La frustración que genera el resultado de El Sadar puede llevar a cargar las tintas en aspectos concretos observados en dicho partido. El cambio de portero, con 0-0 un penalti a favor que se fue al limbo o las oportunidades no convertidas, que el rival se adelantase en su primer remate y que fuera como consecuencia de una sucesión de errores propios, la pobre réplica a los goles recibidos, etc. Una serie de circunstancias que sin duda influyeron en que el marcador fuese adverso y al Athletic se le escapase la gran ocasión de consolidar su candidatura a Europa.

Todo el mundo coincide en que era el día señalado para dar un golpe encima de la mesa. Sin embargo, el equipo no estuvo a la altura. Además de acusar la ausencia de jugadores que elevan el nivel del colectivo, careció de recursos para orientar a su favor el compromiso y, luego, para sobreponerse a la adversidad. Ahora bien, quedarse en los detalles ya enumerados, por mucho que fueran patentes, equivale a perder la perspectiva. Se corre el riesgo de simplificar el análisis si se piensa que Simón hubiese parado el remate de Budimir o que el desenlace hubiera sido muy distinto de haber acertado Iñaki Williams alguna de las que tuvo ante Aitor.

Cuando en la fase crucial del campeonato, en un tramo de seis jornadas que encima se afronta con todo a favor incluso para pelear por la sexta posición, se suman cuatro de dieciocho puntos, es ridículo sobredimensionar el eco de un revés concreto, en este caso el más reciente. En realidad, tampoco tiene demasiado sentido centrar la valoración del incierto futuro a que se expone el equipo en lo sucedido en las últimas semanas. Hacerlo no deja de ser una manera de engañarse, de negarse a reconocer que, como siempre, la liga premia la regularidad y penaliza a quien es incapaz de ofrecer un rendimiento sostenido.

El Athletic llegó a encaramarse en la cuarta posición antes de la interrupción motivada por el Mundial. De aquello no se podían extraer conclusiones a largo plazo, fue algo coyuntural al calor de un calendario benévolo. Como mucho, podía considerarse como un comienzo interesante y válido para implicarse a fondo en la carrera hacia la Europa League. Entonces, decimocuarta jornada, en su casillero había 24 puntos; en las veintidós jornadas siguientes, ha alcanzado los 50. El dato es elocuente a más no poder: el equipo de Ernesto Valverde ha sido incapaz de cumplir las expectativas.

Si de lo que se trataba era de romper con la dinámica de otras temporadas, dar un paso adelante, superar el rol del típico candidato que un año sí y al siguiente también acaba varado en tierra de nadie, pues se ha fracasado, sencillamente. Este juicio permanecería invariable hasta en la hipótesis de que al Athletic le redimiese una carambola en las dos jornadas que restan. Aunque se celebrase el logro, más que nada por los beneficios económicos que reportaría, la experiencia vivida obliga a una profunda reflexión.

Dos serían las razones para ello. Por un lado, la constatación de que Valverde, que tiene contrato para el año que viene, no ha podido mejorar con su metodología las sensaciones que marcaron el quehacer de sus antecesores; ni ha cambiado el comportamiento errático del conjunto ni ha avanzado en el proceso de regeneración que la plantilla está pidiendo a gritos en el último lustro.

Por otra parte, colarse en la Conference League acaso no sea la panacea, puesto que los síntomas de agotamiento que desprende el grupo son obvios. Hablamos de un vestuario entrado en años al que le cuesta digerir un calendario con dos frentes, por lo que la posibilidad de saturar la agenda con seis, ocho o diez partidos más entre semana puede suponer una carga que repercuta peligrosamente en la liga, el torneo capital.

Al margen de que la temporada que está a punto de expirar ha confirmado el estancamiento de los rojiblancos en el ámbito competitivo, se ha de mencionar que, pase lo que pase en el mercado estival, su potencial sufrirá una merma de cara al próximo curso. No es únicamente por el hecho de que vaya a perder a su mejor futbolista. Desde luego, sin Iñigo Martínez el Athletic se debilita gravemente, su estructura defensiva se resiente, tal como se ha podido comprobar casi cada vez en que ha estado indispuesto, lo acusan quienes forman parte de la zaga y el resto de las líneas. Y está el tema del desgaste de bastantes de sus elementos o la constatación de que unos cuantos de los, en teoría, llamados a aportar empaque y ser diferenciales, a la hora de la verdad no lo logran salvo esporádicamente, por mucho que luzcan la vitola de fijos en las alineaciones.

En suma, la proyección a corto y medio plazo está mediatizada por la ausencia de indicios que inviten al optimismo. Los responsables, desde el presidente al entrenador, pasando por todos los cargos intermedios, albergan motivos de peso para revisar a fondo su gestión. El señuelo de Europa, por sí solo y tal como se ha procedido estos meses, no lo aguanta todo. Por tanto, qué decir si el equipo vuelve a quedarse con la miel en los labios. Que, como se ha expuesto, no será porque puntúe menos que Osasuna en los 180 minutos por disputarse.

Eso de que se aprende de los errores o de las derrotas, suena estupendo, pero no es fácil llevarlo a la práctica. De momento, no se ha percibido una voluntad nítida que impulsase una corrección de deficiencias que ya existían. Al contrario, se ha pretendido vender que las cosas serían distintas, que todo era maravilloso porque así nos lo contaban. En fin.