Vida después del suicidio asistido
Miel encierra las contradicciones de una mujer que lleva una doble vida y que no encuentra su paz interior.
UNA película novel que deja un poso en el espectador. Así se podría calificar Miel, el primer largometraje de la actriz italiana Valeria Guindo, que ha participado en más de 75 películas a lo largo de su carrera. Miel encierra las contradicciones de Irene o Miel, una mujer que lleva una doble vida y que no encuentra su paz interior. Compra fármacos para perros que vende a personas enfermas que quieren acabar con su vida. Un ritual que ejecuta con frialdad delante de los familiares más cercanos que participan de la liturgia del suicidio asistido. Irene es fría; Miel, emocional.
La directora recorre el día a día de la protagonista, que llega a autodenominarse "mercenaria" y ejecuta su papel, con sus propios códigos y normas: asistir solo a personas que estén enfermas. No ha querido polemizar sobre el suicidio asistido ni crear un debate ético que consista en demonizar o aplaudir su actuación. Son casos de personas anónimas, que escuchan su canción favorita rodeadas del familiar más cercano en su último suspiro. No asistimos a ninguna lucha o reivindicación social de la eutanasia como en Mar adentro o a encuentros entre el paciente o un cura.
Sin embargo, Miel es profundamente humana y bastante respetuosa con la representación del dolor y el sufrimiento ajeno. La directora prefiere centrarse en las contradicciones o la falta de vitalidad de la protagonista, que aunque vive cerca de la playa y visita a familiares y amantes no está abierta del todo a la vida. Muestra un rigor inaudito en una ópera prima que comienza con la acción que mejor define la existencia de Irene: la vemos como un reflejo, detrás de un cristal; aislada, absorta, tras presenciar algo que el espectador no ve en ese primer momento: la muerte de una persona. Desde ese instante, con mucho cuidado y acierto, Miel prolonga algunas agonías y se refugia en un encuentro primoroso entre Miel-Irene y un ingeniero que cambiará su forma de ser y actuar. En ese terreno de celebración de la amistad, nos ofrece algunos de los mejores momentos salpicados por un humor cáustico (la película no abandona del todo el tono grave), que ayuda a que sea más permeable sin entrar en el relativisimo existencial.
Miel muestra las contradicciones de los actos y las personas: familiares que solicitan los fármacos letales y que reprochan a Irene que se dedique a asuntos tan turbios; mentiras piadosas y mentiras más persistentes. Caminos que se abren y se cierran. Caminos que se cierran y se abren. Viajes emocionales y existenciales.
No es extraño que ante la operación de andamiaje de tantas emociones, la directora haya sido objeto de tantos premios: Mención Especial del Jurado Ecuménico en Cannes, o Premio Fipresci en los Premios del Cine Europeo, por ejemplo.
La última escena, envuelta de significados, nos relata, sin necesidad de convencernos, que la vida, a veces, nos aporta nuevos giros y miradas.
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