Noche movidita en el aeropuerto de Bilbao. Las vacaciones de los niños saharauis en Euskadi han sido un remanso de paz, nada que ver con el inesperado escenario en el aeropuerto al decirles adiós. El retraso del avión con destino a Tindouf, en Argelia, prolongó ayer la espera más de lo previsto, lo que dio pie a una situación “una tanto caótica” que obligó a catorce monitores a contener las emociones de 301 menores. “Ha habido un poco de todo: lágrimas, bostezos, y pelotitas de aluminio del bocata que iban y venían”, relatan a este periódico los responsables.
Los menores ya están con sus familias en el campo de refugiados de Argelia. El avión llegó ayer a Tindouf a las 6.00 horas. Durante todo el día los menores enviaron mensajes a tantas amigas y amigos que han dejado en Euskadi tras un verano inolvidable, en el marco del programa Oporrak Bakean, retomado con éxito tras dos años de pandemia.
Lo que no estaba previsto, es la situación se iba a plantear en el aeródromo. Edurne Uzkudun se despertó ayer a una hora que no acostumbra. “No sé cuántos mensajes he respondido ya diciendo que estaba dormida”, sonreía cansada a mediodía esta vecina de Eibar, una de las responsables del programa de acogida.
Regresó a su domicilio a las tres y media de la madrugada, tras dejar en el aeropuerto a Lahasan, su hermano gemelo, Buyema, y la sobrina de ambos: Achwak, que el 20 de agosto cumplió 8 años.
Son tres de las criaturas que habitan entre las 180.000 personas de los campamentos de Tindouf (Argelia), a donde huyeron y donde malviven desde que el Estado español cedió el territorio a Marruecos y a Mauritania en noviembre de 1975.
El cansancio de los últimos días ha hecho mella en todos y, para remate, el contratiempo del aeropuerto. “Estábamos citados en Loiu a las 19.30 horas. Había que llevar bocadillo y cena porque el avión en principio despegaba a las 22.55 horas”, relata Uzkudun, que fue una de las últimas en llegar.
Comenzaron a facturar con arreglo a lo previsto, a la espera de los controles pertinentes. “Esperábamos que fuera todo más o menos ágil, pero poco después nos dijeron que el avión se retrasaba una hora, que despegaría a las doce de la noche”, a la hora que cierra el aeropuerto.
En la mente de los monitores se comenzaba a proyectar una imagen que no querían que se volviera a repetir, la del verano de 2017, cuando 150 menores que se disponían a volver al desierto tuvieron que pasar la noche en el frontón de Loiu debido a un contratiempo similar. “Teníamos miedo de que ocurriera lo mismo”, cuenta la responsable del programa.
Se da la circunstancia de que en esta nueva edición de Oporrak Bakean el número de menores duplica al de entonces, ya que en esta ocasión tomaron el mismo vuelo los saharauis acogidos en Nafarroa, Cantabria y La Rioja. En total, 301 pasajeros que conforme se alargaba la noche se mostraban cada vez más inquietos.
“Todos hemos estado cruzando los dedos. Ha habido un poco de caos. Son menores y están cansados y nerviosos después de un verano en el que no han parado, y que se han encontrado ante la espera inesperada del aeropuerto”, razona la eibartarra.
Unos lloraban, otros dormían, y había niños que mataban el tiempo con las bolas de aluminio. Los responsables, entretanto, trataban de calmarles como podían.
Monitores de guardia
El frontón de Loiu y sus camas
Llegan los pasajeros
Tras la facturación, solo catorce monitores estaban autorizados a permanecer con ellos. Por lo general, en despedidas de este tipo acostumbran a aguardar en el aeródromo en torno a media hora tras el despegue para confirmar que todo va sobre lo previsto y el avión no viene de vuelta. “Si ocurre, por el motivo que sea, tendríamos que habilitar camas en el frontón de Loiu, por eso solemos esperamos un poco más”, explicaba Uzkudun.
El problema en esta ocasión es que el avión ni siquiera había llegado. Aterrizó en Loiu pasada la media noche, tras lo cual hubo que seguir armándose de paciencia: el descenso de los pasajeros que acababan de aterrizar en la capital vizcaina, las labores de limpieza pertinentes, y además el repostaje. Así, los pequeños no pudieron embarcar hasta las dos de la madrugada de ayer. El avión despegó a las 2.25 horas con destino a Tindouf. “Queremos agradecer a todo el personal de Loiu, y sobre todo a los controladores, que cierran a las doce de la noche y han aguantado dos horas y media debido a la situación que se ha planteado”, remarca Uzkudun.
Con todo, la tensa espera no empaña lo más mínimo la valoración que las familias vascas hacen de la estancia de los 152 menores acogidos en Euskadi. “Estamos muy contentas”. Lo más satisfactorio para Uzkudun, que ha velado por la salud de los menores con mayores problemas médicos, es que “todos han podido acudir a sus revisiones. Alguno de ellos ha tenido que quedarse en Euskadi para seguir un tratamiento específico”, señala.
“Da mucha satisfacción ver sus caritas, con sus regalos y de regreso a sus casas después de vivir una experiencia así. Es un descanso muy terapéutico para todos. Es bueno para ellos y ellas hacerles olvidar los rigores del desierto puesto que cada vez reciben menos ayuda humanitaria en los campamentos. Creemos firmemente en la importancia de hacerles ver que existe otro mundo más allá de esas jaimas. Abrir así sus mentes. Que se despierte en ellos el deseo de salir de allí, de estudiar y luchar”. La eibartarra no puede reprimir las lágrimas al pensar que será del Lahasan, uno de los pequeños acogidos en casa, aquejado de “tremendas jaquecas”. Todavía no ha finalizado el verano y ya cuentan los días para que llegue el siguiente para volver a verse.