No le faltó cariño y emotividad, al contrario, pero sí se echó en falta algo más de ensayo y ritmo en la romería improvisada montada por una veintena de las pandereteras vascas y estatales que colaboraron en el disco Erromeriak, el último proyecto discográfico de Kepa Junkera, primero tras sufrir un ictus que le mantiene unido a una silla de ruedas. Su traslación a concierto homenaje en Aste Nagusia, en Plaza Nueva, lo vivió agradecido y conmovido el trikitilari, presente solo como un espectador más, pero la velada folk femenina y plurinacional, entre la divulgación y la fiesta, no acabó de despegar.

Junkera sabe mucho de romerías, espacio lúdico en el que se curtió y aprendió a tocar el fuelle antes de convertirse en estrella vasca e internacional de la trikitixa, en origen como glotón espectador del dúo formado por su aitite y su ama, él desde el pandero y ella como dantzari como pareja de Txilibrin. Erromeriak, su último trabajo, editado el año pasado y con las limitaciones físicas provocadas por el ictus, es, precisamente, un homenaje a la pandereta, al folk en general y al legado familiar del músico vizcaino.

La velada plurinacional montada en homenaje a Junkera tuvo a este instrumento básico, popular y democrático que une pueblos y nos conecta con nuestros ancestros, como hilo conductor y columna vertebral de las actuaciones de una veintena de las 40 pandereteras vascas y peninsulares que colaboraron en el citado álbum. Y lo hicieron desbordadas de agradecimiento y pasión hacia el lastimado Junkera, cuyo fuelle del infierno volvimos a echar en falta en una noche alimentada por diferentes idiomas y propuestas folk con una primera parte demasiado didáctica y divulgativa, y una segunda más festiva, rítmica y alegre liderada por el grupo euskaldun Amak

Máster El tributo, que se alargó hasta casi las dos horas en una plaza abarrotada y con gente en los laterales y sentada en sillas y el suelo, se planteó divulgativa en su arranque con la presentación de la música de las diferentes agrupaciones femeninas participantes y de sus comunidades. Aquello pareció una clase universitaria, un máster más que una romería como tal, donde la filosofía de esta –su carácter desinhibido y hedonista–, apenas apareció desde que saltó al enorme escenario el dúo leonés Gritsanda, de Villablino. Las hermanas Álvarez Alonso abrieron fuego con sus valses, jotas y vaqueiradas cantadas en el dialecto patsuezu, primero a capella y luego con sus panderetas cuadradas y engalanadas para la fiesta.

Esta, la fiesta, no arrancó tampoco del todo con la salida a escena de las asturianas Les Pandereteres aunque sus pícaros “sones y agarrados” –“estoy soltera y puedo echar una cana al aire”– sí consiguieron levantar las primeras palmas acompasadas, que siguieron con el colectivo gallego Kadrou, que, además de resumir a la perfección el motor de la romería, el folk y la propia velada –la pasión por compartir y aprender de la tradición y las diferentes lenguas–, se lució con la percusión más aguda de sus cantos logrados con piedras golpeadas sobre azadas.

El desfile de pandereteras, que fue grabado por varias cámaras, llegó con una agrupación cántabra que se lució con sus jotas y un pasodoble; la propuesta de la vallisoletana Maite Rodrigo González, que se acompañó de Luis Antonio Pedraza de Castro, el único hombre del homenaje, que dotó de una sonoridad más rotunda el repertorio de “las abuelas” con flauta, tamboril y hasta una gaita en una ronda “de noche estrellada”, y la pareja portuguesa formada por Julieta Silva y Suzana Ruano, con zanfoña y entre aires étnicos globales.

Fiesta Las lusas compartieron minutos con Amak, el súpergrupo euskaldun creado por Alaitz Telletxea, Amaia Oreja, Kris Solano y Maixa Lizarribar. Con ellas y su popurrí, ya alentado por el infernuko hauspoa, se cumplió la máxima de la romería, audible en Erromeriak“salid mocitas al baile, no tengáis pereza, que primero salí yo a tocar la pandereta”–, y en el reciente tema del cuarteto, Gu, donde se oye: “goazen kalera beti, aurrera denok batera”.

Alternándose al micro, los panderos y las trikis, ya con algún osado levantado de las sillas y entregándose al baile, llegó una segunda parte más vigorosa y lúdica en la que, con el cuarteto euskaldun como base y la suma de la trikitilari Agurtzane Elustondo, se fueron sumando el resto de participantes estatales y la pareja lusa, con el escenario ya copado, especialmente al final, con todas ellas agrupadas y el espectáculo cumpliendo las expectativas.

Al final y sonando en castellano y euskera, destacaron la conocida tonada Serrana mía y dos de las canciones incluidas en Erromeriak: Agua de limón, de origen cántabro y su single de presentación, donde la veintena de participantes cantó aquello de “más triste es amar sin esperanza ninguna”; y Gastronomik, tonada alegre y culinaria de la isla de Hierro. Es cierto que hubo deserciones, pero quienes se quedaron hasta el final por fin vivieron el ambiente de romería en la despedida, con el inevitable recuerdo a Badator Marijaia, himno de Aste Nagusia compuesto por el propio Junkera, ya con pañuelos festivos y entre saltos y goras a Kepa.