En la actualidad, este pequeño enclave es un estado soberano con cuarenta y cuatro hectáreas de extensión y alrededor de ochocientos habitantes, siendo su máximo mandatario el Papa de la iglesia católica. Comenzó su existencia como país en 1929, tras la firma de los pactos de Letrán celebrados entre la Santa Sede y el entonces reino de Italia. Es importante diferenciar entre la Ciudad del Vaticano, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984, y la Santa Sede: el primero se refiere a la ciudad y a su territorio, y el segundo a la institución que dirige la iglesia. Aunque de pequeñas dimensiones, este minúsculo trocito de tierra enclavado dentro de la ciudad de Roma alberga multitud de lugares de visita obligada.

La primera parada es la plaza de San Pedro. Diseñada por el escultor y arquitecto, Gian Lorenzo Bernini, cuenta con dos grandes columnatas semicirculares y con dos fuentes cada una de ellas. Cada pórtico está formado por una galería de tres pasajes de cuatro hileras y un total de 284 columnas dóricas de dieciséis metros de altura cada una. Además, encima de estas dos columnatas están dispuestas 140 estatuas de santos que miden 3,10 metros de altura cada una, así como seis grandes escudos del Papa Alejandro VII. En el centro de la plaza se encuentra instalado un obelisco egipcio auténtico. Fue construido en un solo bloque de granito rojo, de quince metros de altura y 330 toneladas de peso. Por orden del emperador Calígula se transportó a Roma desde Alejandría en el año 40 d. C. para colocarlo en la spina del circo de Nerón. En 1586, el Papa Sixto V mandó trasladarlo a su ubicación actual con la ayuda de novecientos hombres, setenta y cinco caballos y cuarenta cabrestantes.

La gran basílica

Frente a la plaza se sitúa la basílica de San Pedro, centro de la cristiandad y la mayor iglesia católica del mundo. La construcción del actual edificio comenzó en 1506 y finalizó en 1626. San Pedro es una de las cuatro basílicas mayores de Roma: las otras tres son la archibasílica de San Juan de Letrán, que también es la catedral de la ciudad eterna, la basílica de Santa María la Mayor y la basílica de San Pablo Extramuros.

En este templo, además de admirar su fachada barroca, obra del escultor Carlo Maderno, no hay que perderse la nave principal, que encoge el alma solo de verla, el colosal baldaquino, obra de Bernini, y situada justo encima de la tumba del santo, la cúpula, diseñada por Miguel Ángel Buonarroti, y que cuenta con 537 escalones para llegar hasta la cúspide, el ábside, donde se puede ver una silla de madera que la cristiandad identifica como la cátedra del primer obispo de Roma, la estatua de san Pedro, de época medieval y construida en bronce supuestamente por Arnolfo di Cambio. También la estatua de la Pietà, realizada en mármol de Carrara por Miguel Ángel cuando contaba con 22 años de edad, y las grutas vaticanas, que en realidad son varias necrópolis donde se encuentran enterrados algunos papas, reyes, reinas y los primeros cristianos. Otro de los atractivos del Vaticano son sus museos, que se remontan a 1503, año en que el Papa Julio II donó su colección privada. A partir de entonces, otros pontífices han ido aumentando las colecciones.

Algunas de las dependencias que hay que visitar son el museo Pío Clementino, que reúne multitud de obras griegas, el museo etnológico misionero, que contiene obras de arte de todas las misiones pontificias del mundo, el museo de las carrozas, donde se pueden ver carrozas, sillas de montar, automóviles e incluso la primera locomotora del Vaticano, el museo Pío Cristiano, con colecciones de antigüedades cristianas compuestas por estatuas, sarcófagos y restos arqueológicos del siglo VI, el museo etrusco, que acoge elementos de cerámica, bronce y oro pertenecientes a esta civilización, el museo gregoriano profano, con esculturas griegas y romanas de los siglos I al III d. C., la galería de los candelabros, con estatuas romanas copias de originales griegos y enormes candelabros del siglo II d. C., la pinacoteca, con obras pictóricas desde la Edad Media hasta 1800, el museo egipcio, con impresionantes esculturas egipcias y sarcófagos del siglo III a. C., y los apartamentos Borgia, que pertenecieron al Papa de origen valenciano Alejandro VI y que hoy sirven como salas de exposiciones para las colecciones de arte religioso moderno.

Capilla mágica

Tras la visita a los museos, llega el turno de la Capilla Sixtina. En este recinto, llamado así por el Papa Sixto IV, se celebra desde 1878 el cónclave, la asamblea de cardenales que elige al nuevo Papa. También aquí se encuentran, entre otras pinturas, los famosos frescos de Miguel Ángel que adornan la bóveda y la pared del altar. La capilla, de forma rectangular, tiene una altura de casi 21 metros y mide 40,93 metros de largo por 13,41 metros de ancho. Los frescos de la bóveda representan, aparte de personajes del Antiguo Testamento, nueve episodios del libro del Génesis: la separación de la luz de la oscuridad, la creación de estrellas y plantas, la separación de la tierra del agua, la creación de Adán, la creación de Eva, el pecado original, la expulsión del paraíso terrenal, el sacrificio de Noé, el diluvio universal y la borrachera de Noé.

Por su parte, en la pared del altar, el fresco hace alusión al Juicio Final del Apocalipsis de San Juan. En la parte central está representado Cristo junto a su madre, la Virgen María. A su alrededor se encuentran los santos, fácilmente reconocibles por los atributos de su martirio. Entre ellos aparece san Bartolomé, que fue despellejado; por ello, lleva colgada en su mano su propia piel. La imagen que aparece pintada es el autorretrato de Miguel Ángel. A pesar de la admiración que despertó en su momento esta obra, también las protestas por los desnudos fueron importantes, ya que se consideraron inmorales. En 1559, el Papa Paulo IV ordenó cubrir los genitales de las figuras desnudas con hojas de parra. En los años 80 del siglo pasado, después de la restauración que se realizó en el fresco, las pinturas volvieron a lucir tal y como las ideó el maestro.

Fuera de los muros del Vaticano, y a escasos ochocientos metros de distancia, se encuentra el castillo de Sant'Angelo. Esta fortaleza comenzó a construirse en el año 135 d. C. bajo las órdenes del emperador Adriano, que quiso utilizarla como mausoleo. En el año 590, mientras una gran epidemia de peste devastaba Roma, el Papa Gregorio I tuvo una visión del arcángel san Miguel sobre la cima del castillo, anunciando el fin de la epidemia. En recuerdo de aquella aparición el edificio se encuentra coronado por la estatua de un ángel.

En 1277, se construyó un corredor fortificado que conectaba el castillo con el Vaticano. De esta manera, el Papa podía escapar en caso de que se encontrara en peligro. Sant'Angelo está dividido en cinco plantas, a las que se accede a través de una rampa en espiral que lleva primeramente hasta la cámara de las cenizas y posteriormente hasta las celdas en las que permanecieron encerrados algunos personajes históricos. Avanzando hacia la parte superior se pueden visitar diferentes estancias que funcionaron como residencia papal. Todas las salas se encuentran decoradas con frescos de la época renacentista.

La guardia

Para terminar el recorrido hay que hablar, sí o sí, del pequeño ejército que se encarga de la seguridad del Santo Padre y de los edificios vaticanos: la famosa y fotografiada Guardia Suiza. Este cuerpo se creó el 22 de enero de 1506, tras llegar a Roma mercenarios suizos que el Papa Julio II había solicitado a los nobles del país helvético para su protección personal. El gran momento de estos soldados llegó el 6 de mayo de 1527, durante el saqueo de Roma por los ejércitos de Carlos I de España, que quiso escarmentar al Papa Clemente VII por su posición a favor de Francia en el conflicto que el emperador mantenía con Francisco I. El ejército de Carlos, integrado por diez mil lansquenetes (mercenarios alemanes), entre cinco mil y seis mil soldados españoles y un grupo irregular de italianos, asaltó Roma y llegó hasta la misma basílica de San Pedro. Al Papa lo defendieron 189 guardias que lo protegieron hasta las mismísimas escalinatas del altar mayor. Gracias a esta defensa, el pontífice pudo escapar por un pasadizo secreto y refugiarse en el castillo de Sant'Angelo. Sobrevivieron cuarenta y dos soldados. Al igual que en cualquier ejército, la Guardia Suiza, que tiene su cuartel general situado enfrente del palacio apostólico vaticano, se organiza en distintos mandos militares: un comandante, con rango de teniente coronel, un oficial, con grado de comandante, dos oficiales, con rango de capitanes, veintitrés mandos intermedios suboficiales, setenta alabarderos y dos tamborileros. También son parte de este pequeño ejército el capellán, con rango de teniente coronel, y la banda de música. Los guardias van armados de alabarda y espada ropera, aunque al prestar servicio añaden armas modernas de infantería. También manejan explosivos y reciben instrucción básica en tácticas defensivas.

Este pequeño ejército, de no más de cien miembros, está financiado por el gobierno suizo, la Fundación de la Guardia Suiza y otros donantes. Los requisitos para ingresar en este cuerpo son ser varón de nacionalidad suiza, tener entre 19 y 30 años, medir más de 1,74 centímetros de estatura, ser de fe católica, estar soltero, haber aprobado la educación secundaria y no tener antecedentes penales. Asimismo, es imprescindible realizar un período de instrucción básico en las fuerzas armadas suizas y haber obtenido un certificado de buena conducta. La permanencia mínima en el cuerpo son veinticinco meses.

Los soldados pueden contraer matrimonio, con la aprobación del capellán, después de haber prestado servicio durante cinco años y ser mayores de veinticinco años. También deben comprometerse a servir en el cuerpo durante al menos tres años más después de casarse.