DESDE que Uber apareció en escena en 2011, la comparación de esta popular aplicación de movilidad con los taxis no ha dejado de crecer. Algunos incluso han vaticinado el fin del servicio de taxis en algunas ciudades, dada la diferencia de valor que ofrecen. No es lo mismo tener que esperar en la calle a que llegue un taxi que saber cuándo llegará exactamente (Uber). Tampoco es comparable el pago vía aplicación móvil -más cómodo con Uber- que tener que hacerlo en efectivo o con tarjeta (incomodidad e inseguridad). La falta de trazabilidad del servicio de los taxis hace que muchas decisiones de conducción queden en manos de los conductores; con Uber al quedar todo trazado, se aumenta la confianza, dado que un conductor siempre podrá ser reprobado.
Sin embargo, la evidencia nos muestra que no parece que esté tan claro que Uber sustituya realmente al servicio de taxis. En las principales ciudades americanas, la preocupación de las autoridades por poder tomar decisiones basadas en datos llevó a hacer un estudio bastante minucioso en 2017. Las conclusiones son elocuentes: no todo el mundo que coge un Uber ahora, cogería un taxi. Esto se debe a que se trata de un mercado con ciertos controles y restricciones: no se ofrece todo lo que los usuarios demandan. Pudiéramos así pensar que Uber es un complemento al servicio de taxis. En New York, una de las ciudades estudiadas, el número de desplazamientos en vehículos no propios se incrementó de 2013 a 2015 un 7,5%. Es decir, no se trata de un mercado de suma cero: no hubo un ganador por otro que perdió. Lo que sí pierde es el valor de la licencia: un 30% de descenso de su valor en la venta. Esto no es sinónimo de perder pasajeros.
En realidad, Uber compite contra todos los modos de transporte. Esto nos deja entrever que lo que sí que aumenta considerablemente es el tráfico. En Seattle, por ejemplo, el trayecto medio es de 8,5 kilómetros. Solo el 20% de los trayectos son compartidos -por lo que lo de economía colaborativa, lo dejamos para otra vez-. Únicamente el 40% de las personas que tomaron estos nuevos modos de transporte, de no haber estado disponible Uber o Lift (la otra gran aplicación), hubieran tomado un taxi. El resto hubiera caminado, usado otro transporte público, una bicicleta o incluso no habrían viajado siquiera.
Pudiéramos así también preguntarnos por la convivencia de Uber con otros modos de transporte. Según una investigación de Hall, Palsson y Price de este último octubre, el efecto de Uber en el transporte público es ambiguo: es cierto que compite contra el autobús o el metro, pero también extiende la capacidad de éstos en términos de paradas y horarios. Estos autores encontraron que Uber es un complemento para los servicios públicos de movilidad, al aumentar el número de pasajeros de éstos un 5%.
Si queremos sacar conclusiones para nuestras ciudades vascas, estos datos hay que cogerlos siempre con pinzas. Vienen de ciudades de EE.UU., con una economía en notable crecimiento -que probablemente esté haciendo igualmente aumentar los trayectos-. Son contextos sociales y culturales bastante diferentes. Sin embargo, sí que apuntan tendencias e ideas que nos deben hacer reflexionar y pensar más allá de los tópicos habituales.
Supongo habrán leído comparaciones entre los servicios de Uber y Cabify vs. los taxis. Éstos comparan estas alternativas sobre la base del precio, vehículo, conductor, trayecto, etc. Sin embargo, ya hemos visto cómo su competencia no es tan directa como pensábamos. Pero, además, lo que más echo en falta de estas comparaciones es una perspectiva más global de ciudad. ¿Es bueno para nuestras ciudades el fomento de estos servicios que van a congestionar aún más las ciudades? ¿Qué hay del efecto contaminación? ¿Qué pasa con esa supuesta compartición del servicio entre personas?
Creo que nos falta mucho aún para entender el verdadero impacto de la introducción de estos servicios de movilidad.