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Socios de un txoko echan del local a una periodista; la razón, ser mujer

Socios de un txoko del Casco Viejo echan de su local a una periodista que había sido invitada por uno de los fundadores para elaborar un reportaje; la razón, ser mujer

Socios de un txoko echan del local a una periodista; la razón, ser mujerFoto: Pablo Viñas

Bilbao

LOS planes no siempre salen bien. Esta contraportada debería recoger un reportaje curioso y, por qué no, también con cierta dosis de humor, sobre un txoko bilbaino que ha instalado un alcoholímetro en su comedor. Entre la ley del tabaco y la preocupación por saber si pueden coger el coche o no, parece que los txokos ya no van a ser como antes. Había historia, una buena historia que contar. Trabajo para periodistas. Hombres o mujeres. Periodistas. Llamada de teléfono, cita para una pequeña tertulia sobre el alcoholímetro... y a escribir el tema. Pero la historia tenía otra historia dentro. Lo curioso se tornó desagradable y la amabilidad -de algunos-, en malas formas -también de algunos-. Y todo por pasar una puerta, la del txoko, y por una condición, la de mujer.

Los periodistas tienen fama de comedores. Esta vez no. La visita no buscaba degustar alguno de sus platos. Por eso rechazó el café y la copa ofrecida. La visita buscaba una historia que contar. Hace unas semanas, DEIA contactó con uno de los socios fundadores del txoko, José Jauregi, para trasladarle la intención de reflejar en este papel la idea que habían tenido. Con una amable invitación de por medio, la periodista y un fotógrafo se acercaron hasta el Zazpi Kale el pasado miércoles. El sol que lucía en Bilbao aumentaba las dosis de buen humor. Al llegar al portal de la calle Ronda, toc-toc sin respuesta en la puerta: el barullo del interior enmudecía el sonido de los nudillos. Una llamada telefónica solucionó el problema. Una intensa nube de humo salió del comedor, donde al menos 30 hombres jugaban a las cartas. Recién terminado el cordial y preceptivo "arratsalde on!", primera advertencia para la mujer: "Tú no puedes entrar aquí". José, a modo de broma, dejaba claro cuál es el patrón que gobierna entre esas cuatro paredes del Casco Viejo. "Pasa tranquila, no te preocupes, pero aquí la única mujer que entra es la de la limpieza". OK, clarito, clarito. La periodista era una excepción. Una afortunada. Una privilegiada por poder pisar el suelo en el que unos sesenta hombres disfrutan durante la semana del placer de comer, beber, jugar al mus y, si se precia, cantar sin la presencia de las mujeres. Tierra hostil.

Un "igual tendrías que ponerte una txapela" se desliza desde el puro en la boca de José hasta el vaso que le espera sobre la mesa. ¿Una forma para pasar desapercibida? Qué va, qué va. El ambiente cogió temperatura. Cada vez más. Murmullos, cuchicheos al oído... "¿Queréis un café o una copa?". La pregunta del anfitrión rompió el hielo. O al menos lo intentó. "No, gracias". A trabajar. Periodista. A punto de tomar asiento en una mesa con las sobras de la comida aún sin recoger, un vozarrón rompió el termostato de la temperatura en mil pedazos. O en dos mil.

sin cámara oculta El humo ya no salía sólo de los puros. Dicen que los hombres pueden perder la cabeza por una mujer; también las formas. Éste se levantó bruscamente de la mesa y comenzó a gritar, alterado. Muy alterado. La periodista y su compañero, también hombre, no daban crédito. "Sal de aquí inmediatamente". Mirada al techo. También a una lámpara. No. No era una broma con cámara oculta. Entre tanto grito una explicación buscaba justicia: "No he venido a comer, vengo a trabajar", repetía la periodista ante la actitud del hombre eusko Label. Lo que iba a ser una agradable tarde de conversación con los miembros de un txoko con alcoholímetro se convirtió en, en, en...

"Tienes que irte de aquí, da igual que estés trabajando. Sal fuera. Vete fuera ya", insistía desafiante el hombre. El resto de personas allí presentes no decía ni mu. Quizá porque querían evitar algún que otro conflicto entre sus socios o quizá porque compartía la banda sonora que inundaba en ese momento el comedor. Y, así, contrariada e incrédula, la periodista pasó de recibir una invitación para entrar a hacer su trabajo a encajar otra invitación para marcharse sin hacerlo. Todo por ser mujer.

Finalmente, la entrevista tuvo que ser realizada en la calle. De pie, y sin café, ni copa, ni humo de puros. Y también sin gritos. "Ya puedes perdonar, gente así queda en todos los sitios", se disculpaba José. El alcoholímetro y el por qué lo instalaron perdieron su minuto de gloria. Y la periodista, que fue a buscar una historia, salió con otra bien distinta: ser la única mujer, junto con la que limpia, que ha entrado en este txoko, reservado sólo para hombres. ¡Ánimo, compañera!