AL vez tengamos que copiarlo mil veces: la Renta de Garantía de Ingresos es una herramienta imprescindible para luchar contra las desigualdades y, poniéndolo en términos puramente humanos, para echar un cable a quien lo necesita.

Lo aclaro de saque porque bajo ningún concepto me sumaré al ejército de desinformadores y desinformados de aluvión que pretenden la eliminación monda y lironda de la RGI. Y es justo por eso, porque no estoy dispuesto a hacer el caldo gordo al desgraciadamente creciente número de defensores de terminar con lo que despectivamente llaman paguitas, por lo que también reclamo responsabilidad e inteligencia a quienes apostamos sin duda por este pilar básico de la política social.

Digo responsabilidad e inteligencia, y añado también la honradez necesaria para no ocultar ni disfrazar la realidad. Por supuesto que las personas que no defraudan son abrumadoramente más que las que sí lo hacen. Solo los miserables sostienen lo contrario. Pero cuando se dan casos tan espectaculares como el último, el del ciudadano que creó 62 identidades falsas, las dotó de documentación también falsa de varias instituciones y, en resumen, estafó más de un millón de euros, no cabe solo ponerse a la defensiva. Mucho menos se puede caer en la tentación de minimizar o de quedarse al borde de la justificación, alegando que en otros ámbitos también se defrauda. Como poco, habrá que reconocer la gravedad de los hechos y el fallo evidente de los controles. Aunque quizá ahí nos demos de bruces con quienes directamente instan a cerrar los ojos por el qué dirán y a no controlar casi nada. l