada en función del escenario. Se muestra intratable en su estadio, donde nadie la ha derrotado, y flojea en exceso de visita.

Retomando el tema de las lesiones, se diría que el caso más peliagudo, si es que tal calificativo está justificado, lo protagoniza Nico Williams. En realidad, es difícil saberlo a partir del siguiente texto: “lesión en la musculatura aductora en el muslo derecho”. Para empezar hasta cinco músculos entran en la ecuación y dado que no se precisa el grado de la molestia, si es una contractura o una distensión, descartada la opción de rotura puesto que el extremo estuvo más de un cuarto de hora sobre la hierba desde que sintió el dolor, la disponibilidad del pequeño de los Williams de cara al miércoles está en el aire.

Lo de su hermano tiene pinta de ser más leve, de lo contrario Valverde no hubiera deslizado un comentario que le restaba trascendencia. La relación de tocados, sin contar las incidencias que pudieron producirse en el partido del viernes, se completa con Lekue, Berenguer y Unai. Este entró en la convocatoria, pero el entrenador prefirió no arriesgar.